Capítulo 33. | A su merced. +21

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Zara Di Ángelo.

La mujer no dejaba de parlotear mientras me enseñaba una cantidad de vestidos innumerables. Vestidos que no se acercaban para nada a mis gustos. Mientras ella hablaba, yo me dedicaba a pasar la mano por el plástico que cubría los vestidos, pensando en que cualquiera me podría valer en esta ocasión. Pero, a pesar de ser un mal momento, mi mente no se conformaba. Elegir me agotaba.

Después de enterarme de que Bastián quería celebrar la boda cuanto antes no tuve otra opción que darme prisa para elegirlo todo, debido a que me puso una chica excesivamente irritable para que me ayudase a elegir todas las cosas, según él " cuanto antes estuviésemos casados, mejor". Según yo: cuanto antes estuviese muerto, mejor. Por lo que a mi pesar aquí estaba, con una chica haciendo de perrito todo el rato a mis espaldas, sin separarse ni para ir al baño y todo para hacer ese paripé.

— Cariño, estás más seria de lo normal, ¿no te hace ilusión la boda? — La pregunta de la asesora de la tienda me espabiló ligeramente.

No. No me hacía ilusión.

— Sí. — Forcé una falsa sonrisa. — Son los nervios.

Noté como la chica que había mandado Bastián, llamémosle doña urraca, entrecerró los ojos. Solo llevaba la mitad de la mañana conmigo y ya quería ahorcarla con mis propias manos.

— Genial, porque tengo varios vestidos que deberías probarte, estoy segura de que te harán una buena figura. — La señora mayor cogió tres vestidos diferentes y sin preguntarme, me tendió el primero casi empujándome al probador.

Mientras me metía dentro del probador doña Urraca me detuvo para volver a preguntarme.

— ¿Sabe ya de que color quiere las flores? — Inquirió con su voz chillona.

Me mordí el interior de mi mejilla aguantando mis ganas asesinas.

— Me lo has preguntado cuatro veces. — Reproché intentando que viese que era muy pesada. Puso mala cara.

— Es que necesito... — Le corté a media frase cerrando la cortina en sus narices.

Que pusiese las flores que les diese la gana, me importaba bien poco aquella boda. Comencé a probarme los vestidos, uno era de encaje, pegado al cuerpo como una segunda piel, era sexy pero no iba conmigo.

El primero era corte de sirena; ajustado al cuerpo hasta las rodillas y luego una amplia falda. Era bonito pero no me terminaba de convencer, aún así salí fuera para que los demás pudieran opinar. En cuanto salí a la sala de descanso, Cezar, Minerva y Louis levantaron la mirada para centrar su atención en mí. Atención que me puso bastante nerviosa.

— ¿Y bien? — Di una vuelta en mí para que pudiesen analizar el vestido.

Minerva fue la primera en hablar.

— Te queda genial ir vestida así pero no te hace justicia el vestido. — dijo pensativa.

— A mi me gusta. — Soltó Louis.

— Louis, a ti te han gustado todos los vestidos que has visto desde que entraste. — Refutó Minerva.

Louis se encogió de hombros sonriendo.

Miré a Cezar para una tercera opinión. Éste se había quedado ligeramente sorprendido al verme salir así. Desde que se había enterado de la boda, Cezar había estado muy distante, tanto que prácticamente no me había dirigido casi la palabra en estas dos semanas. Si dijese que no me había afectado mentiría, lo consideraba un buen amigo y a pesar de que varias veces había intentado hablar con él y explicarle las cosas, se negó rotundamente a escuchar.

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