Capítulo 30

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CAPITULO 30

"Significas más para mí

Que cualquiera en el mundo entero"

(Peter Pan)

LAIA

- Buenos días.

La voz alegre de papá me trajo de vuelta a la realidad. Había estado envuelta en mi cálida ensoñación donde bailaba sin parar en brazos de Adam Claverie, pero el reloj marco las 12 del día y tenía que dar signos de vida.

Lástima, porque era un buen sueño

Estaba a un centímetro de un beso de Adam apreciando claramente el tono rojizo de sus labios, la forma pecaminosa de su boca y disfruté como su aliento – una mezcla de menta y ron – jugueteaba con mis mejillas.

Sus enormes ojos azules parecían un cielo estrellado haciéndome sentir febril. Necesitada. Deseosa de tocarlo.

De sentirlo

Mis manos me picaron por acariciar el borde de su rostro. Saber cómo se siente su cabello.

Su piel

Me trague mi urgencia en un suspiro hondo intentando controlar el redoble de tambores de mi propio corazón.

- Hola Papi – susurré besando su mejilla y sentándome frente a él en la isla de la cocina vestida con mi primoroso pijama con la imagen de la Pantera Rosa en mi camiseta.

- ¿Cómo estuvo esa dichosa fiestecita? – pregunta él doblando el periódico y llevándose a los labios su taza de café expreso mirándome con interés.

Estaba clara que después de toda la parafernalia de ayer, papá quería saber los detalles.

- Bien – asentí mientras hinque un diente en una de sus deliciosas galletas – bailamos y tomamos algunos cócteles. Fue una fiesta estupenda.

Por ningún motivo podía mencionar el incidente de Ronald y la pelea en la que estuvo involucrado Tom. Papá no es una persona alaraca o que se toma las cosas a la tremenda, pero tampoco quería ponerlo a prueba.

Acordamos entre todos que no se lo mencionaríamos.

- Me alegro ¿y Tom se comportó? – quiso saber observándome directamente con su cálida mirada azul.

- ¡Pero que buen concepto tienes de mí! – exclamó mi hermano apareciendo de improviso en la cocina vestido con una camiseta blanca en V, pantalones de pijama a rayas que le regale en la navidad pasada, descalzo y el cabello revuelto seguido por un Ronald, vestido de forma similar, soñoliento y su típica sonrisa conciliadora - ¡por supuesto que me comporte! ¡no soy tan idiota cómo crees!

- ¡Buenos días! – saludó mi amigo con simpatía y puso su mano en el pecho mirando a mi padre - ¡doy fe que el hombre portó un santo!

Arquee una ceja desestimando esa idea.

- ¿Qué te pasó en el labio? – pregunta papá entornando los ojos sobre Ronald.

- Nada, don Charles – Ronald muestra una sonrisa con dientes buscando verse como un niño inocente – me tropecé en la puerta del baño.

- ¿Cuántos tragos te tomaste? – replicó papá enarcando una ceja.

De seguro debe recordar que la última – y la única - vez que nos fuimos de copas los tres a un antro en Piamoncura llegamos hecho unas cubas. Sin coordinación alguna de nuestros movimientos, tropezamos con cada cosa que se nos cruzaba por delante en el pequeño salón. Ronald, el más borracho de nosotros, cayó escandalosamente sobre el sillón y se hizo un cototo fenomenal en la cabeza. Tom y yo gritamos al unísono. Eso atrajo a papá, quien se levantó con celeridad y, luego de mirarnos como si quisiera asegurarse de que no hubiera pasado nada más, nos hizo acostarnos en los sillones para que estuviéramos más cerca del baño.

El Príncipe de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora