Epílogo.

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La canción de arriba es Little Freak de Harry Styles por si no podéis verla. Os recomiendo escucharla mientras lo leéis. Disfrutad tanto como yo escribiéndolo.


Ocho años después.

El sol se ocultaba lentamente en el horizonte, pintando el cielo con tonalidades cálidas y doradas. La luz del sol filtrándose entre las hojas del frondoso árbol creaba una especie de mosaico en mi rostro. Mis ojos, de un ámbar intenso, observaban con tristeza y nostalgia la pequeña cruz que se erguía en la base del árbol.

El árbol estaba rodeado de flores silvestres, creando un ambiente de serenidad y paz. Parecía tener vida propia, sus ramas se movían con el viento, creando un sonido reconfortante que me envolvía en un abrazo invisible.

Mi historia ha sido una montaña rusa emocional. He sufrido pérdidas inimaginables, he enfrentado desafíos que me han llevado al límite de mi resistencia y he tenido momentos de profundo dolor. Después de todo esos años puedo decir que se ha acabado todo, que he sobrevivido a mi destino y que por primera vez soy dueña de mis decisiones.

Agarré fuertemente la mano de Elijah y éste me miró expectante con su heterocromía. Había nacido con un ojo ámbar y otro verde, una rareza impresionantemente bonita que me iba a recordar siempre de dónde procedía. Elijah nació poco después de aquel incidente en la catedral, en cuanto me llevaron al hospital me dijeron que estaba embarazada y que por suerte, el bebé estaba bien. En ese momento me sentí extrañamente rara, era consciente de que no solo podía haberme matado a mí, si no también a su propio hijo. Desde ese momento supe que la vida me había dado una segunda oportunidad con la condición de condenarme a recordarlo cada vez que mirase a Elijah, pues había heredado casi todo de su padre, pero estaba segura de que no era como él. Ni mucho menos.

Nos sentamos en la hierba debajo del árbol aprovechando para cerrar los ojos. Escuché el sonido de las hojas meciéndose al viento, como si me hablaran en un susurro. Hasta que una voz me sacó de mi ensoñación.

— ¿Este colegio es de este señor? — Dijo Elijah observando la cruz de mármol. Asentí abriendo los ojos.

— Era uno de sus sueños, siempre quiso construir uno para que otros niños tuvieran la oportunidad de aprender.

Expliqué mirando la cruz. Recordé aquella conversación como si fuese ayer.

— ¿Era buena persona? — Interrogó con curiosidad.

Asentí sonriendo.

— Era una de las mejores. Te hubiese encantado conocerlo. Siempre estaba dispuesto a ayudar, incluso cuando no estaba en su mano. — Hice una pausa sintiendo algo de nostalgia.

Sonrió. Elijah tenía una sonrisa preciosa.

De un momento a otro una voz aguda llamó nuestra atención.

— ¡Tita Zara! ¡Tita Zara! - Una niña rubia de apenas cinco años corrió hacia mí envolviéndome en un abrazo. Con gusto se lo devolví. — ¡Qué ganas tenía de verte!

— Dios pero qué grande estás. — le dije sonriendo ampliamente. — Yo también. ¿Y tus papás?

La niña levantó su pequeño dedo y señaló detrás de ella. En ese momento pude vislumbrar dos siluetas agarradas de la mano acercándose y en el momento en el que distinguí la cabellera rubia de Cezar sonreí. Me levanté aún agarrando la mano del niño. Minerva soltó la mano de Cezar y vino corriendo a abrazarme.

— Sigues igual de guapa, menuda zorra. — susurré. Ella sonrió.

— Tenía unas enormes ganas de verte, bueno, teníamos. — Sonrió mirando hacia su hija.

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