Me declaro culpable preciosa.

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Aitana miró fijamente a Sebastián y le sonrió en su boca, ese hombre definitivamente la enloquecía.
-¿De verdad te gusto?, ¿o solo me lo estás diciendo para que me calle?
Sebastián sacó su lengua y la paseo por los labios de ella, dándole un suave lametón antes de introducirse en su boca.
-Me estás volviendo loco, ¿lo oyes? ¿verdad que lo oyes? ¿Eh?
Aitana asintió, y por primera vez desde que se conocían ella le reconoció algo:
-Me pones muchísimo.
Sebastián sonrió de nuevo, había caído en la cuenta que desde que la conocía no paraba de sonreír, que se sentía malditamente bien cuando estaba con ella.
Cuando la hacia cabrearse de mil maneras, cuando hacia que se pusiera colorada por la vergüenza, o bien, porque estaba irritada con él.
Ella, nadie más que ella enloquecía todo su sistema nervioso, era oír su voz y ponerse en tensión porque no era dueño de sus actos.
A penas la conocía, sabía que era una cantante famosa y que acababa de romper con su novio. Pero nadie sabía que era apasionada, que cuando se enfadaba se ponía hecha una fiera, y que cuando la tenía así como la tenía ahora mismo ponía una cara de ratona que solo hacía que la quisiera proteger y no permitir que ningún hijo de puta le pusiera una mano encima. 
¿Pero que estaba diciendo? No podía encariñarse con ella, ella pronto desaparecería de su vida.
Lo que no sabía cuáles eran los planes de Tyson, aunque se los podía imaginar.
-¿Así que te pongo? ¿eh?
Aitana asintió pero cuando él fue a decir algo ella cayó dormida en un profundo sueño.
Al siguiente día Sebastián abrió los ojos y se encontró con Aitana encima de él con su cabeza descansando en su pecho, se veía tan bonita, tan dulce y tan tranquila.
Con eso último Sebas sonrió, porque la niña era de todo menos tranquila.
Aitana se fue despertando poco a poco y se sobó los ojos con las manos, cuando se dió cuenta en donde estaba parada se levantó inmediatamente mirando a Sebastián mientras le tiraba dagas con los ojos.
Sebas la miró todo lo relajado que pudo, se levantó del suelo y se quitó la camiseta para darse una ducha.
Aitana fue tras él pidiéndole explicaciones.
-¿Me puedes decir que pasó anoche?
Sebastián se dió la vuelta para encararla:
-¿De verdad no lo recuerdas?
Aitana negó con la cabeza, realmente no recordaba absolutamente nada.
Sebastián la miró y esta vez su sonrisa hizo acto de presencia, tenía pensado en sacarla de sus casillas y no dudó ni un momento en hacerlo.
-Pues tú y yo anoche la pasamos muy bien, es una pena que olvides como nos besamos.
Aitana se puso colorada de la vergüenza y se temió lo peor, ella esperaba no haberse ido de las manos.
-¡Eres un cerdo!
Sebas asintió, y le dijo:
-Si, preciosa, cómo quieras.
-No te soporto, eres lo peor que me ha pasado.
Sebas ocultó la punzada de dolor que sintió en el pecho al oírla hablar así.
-¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio!
Dijo Aitana mientras golpeaba el pecho de él, y Sebas la paró en seco agarrándola por los brazos:
-Tranquila, niña, tranquila.
Aitana dejó caer una lágrima y Sebas se la limpió con el pulgar.
-Joder, ya te he dicho que no me gusta que llores.
No llores, por favor.
Aitana escuchó su súplica, y lo miró fijamente sin saber descifrar que era lo que él estaba pensando.
-Suéltame.
-Solo si me prometes que no vas a llorar.
-Está bien, no lloraré.
Sebas la soltó poco a poco, y cuando Aitana se fue alejando él la agarró del brazo.
-Lo siento, no quise que te pusieras así.
A veces no sé lo que digo o hago.
-Descuida.
-Descuida tú.
Le sonrió él haciendo que Aitana hiciera lo mismo, ella volvía a estar relajada.
Cuando ella salió de la estancia él lo tenía muy claro, una niña como ella jamás estaría con un delincuente como él.
-¡Ay, muñeca, muñeca!
Aitana entró en la cocina, tenía demasiada hambre, así que cogió un trozo de pizza que trajo Sebastián el día anterior y lo metió en el microondas.
No era un desayuno sano ni equilibrado, pero con eso por hoy tendría que bastar.
Cuando sebas terminó de la ducha ella hizo lo propio, se sentía malditamente bien bajo el chorro del agua y lo disfrutó como nunca en su vida.
Cuando salió del agua ella fue a buscar en las bolsas que trajo Sebastián, y sacó un enorme polerón negro y se lo puso.
Cuando salió del baño Sebastián le soltó un soplido haciéndole saber que le gustaba lo que veía.
Aitana lo miró y resopló, definitivamente ese hombre nunca se cansaba de sacarla de sus casillas.
-Me alegra ver que he acertado con tu talla, espero haber hecho lo mismo con todo lo demás.
Aitana cayó en la cuenta de que le exigió que le comprara unas bragas, ¿pero dónde le había quedado la vergüenza?
No lo entendía, aunque supuso que todo eso se definía en que la necesidad te hacía pedir cosas que jamás uno se hubiera imaginado.
-Si, también lo has hecho con todo lo demás.
-Me alegro.
-Y yo de que te alegres.
Sebastián la miró riéndose.
-¿Siempre tienes que decir la última palabra?
Aitana le lanzó una mirada cabreada.
-¿Y tú siempre tienes que ser tan gilipollas?
Sebastián se rió más fuerte.
-Malhablada. Y además, no se insulta a quien manda, recuérdalo.
Esta vez fue Aitana quién se echó a reír.
-¿Y quién dice que tú eres el que manda?
Sebastián se acercó a ella, y acercó tanto su cara que sus narices estaban prácticamente chocando.
-¿Quién ha sido el que te ha secuestrado? Yo, ¿verdad?
Y Aitana por supuesto le replicó:
-Pues para haberme secuestrado no lo parece, ¡eh!
-¿No me digas que te va el rollo sadomasoquista?
-Para nada.
-Ya, ya.
-¡Ay, piensa lo que quieras! me agotas.
-Te cabreas con demasiada facilidad, ¿o es eso lo que me parece a mí?
-Normalmente soy una persona tranquila hasta que te conocí.
-Entonces me declaro culpable, preciosa.

SecuestradaWhere stories live. Discover now