Kilig

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Disclaimer: Los personajes de Naruto son propiedad de Kishimoto. La historia es de El Reino.

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Día 11: Kilig (Tagalo)

"La deliciosa sensación que se siente cuando ocurre algo romántico"

Hinata consultó su reloj una vez más. Frunciendo el ceño ante las sombras que se alargaban junto a las escaleras al aire libre, se debatió entre seguir o intentarlo en otro momento. La axila le palpitaba, recordándole lo incómodo que fue caminar hasta aquí y con un torpe contrapeso en la otra mano.

Eso hizo que se decidiera. No quería lidiar con la muleta y con su regalo.

Hinata depositó su carga en el suelo, junto a la puerta del apartamento. Trabajo hecho; comenzó a dirigirse hacia las escaleras, su nueva némesis. Echaba de menos los días en los que podía saltar por ellas.

A mitad del pasillo, una voz la detuvo.

—¿Hyūga?

Hinata se giró lentamente para mirar a Sasuke. Estaba de pie frente a la puerta de su apartamento, con las llaves en la mano y la confusión pesando en su rostro. No llevaba su bata médica, solo una camiseta azul marino y un pantalón blanco. Al ver un par de pequeñas manchas de sangre en los dobladillos, se dijo mentalmente que debía ignorarlas.

Se acercó lentamente. Sinceramente, habría estado completamente bien sin tener que hablar con Sasuke. No tenía mucha experiencia en enamoramientos, aparte de Naruto, y no tenía ganas de convertirse en un desastre de sonrojos como antes.

Pero fue capaz de sonreírle sin sentirse demasiado superada por los nervios.

—Hola.

—¿Necesitas algo? —preguntó él una vez que ella se puso al frente.

Ella se movió incómoda, más por la muleta que por la timidez.

—No —apuntando la cesta con la cabeza, se explayó—. La he traído para ti.

Él parpadeó sin comprender, pero no hizo ningún movimiento para tomarla.

—¿Qué es?

Hinata resistió el impulso de reírse. La inspeccionó como si le hubiera traído una serpiente en lugar de un regalo.

—Es mi disculpa y un agradecimiento —cuando él la miró para discutir, ella levantó la mano. No lo dejo hablar—. Hay que reconocer que esa vez fui muy mala. Y luego fuiste muy útil el otro día. Es justo que te lo agradezca.

—Solo hacía mi trabajo —refunfuñó él.

Se concentró en abrir su puerta. Ella observó cómo él tomaba la cesta y hurgaba debajo de la manta.

No pudo leer su rostro.

—Bueno, espero que te gusten al menos algunos de los artículos que contiene. Nos vemos.

Su cabeza se levantó rápidamente, como si no se hubiera dado cuenta de que ella seguía allí. Hinata retrocedió y los ojos de él se entrecerraron al hombro que fijaba la muleta en su sitio.

—Nunca te di esas almohadillas para muletas, ¿verdad? —preguntó—. Tengo algunas en mi apartamento. Ven, podrás sentarte un minuto. ¿Cuánto tiempo estuviste esperando?

Ella ignoró sus dos preguntas y negó con la cabeza.

—No tienes que darme nada, gracias. De todos modos, no voy a tener la muleta durante mucho tiempo.

Todo el mundo resplandeceWhere stories live. Discover now