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Estar enamorado es tratar de alcanzar el cielo a través de una mujer. Uc de St. Circ, trovadora del siglo XIII, de The Women Troubadours (Las trovadoras), trad. y ed. Meg Bogin

Presente, Abadía de Santa María d'Ormarc, Ormarc (Mediodía Pirineos), Francia

—Y como sabe, ésta es la biblioteca de manuscritos del convento. La reverenda madre me ha pedido que la ayude en su investigación si lo necesita.

La alta figura enfundada en un hábito negro señaló con un gesto los estantes llenos de volúmenes encuadernados en cuero y pergaminos enrollados que cubrían la pared del fondo de la pequeña sala. El movimiento de la mano de la monja era preciso, eficaz y sin la floritura de más que se podría haber esperado de alguien que estaba mostrando, al menos para Gwenhwyfar Morrison, un tesoro que superaba todo lo imaginable.

Por insignificante que fuera el gesto, Gwenhwyfar se encontró atrapada en él: el ligerísimo movimiento de la muñeca de la mujer, los dedos largos y esbeltos extendidos ligeramente para señalar los estantes esmeradamente cuidados, la extraña gracia, la pasmosa elegancia de músculos, sangre y huesos, todo aquello la impactó con la fuerza de un cuchillo clavado en el pecho, distrayéndola por un momento del contenido de los atestados estantes. Por amor de Dios, Gwen, haz el favor de concentrarte. La monja se volvió para mirarla. Claro que esos ojos azules y esa sonrisa radiante tampoco me ayudan mucho.

La monja alzó la ceja por debajo del velo de su oscuro hábito mientras observaba a la rubia, como si oyera los pensamientos de Gwen.

—¿Está usted bien, doctora Morrison?

Gwen sonrió débilmente.

—Todavía no me he doctorado, sor Agustín. —Recalcó el título de la mujer alta, obligando a su distraída mente a centrarse en la situación en la que estaba—. Por favor, llámeme Gwen. Gracias por su hospitalidad y por ofrecerse a ayudarme.

La monja se inclinó ligeramente

—La reverenda madre me ha dispensado de manera especial de mis deberes por si usted necesita mi ayuda. Algunas otras hermanas hablan inglés, por si hay alguna emergencia.

—Parece usted de Estados Unidos, hermana. ¿Ha pasado un tiempo allí? ¿Estudió allí?

Sor Agustín se volvió a inclinar, esbozando con los labios una mínima sonrisa, y una vez más, Gwen se quedó maravillada por la impresión de sus elegantes movimientos, a pesar de su figura alta y casi desgarbada, cuya imponente estatura quedaba aún más de relieve por el paño negro que cubría a la mujer de la cabeza a los pies.

—Nací y me crié en Los Ángeles antes de profesar en Santa María d'Ormarc. Es una coincidencia asombrosa que, siendo paisanas, nuestros caminos sólo se hayan cruzado en un convento al pie de los Pirineos.

—Los designios de Dios y la universidad son inescrutables —contestó Gwen con una sonrisa humorística al tiempo que se encaminaba a las estanterías—. Sin querer faltar al respeto, pero supongo que eso debería haberlo dicho usted.

Oh, vale ya, Gwen. Estás en un convento en Francia —prácticamente en medio de la nada— con una beca de investigación que podría determinar el futuro de tu carrera académica, y te dedicas a tontear con una monja despampanante de ojos azules. Basta. Tu madre se sentiría humilladísima.

—¿Gwen? Le ruego que me disculpe, pero creía que la reverenda madre me dijo que se llamaba...

La rubia asintió al tiempo que cogía con cuidado un volumen encuadernado de un estante. Se dirigió a la gran mesa que ocupaba el resto de la estancia.

LANGUEDOCWhere stories live. Discover now