Capítulo tres

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Jungkook estuvo a punto de reír entre dientes. Su hermana era la única mujer del mundo que lograba hacerlo reír. Aunque a veces fuera de sí mismo.

–Estoy en ello ahora mismo.

–Creo que la he encontrado.

Jungkook sintió que se le aceleraba el pulso.

–¿Quién es?

Otra pausa por parte de Dongmi.

–Tendrás que escuchar sus condiciones, pero no creo que te supongan problema alguno. Debes tener amplitud de miras. Aunque sé que no es tu fuerte. Eso sí, puedes confiar en ella.

Jungkook le echó un vistazo a la última frase de su lista. De repente, un zumbido en los oídos lo puso en alerta.

–¿Quién es, Dong?

El silencio se prolongó durante unos segundos.

–Yerim –contestó Dongmi.

La estancia comenzó a dar vueltas a su alrededor nada más escuchar ese nombre, sacado de su pasado. Su mente esbozó un único pensamiento, que comenzó a parpadear una y otra vez como si se tratara de un cartel de neón: «Ni en broma».




Jungkook echó un vistazo a su alrededor, satisfecho con el resultado. Su sala de reuniones destilaba un aire profesional, y el ramo de flores frescas que su secretaria había colocado a modo de centro de mesa le confería un toque personal a la mullida moqueta de color vino tinto, a la reluciente madera de cerezo y a los sillones de cuero claro. Los contratos estaban situados con suma precisión, junto a una elegante bandeja de plata con té, café y una selección de pastas. Un ambiente formal, aunque amistoso... tal como quería que fuese el talante de su matrimonio.

Decidió olvidar el nudo que se le formaba en el estómago cada vez que pensaba en volver a ver a Kim Yerim. Se preguntó cómo habría madurado. Las anécdotas que le había contado su hermana describían a una mujer impulsiva e imprudente. Al principio, pensó en rechazar la sugerencia de Dongmi: Yeri no encajaba en la imagen que él necesitaba. Los recuerdos de una niña de espíritu libre con una coleta al viento lo atormentaban con insistencia. Sin embargo, sabía que era la propietaria de una respetable librería. Aún pensaba en ella como en la compañera de juegos de Dongmi, aunque llevara años sin verla.

Pero se le acababa el tiempo.

Compartían vivencias de un pasado lejano y tenía el presentimiento de que Yerim era de fiar. Tal vez no encajara en su imagen de esposa perfecta, pero necesitaba el dinero. Deprisa. Dongmi no le había contado el motivo, pero sí le había asegurado que Yerim estaba desesperada. Que necesitara dinero le resultaba cómodo, porque dejaba las cosas muy claras. Sin ambigüedades. Sin sueños de establecer una relación íntima entre ellos. Una transacción de negocios formal entre viejos amigos. Algo soportable para él.

Hizo ademán de pulsar el botón del interfono para hablar con su secretaria, pero la pesada puerta se abrió en ese preciso momento antes de cerrarse con un golpe seco.

Se volvió hacia la puerta.

Unos ojazos color avellana se clavaron en su cara sin apenas titubear y con una expresión tan clara que le indicó que esa mujer sería incapaz de ganar una partida de póquer: poseía una sinceridad brutal y jamás iría de farol. Aunque reconocía esos bonitos ojos.

Sus ojos contrastaban muchísimo con el castaño de su pelo, una melena que le llegaba por debajo del hombro, cuyos tirabuzones le enmarcaban la cara con una rebeldía que parecía imposible de controlar. Sus labios, esos labios eran el sueño erótico de cualquier hombre. Se imaginó miel cálida y suculenta sobre esos labios que podría lamer despacio...

Contract Marriage [resubiendo]Where stories live. Discover now