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Estaban en la iglesia, otra vez.

La ultima vez que Séfora estuvo en aquella estructura moderna de grandes ventanales blindados, paredes blancas y un balcón tan grande como para que un dictador diera su discurso matutino no resulto bien, fue la ultima vez que toco frente a una multitud tan ingrata. Su madre le dio el típico discurso de <<Ya estás muy grande, no puedo obligarte a hacerlo>> pero bajo esas palabras las matices de las frases se ocultaban miradas mal intencionadas y reprimendas mentales, toco en el cumpleaños de su madre, un día feriado, Astrid le conto a todos sus amigos que su hija tocaría en la iglesia en esa ocasión por su cumpleaños, más que un regalo Séfora entendió que era una obligación, si no lo hacía al momento de que otras personas tocaran algún instrumento en el escenario Astrid comenzaría a murmurar entre dientes o decir lo agradable que debía ser tener un hijo que dedicara sus talentos a Dios y al llegar a casa le tocaría soportar los comentarios pasivo-agresivos de su madre. Tampoco a la chica le apetecía la idea de soportar la mirada de Astrid mientras alguien más a pasaba al escenario, no sabía si era celos o algo más pero cuando veía esa clase de cosas (sobre todo a otras chicas tocando el violín) una sensación de vacío la invadía. 
En esos momentos deseaba arrancarse los dedos.

Adán fue el siguiente en irse, lo hizo tras percatarse de que no estaba feliz, se suponía que ir a la iglesia debía ser un momento de unión, de felicidad y para estar en comunión con el creador, en su lugar se encontraba con chicos de su edad que pegaban patadas a la silla en donde se sentaba durante el sermón, adultos cuchicheando, mujeres criticándose unas a otras y hombres que iban solo a dormir. Era como un circo en vez de la casa de Dios. Sus padres hicieron de todo para llevarlo del regreso, desde amenazas hasta castigos, pero nada funciono, para Adán era un pecado ir con el alma indispuesta a la casa de Dios, no pecaría para salvar las apariencias y reputación de sus padres.

Mustafá fue el ultimo en tomar la decisión de no regresar a la iglesia. No fue algo espontaneo o influenciado por sus amigos, era algo que llevaba mucho tiempo pensando. Su madre era una viuda acaudalada del circulo intimo de la señora Colleman, cuando se entero de que ya no volvería a la iglesia entro en colera, le grito si quería irse al infierno y no le hablo por una semana. Le pregunto sobre sus motivos para no querer volver, cuando supo que estaba deprimido por algunos comentarios racistas de sus compañeros de clase bíblica decidió dejarlo quedarse en casa los días de ir a la iglesia, pero siempre soltaba indirectas sobre lo decepcionada que estaba de que no fuera fuerte y valiente.

— Bien, si quieren vayan afinando y preparando los atriles — el pastor Colleman guardo las llaves en el bolso negro, los tres adolescentes se dispusieron a prepararse, pero una mano en su hombro detuvo a Séfora — ¿Puedo hablar un momento contigo, querida?

Séfora sintió un repentino entumecimiento. Se le puso la cara rígida al mismo tiempo que se le descuajaban las tripas, hasta tal punto que temió que su rostro revelará su incomodidad. El pastor Colleman ignorante del malestar que provocaba en la chica la tomó del brazo y la guío detrás de una lona, donde nadie pudiera escucharlos.

— No empecemos a tocar todavía — murmuró Mustafá con la vista fija en la lona azul donde se ocultaban el pastor de la congregación y su amiga.

— ¿Por qué? — cuestionó Adán, tocando unos acordes de su guitarra.

— Debemos estar atentos, cualquier ruido sospechoso o lo que sea — Mustafá tomó el atril de Séfora, aflojando una parte, sacando el tubo de metal, dejándolo medio puesto para que fuera más fácil tomarlo —, en caso de ser necesario correr para salvar a Sefo.

Adán lo comprendió. Ambos se sentaron con la vista fija a la lona, afinando sus oídos, analizando cada sonido extraño, listos para correr en auxilio de su amiga.

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