cuatro

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Los ojos de Eru se clavaron en las gruesas venas del árbol, allí en su balcón. El millar de ríos dejaba caer sus suaves gotas verdes cada vez que el aliento del sol lo acariciaba. El Omega observó la corteza dorada por los rayos, los pequeños pájaros que musitaban en aquel amanecer caliente. Se removió, recostado sobre almohadones en el suelo. A su lado, el aroma del lobo se hizo más fuerte.

Lyokhat pintaba el dibujo de una flor que Eru había hecho el día anterior. El pequeño a su lado lo miró en silencio, notando que la luz le llegaba a la piel de aquel heredero de la luna. Su cuerpo era grande, fuerte, tal vez el aura intimidante que pertenecía a la sombra de las nubes o a los árboles de invierno. El castaño se volvió, acariciando su propio vientre. Ambos estaban desnudos, sin pudor, vergüenza alguna. El pequeño miraba al más grande con ojos risueños, prendidos, bañados en un instinto que se había vuelto como llamas incontrolables.

Eru se sentía completamente sediento de aquel. Sus más puros deseos lo guiaban a entrelazar sus piernas, a tentarlo. Suavemente sus ojos se diltaron, acercándose más. Vio de soslayo el delicado trabajo que Lyokhat hacía en su hojas. De repente, su interés se desvió, asomándose como un animalito hacia el lobo.

—Qué bonito eso que haces —murmuró—. ¿Me ayudas a dibujar?

Lyokhat lo miró apenas, olisqueando el aire. Su cabello negro estaba levemente trenzado y suaves mechones cayeron por su frente cuando se volvió, mirando su cuerpo desnudo una vez más.

—Hueles a que te quieres aparear —confesó, Eru se sonrojó, riendo bajito. El Omega se acercó, besando la mejilla del lobo.

—No es así.

—Sí es así, de aquí se siente el aroma de tu lubricante —Lyokhat pintó una hojita de la flor. Eru, en cambio, se sentó, mirando entre sus piernas lo que efectivamente era un líquido espeso y transparente, suavemente lo acarició con los dedos.

—Sé que es importante, pero me incomoda estar así todo el rato —Lyokhat lo jaló suavemente contra los almohadones, ambos se miraron. El lobo acarició el brazo del Omega, hasta llegar a su mano, a sus dedos húmedos.

—Es normal, el instinto es involuntario. Es porque reaccionas a mi aroma, a mí.

—¿Estaré así para siempre? —preguntó el Omega, pálido.

—No... es porque hueles mi deseo —Lyokhat lo besó, sus labios se encontraron, lento. Eru se estremeció, entrelazando sus brazos en el cuello ajeno. El Omega empujó al lobo contra los almohadones, y cuando se separó extrañas sensaciones burbujearon en su estómago. Algo diferente y familiar, que solo nacía cuando este se encontraba cerca. Eru sintió la calidez de los rayos de luz chocar contra su rostro, su cuello. Su cabello castaño lucía igual que el oro ante ese amanecer. La mirada del pequeño se dilató, sus dedos delgados tomaron la mano izquierda de aquel y con un pesado deseo lo presionaron contra su entrada.

Eru cerró los ojos, soltando un jadeo por lo bajo. Sus dedos recorrieron las venas marcadas de aquel brazo, mientras los dedos de Lyokhat se hundían en su interior. Los ojos negros de aquel lo miraban entero, mientras el Omega se fundía en temblores y jadeos. El castaño apoyó las manos en el pecho blanco, sintiendo las cicatrices. Cuando se levantó, apenas, los dedos del lobo estaban bañados en su propia humedad. Las mejillas del pequeño se volvieron más rojas, el aire cálido removió sus rizos y ambos se unieron en un fuerte beso cuando Eru se subió sobre la pelvis del lobo. El más grande lo apretó entre sus brazos, encontrándose sus lenguas, su propia calidez.

—Quiero... sentirme bien aquí —susurró Eru por lo bajo, entre el beso, mientras guiaba la mano del lobo a su vientre. Entre sonrrojos, el Omega obtuvo lo que quiso. La suave y lenta unión le sacó los gemidos más dulces, lentos. Los ojos brillantes de Eru estaban bañados en deseo, en sentimientos que hacían que algo en su interior ronrroneara a gusto. Sus piernas temblaban de suaves espasmos, mientras Lyokhat le guiaba los movimientos en las caderas. El castaño bajó la mirada, los dedos gruesos del hombre le apretaban la carne y lentamente veía cómo Lyokhat lo reclamaba en la intimidad. El deseo, el calor, las sensaciones que envolvían su cuerpo y le nublaban la cabeza hacían que Eru pensara en ello cada momento que lo tenía cerca.

El anhelo de Eru Where stories live. Discover now