𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟑

15 4 10
                                    

𝐴𝑠𝑖́ 𝑞𝑢𝑒 𝑑𝑎𝑚𝑒 𝑡𝑢 𝑏𝑒𝑠𝑜, 𝑎ℎ𝑜𝑟𝑎. 𝑁𝑜 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑟𝑜 𝑝𝑒𝑛𝑠𝑎𝑟
𝑒𝑛 𝑠𝑒𝑔𝑢𝑖𝑟 𝑠𝑖𝑛 𝑒𝑙𝑙𝑜. 𝐸𝑠 𝑠𝑜𝑙𝑜 𝑎𝑚𝑜𝑟, 𝑛𝑎𝑑𝑖𝑒 𝑚𝑢𝑒𝑟𝑒.
𝐼𝑡'𝑠 𝑂𝑛𝑙𝑦 𝐿𝑜𝑣𝑒, 𝑁𝑜𝑏𝑜𝑑𝑦 𝐷𝑖𝑒𝑠 – 𝑺𝒐𝒇𝒊́𝒂 𝑪𝒂𝒓𝒔𝒐𝒏.


La semana vino y se fue. Tan fugaz como la lluvia de meteoritos que avistaron para el miércoles. Uno pensaría que estar rodeado de colinas desérticas y casas del gobierno ultra secretos sería algo fascinante, pero era lo opuesto a eso. Era absurdamente aburrido.

Colorado no tenía nada de interesante aparte del Jardín de los Dioses —claro, si ignorabas el Jardín Botánico en Denver, o el Monumento Nacional, o las Montañas Rocky... en realidad, tenía muchos sitios para turistear, pero ninguno como el Garden of the Gods. Esa era mi odisea—, que se parecía más a un montón de rocas rojas con formas amorfas decorando el lugar que un jardín para los Dioses, pero, por algún motivo, atraía bastantes visitas de los turistas.

Amaba El Paso por lo mismo. No había poder sobre la tierra que pudiera sacarme de aquí... excepto tal vez, Saturno, pero como ambos habíamos establecido una vida bastante fácil en la ciudad, dudaba mucho que nos mudásemos para otro lado.

Miré a mi hermano, quien estaba moviendo la cabeza al ritmo de la música que sonaba por los altavoces de la radio mientras nos conducía fuera de Colorado Springs. Según él, si queríamos conseguir una buena cocina para mamá, era mejor buscar en la capital. Los pueblos alrededor claramente tenían buenísimas marcas de electrodomésticos, pero los precios se triplicaban debido a la ubicación, por lo que era más fácil ir a comprar directamente de Denver que hacer un pedido hasta Colorado Springs. Y de todos modos ¿no podíamos haberlo comprado en Arizona, que era donde vivía mamá? Arrastrar una cocina por todo un Estado solo para llevarlo a otro parecía muy molesto, pero Satarn había insistido en que los regalos no valían nada sin un poco de esfuerzo. Sus palabras exactas, no las mías.

—¿No podríamos conseguirle un nuevo juego de sofá, ya que claramente pasa más tiempo acostada ahí que en su propia cama? Ya sabes... —es algo que sí usaría, quise decirle, pero me contuve.

—Anthe, casi incendiaste su casa la navidad pasada tratando de prepararle un desayuno. Dañaste cuatro de las seis hornallas de su cocina cuando los llenaste de gas de extintor para apagar el fuego. Creo que una cocina le serviría más... ¡Incluso si no lo utiliza ella misma! —Se apresuró en interrumpirme.

—No eres divertido —dije, haciendo un puchero.

—Qué bueno que no estoy para hacerte reír —fue su respuesta. Le saqué la lengua y vi como la comisura de sus labios se elevaba en una sonrisa. —Mira, no hago esto para frustrarte —dijo en voz baja, doblando hacia la estatal. —Pero ella es exigente en cuanto a los regalos. Mostrará su disgusto de forma abierta si su sorpresa no llega a ser lo que espera.

Suspiré, mirando por la ventana del coche. Él tenía razón. Mi madre era bastante... especial. No le gustaban los regalos baratos porque decía que eso significaba que la otra persona no lo había preparado de antemano.

Quizá por eso ella y mi padre no habían funcionado. Por un tiempo, realmente creí que se querían, pero a veces, las discusiones en susurros bajos se elevaban a un tono más duro y alto. Nunca fueron a los golpes, pero mi padre tuvo que irse a dormir fuera varias veces para evitar seguir discutiendo. Cuando eso sucedía, mi hermano solía levantarse de las escaleras, donde estábamos sentados escuchando las diatribas parentales, para llevarme a nuestras habitaciones —la suya, para ser exactos—, entonces, pondría un disco de Roxette y me animaría a cantar con él.

❱ 𝐒𝐀𝐓𝐔𝐑𝐍𝐎 & 𝐀𝐍𝐓𝐇𝐄. ╱ 𝙪𝙥𝙙Where stories live. Discover now