VI

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    Ricardo no dijo nada, solo se quedo ahí, callado. Había estado ignorando el café que le habían regalado, dejándolo un lado en la mesa, rezagado y olvidado. Él era alguien que por naturaleza desconfiaba de todas las personas, de todo el mundo. Parte de eso llego a cambiar un poco en cuanto se enamoro de Melisa... en cuanto ambos habían formado una relación y él se había entregado a ella y ella se había entregado a él. Pero después del conflicto, de aquel rompimiento que fragmento la mente de Ricardo a un nivel que él creía imposible, no solo su desconfianza volvió como antes, sino que se fortaleció, se encadeno a su persona, y no pensaba soltarse por nada que sucediera más adelante.

    Por eso en cuanto vio que el tipo había dejado el asiento del mostrador para sentarse en su mesa, y preguntar por un café que seguramente ya estaba frío, no pudo evitar sentirse invadido. Además que... esa Ciudad siempre dejaba libres a los locos, quienes deambulaban como personas normales, y tal vez, ese era uno de ellos, no importaba si el dueño del restaurante lo hubiese recibido tan bien.

- Disculpa, amigo –comenzó Ricardo-, estoy en medio de algo importante con el hombre que acababa de ir al baño. Si le importa, apártese del asiento.

    El barbón, que se había llamar Jacob, respondió con una carcajada, y dijo:

- Está bien, te entiendo... pero no me iré hasta que hayas probado el café y me digas que tal está.

    ¿Pero qué mierda te pasa?, pensó Ricardo mientras el barbón esperaba, imperturbable ante su impresión, que tomara el café que le había dado. Ricardo supuso que todo esto se debía a que él había estado chismoseando su trato con el dueño del restaurante y con la mesera. Pensó que el tipejo solo lo estaba probando y que más adelante sacaría a relucir el motivo evidente por el cual estaba hablando con él en un momento más inapropiado, aprovechándose, solamente, de que el hombre gordo y con papada le dieron ganas de ir al baño. Ricardo quería quitárselo de encima lo más pronto posible, así que siguiéndole el juego, tomo el café entre sus manos y se lo llevo a la boca. Para su sorpresa seguía caliente, y tenía leche... pero no solamente eso...

- Es muy bueno –dijo con sinceridad, arqueando las cejas, pues en efecto era excelente, pero aún con eso, lo menciono con un amargo sentimiento afincándose ante cualquier cosa que pudiera ser placentera, y agrego, frunciendo el ceño- ¿Ya está feliz?

    El barbón, riéndose, y con las manos en los bolsillos, dijo:

- Sí..., sí y no, en realidad.

     El extraño hombre hizo otra de sus muecas, esas que había hecho con la mesera.

- ¿Y qué quiere entonces? –pregunto Ricardo- ¿Por qué me dio este café? En primer lugar.

- Bueno, sabía que el café te iba a gustar –respondió Jacob-, es el mejor que Darion tiene y lo pedí para ti, más que todo para que dejaras de disimular que estabas tomando café en una taza vacía –posteriormente soltó una pequeña carcajada y después agrego, con una súbita seriedad-: pero ese no es el motivo por el que estoy aquí sentado.

    Ricardo miro a su alrededor e intento buscar, indirectamente, alguna señal de ayuda por parte de las otras personas que concurrían el restaurante, pero al parecer todos seguían el curso de su mañana tal cual como lo habían estado haciendo, sin ninguna extraña e inesperada situación como la que estaba sufriendo. Los dos funcionarios, preparados para irse, seguían hablando entre sí; el viejo ya había dejado el periódico y comía su desayuno lentamente; los bachilleres habían pagado entre todos un enorme sándwich y se disponían a compartirlo. Ninguno volteaba a observar a aquel extraño sujeto que hacía treinta minutos había entrado al restaurante y que había provocado, en todos, una mirada de infarto.

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