20 El Polluelo

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Mientras la pantera yacía recostada en el suelo, el mercenario peinaba su pelaje con un enorme cepillo. Era una de las trabas de tener un animal con el pelo tan largo. Y aunque Jason lo recogía todo para convertirlo en hilo de coser, terminaba quejándose de que era mucho trabajo.

Zaine no pudo evitar reírse.

Luego de su regreso de Estigia había estado muy ocupado.

Entre, Amal, Jason y él, registraron la caja de libros. Y aunque el cazador creía que era mejor devolver al menos la mitad de los volúmenes, el Istelita les pidió que le dejasen leerlos todos. Para Zaine, la sed de conocimiento del joven era similar a la de su maestro. Con la diferencia de que Amal tenía el tiempo y devoraba los libros con velocidad. Tras una semana, había consumido prácticamente toda la caja, dejando solo los volúmenes más importantes para él y Jason.

El mercenario se había quejado. Diciendo que hubiese sido más fácil hacer lo contrario, pero en secreto Zaine estaba complacido. Cada noche Jason le llamaba a su cuarto y leían los volúmenes juntos. Zaine se aseguraba de entregarle libros en el idioma de Caronte y de una forma u otra incluir alguna lección en la lengua común. Le complacía pensar que tras una semana Jason había mejorado su lectura.

Pero el líder de los mercenarios nunca se unió a sus clases con los niños, diciendo que prefería esos momentos donde le tenía para él solo.

Jason siempre intentaba convencerle para pasar la noche juntos tras sus ratos de lectura. Pero el cazador se las ingeniaba para marcharse. Las condiciones eran diferentes de los acontecimientos en la casa ancestral del mercenario. Zaine estaba débil en ese momento. Pero ahora que se encontraba mejor, no confiaba en que Jason se comportase como un caballero.

Ni en su capacidad para escapar de sus brazos.

Menos cuando la primera vez le tomó tanto tiempo.

Aun así, Zaine estaba contento.

Incluso cuando el mercenario le asaltaba a medio camino a las cocinas o al área de entrenamiento. Jason disfrutaba robarle besos. Abducirlo en las esquinas y rodearle la cintura con sus brazos. Por mucho que Zaine se criticase, se encontraba a si mismo esperando esos momentos donde finalmente podían estar solos. Tal vez era excitante porque se sentía como una travesura.

Algo prohibido.

Zaine no lo sabía. Lo que sí sabía, era que se encontraba buscando un espacio para el mercenario. Luego de las clases, de la cacería, procuró dos horas diarias para entrenar con Jason. Horas en las que batallaban por el control y el dominio.

Cada vez la sonrisa de Jason se volvía más grande. Sintiéndose motivado y ansioso, al punto de aparecerse mientras entrenaba a los niños para exigir su turno de tener al cazador. Y esto se había convertido en un espectáculo.

El recuerdo de lo que ocurría después, encendió sus mejillas.

– ¡Cuidado! – llamó Jason.

June se alzó sobre sus patas delanteras, obligando a Zaine a sujetarse con fuerza de las riendas. Mientras luchaba por controlar al animal, vio a Jason soltar el cepillo y acercarse al borde del cerco que habían construido para los venados rojos. La preocupación en sus ojos relajó los hombros del cazador, quien con un tirón sobre las riendas consiguió tranquilizar al ciervo.

– Bueno – comentó – eso fue divertido.

Jason soltó una carcajada.

– Juro por los dioses que ese bicho te odia – dijo el mercenario.

– Te dije que son inteligentes – comentó Zaine, acariciando el cuello del venado en un intento de calmarle – No olvidará que yo maté a su madre o ataqué a su manada.

Crónicas de la Superficie: Los CondenadosWhere stories live. Discover now