Capítulo 1

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Mi nacimiento significó la muerte de mi madre, así que entiendo cuando me llaman "repugnante". Prefiero eso a la indiferencia.

Los golpes y los gritos están bien, son soportables. Al menos siento que están al tanto de lo que hago. Aún no me olvidan.

Papá me invitó a almorzar ese día, papá aún no me olvida.

Mi habitación se sentía sola, como fue ayer, anteayer y siempre. El invierno azota la ventana con ventiscas esporádicas, la luz del sol atraviesa la ventana y cae sobre el piso viejo de madera. Me levanto de la cama y divago un rato por el armario, a penas tenía 2 vestidos para ocasiones especiales. Uno verde que estaba desgastado de tanto usarlo, y otro negro que me regaló mi hermanastra el año pasado, el día que se cumplieron 7 años de la muerte de mi madre. Finalmente, escogí el negro. 

Mientras bajaba las escaleras, podía sentir la alegría palpitante en mi pecho y en la punta de mis dedos. Al llegar al comedor, me encontré con unos guardias, se hicieron a un lado y me dejaron entrar. El salón estaba lleno de estatuas, recuadros y decoraciones de oro. Vi unos minerales preciosos enmarcados un enorme cuadro en el medio del comedor. Habían tres ventanales enormes con cortinas rojas aterciopeladas amarradas, así la luz iluminaba el lugar y daba un toque quimérico. Las sillas estaban bien pulidas y tenían cojines dorados. 

Nunca había estado ahí antes, durante mis 7 años de vida, jamás se me había dejado conocer bien el castillo.

Años encerrada, a penas se me permitía salir una vez al mes. Siempre el mismo camino, siempre lo mismo.

—Lamento llegar tarde. —anunció una voz gruesa por detrás. 

Di un respingo, me volteé con rapidez y lo saludé agachando la cabeza.

—Buenos días, padre.

No respondió, se dirigió a la cabecera de la mesa y yo me senté al otro extremo. Estábamos uno frente a otro, separados por la larga superficie repleta de platos con postres, carnes y ensaladas extravagantes. 

—Postularás a La Academia.

Me quedé sin palabras. Él tampoco parecía esperar una respuesta, era una orden. 

—¿Tendré clases con Grens? —pregunté.

Que su nombre saliera de mis labios me hizo temblar inconscientemente. El sonido de un latigazo apareció como un recuerdo. Grens, mi antigua instructora, tenía una forma de enseñanza violenta y sin disculpas. Ella se encargó de preparar a mi hermanastra, Cadwyn, quien había ingresado a La Academia el año pasado. Desde que inició a estudiar con ella, Grens me dejó de enseñar los últimos 3 inviernos, ya que la preparación de la descendencia Saragon iniciaba a los 7 años. 

En líneas generales, todos los postulantes de primer año para La Academia debían dar su examen a los 10 años, ni más ni menos. 

Eso me hizo recordar que el cumpleaños número 10 de Abner, mi hermanastro, estaba cerca. 

Abner pronto me dejaría...

—Así es.

En ese momento, una pequeña pizca de curiosidad se atrevió a picar en mi lengua.

—Pero, ya tengo 8 años, creo que es un poco injusto que...

Mi padre levantó una ceja e hizo un rictus despectivo con sus labios. El temblor en mi cuerpo creció y fue acompañado por el sudor. Esa mirada era la señal que indicaba que había hecho algo mal, tenía que bajar la cabeza. Y así lo hice.

—No creo que sea necesario explicarte eso, solamente concéntrate en ingresar y mantener el orgullo del apellido. He perdido el apetito, disfruta tu desayuno.

A pesar del horror que sentía, un impulso impertinente me llevó a cometer un error.

Tonta.

—¡Papá, no te vayas, perdón si te he ofendido, por favor, terminemos de comer!

Me interpuse entre él y la puerta.

Quédate un momento, solo un momento.

El silencio me puso la piel de gallina, mis ojos estaban clavados en su corbata roja. Una corriente de aire por mi mejilla avisó la cachetada que me dejó aturdida y sorprendida. Mi rostro comenzó a calentarse. 

—No me hagas perder el tiempo con tu desobediencia —dijo antes de pasar por un lado mío y salir del comedor.

Sentí un chispazo estrujar mi pecho.

Oh, sí. Había olvidado que su mano era así de dura. 

Lo entiendo. Yo no sentía alegría por verlo, sentía miedo. Y el miedo lo disfrazaba de alegría.

A la mañana siguiente, una sirvienta me despertó temprano para poder comenzar mis clases. Grens me esperaba en la biblioteca, había envejecido un poco, pero conservaba el porte elegante y distinguido que siempre la ha caracterizado.

—Buenos días, Grens —saludé.

Su mirada me fusiló de arriba a abajo.

—Veo que hay que corregir algunas cosas, Arise.

Alzó la varilla que traía a su lado y latigó mi espalda: me erguí y tiré los hombros para atrás.

—Eso es, así está mejor. Comencemos.

La mañana transcurrió lenta. Grens seguía siendo la misma, no aceptaba errores ni toleraba bostezos. Al menos no conmigo, realmente esperaba que algún día llegue a tratarme como una amiga, como lo hizo con Cadwyn. Quizá así mi padre me tendría más consideración también.

Luego de terminar las clases, me dirigí a la habitación. Tenía que curar la herida en mi espalda, sentí como la sangre se iba secando con el paso de las horas.

—¡Arise!

Volteé y vi a Abner corriendo hacia mí. Le sonreí y agaché la cabeza, saludándolo.

—Oye, te he dicho que no hagas eso, no me gusta. Es tonto.

—Lo sé, pero...—bajé el tono de voz —Hay algunas sirvientas cerca, le dirán a papá.

Abner giró a verlas e instantáneamente desaparecieron a paso veloz.

—Bueno, ya no están. ¿No quieres ir al jardín? Hay que ir a ver a las ranas.

Tomó mi mano y comenzó a guiarme por los pasillos. Mientras avanzábamos, pude notar la libertadora ausencia de las voces críticas resonar en mis oídos. Las miradas acribilladoras parecían haberse esfumado y sentía que podía olvidar todo por unos instantes. Sentía que podía tener 8 años con él. 

Cuando salimos por la aterradora puerta principal, pude ver el sol brillar más que nunca. Las flores coloridas se alzaban orgullosas, los pájaros ensalzaban alegremente el ambiente y, en medio de todo, estaban sus cabellos de oro brillantes y sus tiernos ojos esmeralda alumbrando todo a su alrededor.

Abner era luz en la oscuridad, fuego en la cueva.


La belleza de Caos #PGP2023Where stories live. Discover now