Capítulo 36. | PENITENCIA.

132 8 8
                                    

Para meteros más en el ambiente podéis escuchar la canción de arriba.


Un día antes de la boda.

Zara Di Ángelo.

Miré decidida la imponente arquitectura que se cernía ante mí. Se trataba de la catedral más famosa de Sicilia, la catedral de Palermo. Una arquitectura datada en 1185, con una gran diversidad de estilos arquitectónicos; bizantino, árabe, renacentista y neoclásico. Actualmente considerada patrimonio de la humanidad y con todo eso, el lugar en el que se iba a celebrar mi boda.

Me quité las gafas de sol y las guardé en mi bolso. Volví mi vista hacia el pórtico de tres arcos y suspiré. Era un sitio majestuoso, quizás demasiado para una boda no deseada. La catedral estaba construida en una explanada ajardinada, perfecta para toda la cantidad de personas que estaban dispuestas a asistir.

Noté movimiento a mi lado, Trece se había quitado la chaqueta quedándose en manga corta. No sabía cómo había accedido a venir a ver el lugar del enlace, tenía la esperanza de que fuese un lugar horrible del cuál me podría olvidar por completo pero, para nada, tenía que ser en el sitio más extravagante de Palermo.

— ¿Qué opinas? – Trece rompió el silencio. Me mordí el labio inferior sin saber qué decir.

— Si fuese en otras circunstancias me sentiría como una reina pero, ahora me siento mal por tener que manchar un lugar tan precioso. – Suspiré.

Trece rió.

— Cariño, estos lugares ya están manchados desde hace muchísimo tiempo.

Ignoré el comentario, eso no me hacía sentir mejor, tenía la intuición de que lo que pasase en este lugar el día de la boda me iba a perseguir por siempre. Teníamos mucho que perder pero, también mucho que ganar.

Según Trece, nadie sabría que íbamos a ser nosotros los asesinos de Enzo y Bastián, los peces gordos que eran un grano en el culo. Y esperaba que fuese así, que mañana acabase todo. Yo solo tenía que ceñirme a mi papel, ser una novia "feliz" y esperar el momento adecuado. Confiar en Trece.

¿Confíaba en él?

Viré la cabeza hacia el rumano que no quitaba ojo de la entrada. Al momento me miró y sonrió despreocupado.

No lo sabría nunca. Después de todo nuestra relación se basaba en conocer profundamente la peor parte del otro.

Con decisión y sin más preámbulo caminé hacia el interior de la catedral con Trece a mis espaldas. Si el exterior era precioso el interior era imponente, no podía alejar la vista de los pilares que sostenían la nave central, cada pilar albergaba una estatua renacentista. Siempre me había interesado el arte pero, desafortunadamente, no estaba en una buena situación como para admirarlo bien.

La catedral, a pesar de ser un sitio turístico, no se veía mucha gente en ese momento, habíamos elegido una hora dónde la gente estaba todavía comiendo. Agradecí internamente la soledad, pues dentro de poco eso iba a cambiar, no me imaginaba todo el barullo que crearía la ceremonia. Trece caminó lentamente hacia una pila de agua bendita y mojando dos dedos en el agua se santiguó como si lo hubiese hecho toda la vida. Lo miré alzando una de mis cejas, solo yo sabía que ese movimiento no tenía nada de puro.

Divisé en una esquina apartada un confesionario de madera, dónde una señora mayor se encontraba de rodillas. Esperé el momento adecuado en el que la mujer se santiguaba y se iba. Me mordí el labio inferior y dirigiéndome hacia allí aproveché para hacer algo que jamás pensé que haría: confesarme.

Bienvenida a mi infierno [+21] ✅ |PRÓXIMAMENTE EN FÍSICO |Where stories live. Discover now