Nosotros

149 12 0
                                    

—Estoy loco ¿no? —me preguntó, afectado, mirándose al espejo sentado desde su silla. 

Estamos en su casa, en tu casa, amigo. También es tu sala de barbería y peluquería. 

Hacía ya unos seis años que levantaste este lugar con tus propios recursos, cuando decidiste que ya no ibas a depender de tus padres. Una manera inteligente y valiente de desligarte de quienes tanto te lastimaron. Así que, hiciste de tu casa, el lugar donde empezaste a trabajar con mucho entusiasmo. Siempre admiré esa parte tuya. Nunca te lo dije pero, siempre estuve orgullosa de lo que lograste con todas tus ganas y esfuerzo. Aunque nunca dejé  que me cortaras el pelo a pesar de que siempre me molestabas e insistías en querer hacerme un peinado, asegurabas que no me iba a arrepentir. 

Debí dejarte hacerlo. Estaba segura de que no me harías un desastre, solo estaba insegura. Muy insegura. Como lo estoy ahora. 

—Los dos lo estamos —respondí.

Yo estaba sentado en su sofá, al costado de su escritorio donde el desastre de sus materiales de peluquería estaban esparcidas por toda la mesa.

—Vos parecés estar mejor que yo. 

—Eso sí —admití—. Tengo más autocontrol porque me conozco mejor. Pero no significa que no me cueste cada día que pasa.

Soltó un largo y pesado suspiro. —Intenté conocerme, conocer esto que me pasa. 

Junté mis cejas, mirándolo con reproche. —Mentís. O no hiciste lo suficiente. 

Se recargó contra su silla, afligido. Dibujó una sonrisa en su rostro, mirando al suelo como si fuera lo más entretenido. 

—Que cruel. 

Es cierto, estaba siendo cruel con él. Después de todo, no era su culpa.
No es su culpa, me recordé. —Perdón, es que... no puedo salvarnos a los dos.

—Quisiera que pudieras hacerlo.

—Lo sé —. Estiré mis piernas arriba del sofá para ponerme más cómoda, y simular que era un diván, con la vista al techo. 

—Soy muy débil.

—No, no lo sos. Somos sobrevivientes, hacemos lo que podemos. 

—Es que, a veces... estos episodios que tengo... —, lo interrumpí.

—No lo controlás, por más que quieras, no lo podés hacer. Solo pasa. Y no es tu culpa.

—Es difícil saber cuando pasa y cuando no. Cuando estás adentro de estos episodios. 

—Lo sé.

—¿Cómo hacés vos? ¿Cuándo te das cuenta? —, sentí su mirada. 

Me tomé mi tiempo para responder, buscando una explicación adecuada, aunque en realidad no lo había. 
—Porque distingo mis síntomas.

—Y si lo sabés ¿podés evitarlos? 

—No.

Suspiró de nuevo cargado de desilusión. —¿Cuáles son los míos?

—Ya te dije antes, pero no me prestás atención.

—Perdón.

Hubo unos minutos de silencio, pero no era incómodo, ambos estábamos luchando con nuestros pensamientos. Hasta que dije. —No podemos seguir así.

—Más bien, no podés seguir así —, me acusó. 

Mis músculos se tensaron, algo estaba pasando. —...No quiero seguir, y punto.

Las Partes de míOnde histórias criam vida. Descubra agora