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Nicola aceptó el encuentro para el día que Emma lo había fijado. Esa fue la única respuesta que recibió de él hasta el día fijado.

Y no sabía si aquello le gustaba o no.

Pasó el resto del tiempo intentando dejar escapar las emociones mediante el arte. Cantó, pintó e intentó bailar, pero nada despegaba la marea de sentimientos que la envolvía.

Hasta el día que alistó para recibir a Nicola. En ese momento no sintió nada.

Hasta que lo vio.

Sentado en el centro de la sala de la gran casa donde vivía junto a Luciano, lucía como un rey. Había llegado unos minutos antes de que le avisaran a Emma, pero en ese lapso de tiempo parecía haber convertido la casa en suya. La silla central donde estaba había perdido cualquier signo mundano y ahora parecía un trono, aunque quien estuviese sentando en ella fuese un monstruo.

Emma apretó los labios. Aun no se había percatado de su presencia, por lo que aprovechó para darle una mirada al salón. Luciano conversaba con el Capo, la voz baja. Habían dos vasos servidos sobre la mesa con un líquido ambarino. Emma casi frunce el ceño. No solo estaban Nicola y Luciano. También había un hombre joven en la puerta, vigilando todo con una mirada imperturbable. Él ya la había notado, pero no había hecho ni un solo movimiento. No había rastro de Ana ni de Massimo en la sala, ni tampoco de esos dos hombres que ella había intercedido en la fiesta de compromiso.

Se adentró por completo a la sala. Pudo jurar que sus pasos fueron tan silenciosos como sus sandalias lo permitieron, pero de pronto la conversación se detuvo y los ojos de Nicola, como los de un halcón, estaban posados sobre ella.

Emma casi pierde el aliento. Pero pudo controlar su expresión esta vez, a pesar de aquella sensación abrumante que la recorrió de pies a cabeza cuando lo vio.

—Nicola —ella murmuró, sin saber que más decir. Se suponía que era un saludo. Pero en los ojos del Capo un brillo se extendió y Emma no supo si aquello era bueno o no. Pero en un impulso, él estaba de pie. Luciano también, su mirada posada sobre su Capo. El hombre de la puerta hizo un movimiento, como si se pusiera en alerta.

—Emma.

La forma en la que el Capo pronunciaba su nombre hizo que un estremecimiento la recorriera. La mirada de él pareció oscurecerse ante ello, casi como si conociera el motivo. Casi como si supiera todo lo que Emma sentía y pensaba.

—¿Querías verme? —preguntó, aquello escapándosele de los labios sin siquiera pensar que tan correcto sería. ¿El Capo le robaba su libertad y además de eso, esperaba recibir buenos modales?

Pero no hubo furia en la expresión de Nicola, no. En cambio, una sonrisa de extendió por sus labios, estirándolos pequeñamente. La cicatriz atravesaba parte de ellos, Emma notó. Aquella sonrisa no tenía nada que ver con aquel gesto de locura, siniestro, que le mostró al hombre de La Camorra cuando estuvo a punto de pegarle un tiro en la cabeza.

—Estoy aquí para ello —respondió.

Emma frunció el ceño.

—Me parece sin sentido, ¿No? Si ya elegiste la fecha para la fiesta de compromiso sin mi elección, no sé para que me necesitas para elegir la fecha de la boda dado que, en realidad, mi opinión no parece importar para nada.

En la mirada de Nicola brilló fuego. Emma no se sintió amenazada, sin embargo, aunque sabía que debería. Pero él no la observaba como si fuera a castigarla, no. Él en realidad, parecía observarla con una fascinación que la hacía estremecerse.

—Emma —advirtió Luciano, como pidiéndole que se detuviese y mirara con quien hablaba.

—No le hables —murmuró Nicola, el tono abruptamente helado—. Y ya puedes retirarte, Luciano. Tu hermana y yo tendremos un momento a solas.

BIANCHIWhere stories live. Discover now