Capítulo 3

43 4 15
                                    

Frente a ella se encontraba el teléfono, como si fuese este la espada en la piedra

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Frente a ella se encontraba el teléfono, como si fuese este la espada en la piedra. Se preparaba para levantarlo, pero sufría de una gran indisposición. Se sentía culpable si le fallaba a su patrón, y también lo haría si rechazaba aquella oportunidad. Después de todo, a veces no sabemos lo que podríamos perdernos, ¿cierto?

Cogió el aparato y giró el disco las diez veces requeridas.

Tono, tono, tono. Allí estaba.

—¿Señor Dayton?

—Amy, querida, llamas en el momento perfecto.

—¿Es este el número de su casa?

—Es el número de mi despacho, en mi casa.

«Debo tener mucho importancia para él.»

—Increíble.

—Ya te decidiste, ¿eh? Déjame decirte que acabas de hacer lo correcto. ¿No te gusta hacer siempre lo correcto, Amy?

—Supongo.

—¿Estás lista?

—Supongo.

—Por ahora necesitaré que apuntes estos datos...

Amalia tomó una hoja de la libreta de notas de la mesilla y apuntó este nombre: Joseph Lavender. Según Dayton, este hombre era el catedrático de Periodismo, en la universidad a la que entraría, tal y como le había dicho, igual que un James Bond. Aunque la idea no le entusiasmaba para nada, se prometió que seguiría siendo la empleada más productiva y práctica de su diario, el The Nation.

+~+~+~+~+~+~+~+~+~+

Como vivía al sur de San Francisco, Amalia debía trasladarse al otro lado de la bahía, a Berkeley, una parte de la ciudad en donde se encontraba la Universidad de California. Allí la esperaba el tal Joseph Lavender. Viviría sola durante «la operación». Dayton llamaba a su propia encomienda una «operación». A pesar de tener la bendición de su marido, para Amalia ya era una tarea con ciertos complejos.

De cualquier manera, cumplió.

El departamento en el cual pasaría sus siguientes días era muy simple. Al entrar estaba la cocina y a la izquierda se hallaba la sala de estar, con solo un televisor moderno y dos sofás. El papel tapiz era aburrido y de patrones, entre una tonalidad café y rojiza. En un rincón estaba un teléfono. Le pareció la guarida perfecta de un doble agente. Seguramente del otro lado de la pared habría una habitación repleta de magnetófonos, cascos para escuchar y sillas, tal y como operaría la CIA, se imaginó.

«—En este departamento hallarás solo lo necesario —dijo Dayton en su memoria, cuando se habían visto en persona, en su oficina de Redacción. Al tiempo, Amalia dejó su saco en el perchero, para explorar el sitio—: televisión, radio y un teléfono, por el que nos comunicaremos solo tú, yo, tu esposo y tal vez un contacto. No vayas a creer que está intervenido. No es así. Es solo por seguridad.»

Registró la alacena y la nevera. No había nada, pero todo estaba limpio y funcional. Se sorprendió por lo preparado que ya tenía todo Dayton. Pensó en que quizá ya la tenía contemplada como opción desde hace mucho.

En uno de los cajones, Amy halló un arma. Era un revólver.

«—Hay un arma en la primera gaveta de la segunda fila, del lado izquierdo de la tarja. No te asustes, Amalia, no es para matar a nadie. No vas a coaccionar gente; no me hagas esos gestos. Es solo para tu seguridad. Que no se te vaya olvidar llevarla siempre, por si alguno de esos hippies mugrosos te amenaza. Y también hay luz, gas y energía eléctrica. Mis muchachos pagan esos servicios. No deberás preocuparte por nada de ello. Vas a estar allí solo durante la operación.»

Cuando se cansó de ver cada esquina del apartamento, Amalia encendió la televisión y se sentó a verla. Había un discurso del presidente Johnson retransmitiéndose.

+~+~+~+~+~+~+~+~+~+

Más tarde, Amy se sentó en su nueva cama a estudiar los archivos que le había entregado Dayton en su oficina. Había credenciales, tanto oficiales como de estudiante, papeles falsificados y demás datos que formaban parte de un personaje ficticio.

«—Por el momento solo quiero que vayas allá y te familiarices con Berkeley —continuó Dayton en su memoria—. Cuando llegues te darás cuenta de que los drogadictos han secuestrado la ciudad. Son una generación perdida, lo sé. De cualquier modo, tú nos ayudarás a revertirlo, ¿cierto, Amy?»

Se rascó el cuello con incomodidad. Comenzaba a abrumarla la idea de pretender ser otra persona. Se esperaba un objetivo simple, como cualquier reportaje a las afueras de San Francisco, mas no una trama con disfraces y documentación falsa.

«—Tu nuevo nombre será Georgina Thompson. Serás una estudiante de Periodismo, por supuesto, y llevarás ropa diferente. Para tu look pensé en el estilo de Michelle Phillips, ¿qué opinas?»

Volvió a sentirse más o menos convencida ante aquella pregunta.

«—No te seduce la idea, ¿verdad, Amy? Bien. No importa tanto como lo demás. Elegí la personalidad de tu personaje: serás una joven estudiosa, solitaria y con una gran noción de la responsabilidad. Siempre estarás al pendiente de tus tareas; aparentarás bajo interés en la vida social. ¡Son rasgos perfectos, porque son rasgos prácticamente tuyos! Pasarás desapercibida...»

Del bolsillo de su suéter sacó un paquete de cigarrillos. Hace años que no fumaba ninguno, y le había prometido a James que los dejaría para siempre, pero cuando pasó cerca de un puesto de periódicos no evitó sentirse atraída por aquellas publicidades rojas. De pronto, tuvo una incipiente necesidad de consumirlos.

Con el perdón de James y el permiso de Dios, Amalia se encendió uno. Era tan solo para calentarse las manos, se dijo.

«—Y lo más importante, hija: te olvidarás de que trabajas para The Nation, pues ahora serás una simple reportera del Berkeley Barb. Recuerda que tu manera de pensar será un tanto similar a la de ellos, ¿eh? Ya no eres la señora Bennett; ya no rechazarás idas a la playa ni porros de marihuana. Ahora apoyas el amor libre, detestas la guerra y toda esa mierda. Así que te recomiendo que comiences a escribir otro artículo, uno en donde hables como Georgina Thompson. Van a querer leerlo. Sé convincente. Ese periódico es importante para ellos, ¿comprendes? ¡Tú eres hippie ahora!»

Dejó la carpeta sobre las sábanas y se levantó para mirarse en el espejo. Lo que miró allí no le disgustó tanto, pero no se reconoció. Si antes su cabello era solo negro, y sus vestidos casi todos pasteles y simples, al estilo de Jackie Kennedy, ahora llevaba un degradado rubio, además de unas botas negras, unos pantalones vaqueros y un suéter color menta, de cuello de tortuga. Había asistido, por medio de Dayton, a una peluquería de confianza, allí mismo en Berkeley. Creyó que si James la veía así, la desconocería también. Se parecía más a Michelle Phillips de The Mamas and the Papas que a la señora Bennett. Incluso, el cigarrillo la dotó de un carácter rebelde.

Detestó la imagen nueva. Se quitó aquel atuendo y se echó a dormir.

Dos chicas de California ✔️Where stories live. Discover now