26 El color de sus ojos

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Había mucho que preparar si Zaine iba a marcharse junto a Jason. Comenzando por las monturas. Jason había procurado que Ayala alistara los venados más grandes para ayudarlos a trasladar sus provisiones. Pero el cazador debió hacer una revisión para asegurarse de que Kaya no se quedase sin leche para los más pequeños.

La noche en que Jason reclutó al cazador un grupo de jóvenes llegó al nido. Kaya explicó que eran algunos de los primeros que había rescatado el grupo de mercenarios. Ella los había mencionado antes mientras conversaban en las cocinas. Todos eran mayores que Ayala y cada uno se presentó frente al jefe de los mercenarios para mostrarle sus respetos. Abrazaron a Kaya como si fuese su madre y se dirigieron a Amal con el respeto digno de un ser sagrado. La Suthaly derramó muchas lágrimas esa noche.

Pero ninguno de los muchachos se aproximó al cazador.

Zaine no los culpaba y personalmente no tenía interés en relacionarse con ellos. En lo que a él respectaba eran extraños a los que posiblemente no volvería a ver. Lamentablemente los más pequeños le hicieron demasiada promoción. Terminó encontrándoselos tanto en sus clases como en las prácticas de esgrima. Algunos hundían la cabeza en los libros, avergonzados de que los pequeños pudieran leer mejor que ellos. Otros solo querían probar las capacidades del cazador sobre la plataforma. Pero cuando Jason llegó a reclamar su tiempo de práctica los jóvenes se reclinaron para verles pelear.

Ese día batallaron dos veces. En la primera no se decidió un ganador, pero cuando la duda apareció en los ojos de los recién llegados el cazador permitió que Jason le superase por una victoria. Zaine estaba listo para enfrentarse a la furia del mercenario. Pero cuando el hombre le jaló a una esquina para besarlo hasta dejarle sin aliento no pareció estar disgustado.

"No hagas tonterías innecesarias" le susurró al oído antes de complacerse con su cuerpo.

El cazador nunca le había mostrado a Jason el libro que había comprado. Sino que se aseguró de guardarlo como mejor sabía. Procurando que el hombre no tuviese modo de burlarse de él o su inexperiencia. Aunque sí que lo estaba leyendo. Cada noche, antes de irse a ver al mercenario, y los días que conseguía escabullirse de regreso, procuraba revisar un acápite del grueso volumen. Quedando tan impactado cada vez, que apenas se creía capaz de hacer cualquiera de esas cosas.

Se suponía que sería divertido. Emocionante incluso. Pero Zaine solo sentía vergüenza de lo explícito de las descripciones y lo estrambótico de los dibujos. Porque aquel dichoso libro tenía imágenes demasiado concretas para haber sido trazados por una mano nada capacitada. Intentó no pensar mucho en el tema y centrarse en dejar todo preparado en el nido para la partida de los mercenarios.

Tres días transcurrieron antes de que Jason indicase el fin de los preparativos. Lo que no estuviese listo se quedaría por hacer hasta que regresaran. Todo el mundo debería estar tenso, pero Zaine se sorprendió de encontrarles menos nerviosos de que deberían.

– Es porque confían en Jason – le dijo Ayala.

La niña estaba parada a su lado en completa armadura ligera. Se había cubierto el rostro con una mascarilla negra que alejaba los insectos y le aseguraba camuflaje. Las dagas sujetas en el cinturón de su cadera y la espada de un solo filo a la espalda. El mismo tipo de espadas que el jefe de los mercenarios había ordenado repartir.

– Siempre hemos hecho lo que dice y todo ha ido bien – anunció la niña.

La multitud se encontraba en el suelo del bosque. Aguardando la presencia de su líder para ser despedidos por los niños. En su mano, la chiquilla sujetaba las riendas de June, a quien seguían las hembras de venados que iban a llevar. Todas cargadas de provisiones, comida y agua.

Crónicas de la Superficie: Los CondenadosWhere stories live. Discover now