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¿Estaba realmente mal amar a otro hombre? Siempre se le inculcó que esa clase de amor solo se debía tener hacía las mujeres, esos seres que nunca le llegaron a gustar de forma correcta; ese deseo, esa apreciación por curvas y voces agudas, por olores dulces y rubores seccionados, Leo, no la tenía. No podía negar belleza, pero dentro de él no existía interés por el sexo opuesto.

De joven no entendía las ganas de poseer, de la que tanto hablaban sus compañeros, cuando una muchacha linda llamaba la atención, el besar, tocar y todo lo derivado que iba de la mano con el amor no terminaba de entrar en su cabeza. Al inicio no le preocupó, porque todos le decían que en algún momento llegaría la indicada, así que asumió que era cuestión de tiempo, algo que, por desdicha o suerte, no podía controlar. Sin embargo, un día, en el aeropuerto, supo que la espera sería el menor de sus problemas.

Aunque busque negarlo sabe que fue amor a primera vista. Leo, había llegado antes que el seleccionado, su vuelo fue más corto, porque partía desde Barcelona, casi en una especie de fuga para poder representar a su país; por suerte, solo fueron pocas horas antes de que la sala donde esperaba se llenará de bullicios con una lengua que también poseía. Con saludos rápidos fue recibido, las presentaciones no se consideraron necesarias en medio de la prisa y el desorden característico que viene con ser latino, y fue ahí cuando lo vio; flacucho, un poco más alto y una sonrisa completa que no se esperaría de alguien que lleva más de 24 horas en un avión. Cautivante, y anticlimático, fue la primera impresión que le dio Sergio.

"Y vos ¿cómo te llamás?" Fueron las primeras palabras que le dedicó, fue una sorpresa para todos, casi un chiste para hacer fluir la conversación, pero los ojos de curiosa inocencia le afirmaron que ese joven no le conocía y eso le gusto, porque Sergio no venía con expectativas o ideas ya formadas sobre quién era, o sería, Leo.

Se presentaron y conectaron en seguida, era obvio que aparte del nombre y los sueños no compartían muchas cosas; Sergio era una ráfaga de emociones descontroladas y gritos, el carisma le brotaba por cada poro y su risa era pegadiza, borraba silencios y su presencia era cálida. Leo no lo sabía, pero le gustaba todo eso de Sergio y creía que a los demás también, que solo era Sergio llenando espacios, formando amistades rápidas. Aunque muy en el fondo, Leo, sabía que nunca se había sentido así por otro amigo, y que la ilusión que tuvo por compartir habitación no era normal.

Decidió ignorarlo, al igual que la satisfacción que le generaba que Sergio estuviera tan interesado, llenándolo de preguntas, contándole chistes, pidiéndole jugar en la play o acompañándolo a todo lado. Todas esas acciones que ya le habían dedicado otros compañeros se sentían distintas, le revolvían de formas nuevas, pero gustosas, el estómago. A todo eso, Leo, decidió no prestarle demasiada atención.

Los días volaron entre risas y entrenamientos, en menos de nada los coronaban con la medalla de oro, en medio del triunfo y la gloria, Leo, recuerda la mirada brillante de completa ilusión que le dio el Kun (quien se había pasado a llamar así en algún momento). Se prometió ganar todos los premios que vendrían de ahora en adelante junto a ese muchacho, solo para ver esos ojos y esa sonrisa más sutil pero repleta de felicidad que tenía su amigo.

Las cosas buenas tienden a ser efímeras, así como llegan se van. Poco después de la entrega de premios, Leo, se encontró despidiéndose de sus compañeros en el aeropuerto. Un cambio de números, un abrazo, y una promesa de visita fue lo que intercambió con Kun. Justo cuando se separaron y lo vio perderse en un mar de gente, Leo, supo que lo quería de vuelta.

Las llamadas no se hicieron esperar, dos días después de su arribo a Barcelona el teléfono ya sonaba con un Kun nervioso y parlanchín que decía que no podía hablar más de cinco minutos porque la línea internacional era cara, pero que esperaba que su llegada fuera buena y que el jet-lag no le pegara tan duro. Además, le pedía, a Leo, que no lo olvidará, asegurando que intentaría llamarlo una vez a la semana, luego se despidió deseándole suerte. Leo, solo lo escucho, respondiendo monosílabos y riendo una que otra vez, el pecho se le calentó al final y se despidió con una sonrisa boba que acompañaba el suave rubor que le pintaba la cara.

VeranoWhere stories live. Discover now