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—Esta tarde vamos a arreglarle el diente a tu amigo.
Casi me atraganto con el arroz, lo que no recomiendo a nadie. Una vez los granos fueron por mal sitio y acabé soltando uno por la nariz. La tuve irritada durante varias horas.
Así que tomé mi taza de té y le di un largo sorbo mientras trataba de hacerme la tonta en el desayuno.
—Ah, qué bien —murmuré al cabo de un rato.
Negar que no sabía que se referían a Ezra no hubiese sido creíble.
—Se pasó el otro día por la consulta con su hermana —continuó mi padre—. Parecía educado.
—Ya os dije que es un buen chico.
—Sí, eso parece —añadió mamá—. Y también guapo.
Esta vez, lo que casi escupo es el té. Noté el calor subiendo por mis mejillas y traté de refrenarlo. Así que me puse a la defensiva.
—¿Qué estáis insinuando?
—¿Nosotros? Nada.
—Nos preguntó por ti —agregó papá.
Eso todavía me sorprendió más.
—¿Por mí?
—Sí. Quiso saber si también irás al viaje de fin de curso.
—Oh.
—Tiene una buena dentadura, sin caries. Y se lava bien los dientes.
Me encogí de hombros totalmente incómoda, aunque lo cierto es que yo ya sabía eso. Me había fijado demasiado en su boca.
Necesitaba salir de aquella cocina cuanto antes, así que apuré lo último que me quedaba de té mientras me ponía de pies.
—¿Ya te vas?
—Sí o llegaré tarde a clase.
Mis padres intercambiaron una mirada, pero no me quedé allí a esperar que comenzaran un interrogatorio. Bastante vergonzoso era que creyeran que entre Ezra y yo había algo.
Es que lo hay, idiota.
Terminé de prepararme para clase y salí a tomar el autobús, aunque la conversación todavía pesaba sobre mis hombros.
Además, sabía que si les contaba cualquier cosa cercana a la realidad, pondrían el grito en el cielo. Nada de novios hasta la universidad continuaba siendo una regla.
—Estás en las nubes hoy.
Cerré la taquilla y miré a Carla. Estaba igual de guapa que siempre, con un top rosa con bordados de flores, el pelo arreglado y el maquillaje discreto pero impoluto. También me sonreía, pero podía ver un pequeño matiz de tristeza en sus ojos.
