Capitulo 21.

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   La noche de otoño se presionaba contra la parte exterior del auto mientras nos dirigíamos a casa, y me quedé con mis ojos en el perfil de Harry, que se iluminaba por las luces en el tablero y contorneaba contra la noche de terciopelo exterior.

   Lo que sucedió en el club... fue sucio y catártico y emocionante, aunque no podía descifrar exactamente por qué. La respuesta se cernía fuera de alcance, brillaba más allá de un velo que solo podía tocar con las yemas de los dedos de mis pensamientos, y al pasar la ciudad y llegar al campo, dejé de intentar y simplemente me dejé disfrutar de la majestuosidad que era mi Esther, mi reina.

   Quería que fuera mi novio.

   Quería que fuera mi novio.

   El pensamiento vino con la claridad del frío acero, electrizante y verdadero y ya no fue algo que sentí en el momento del sexo y Dios, sino algo que sentí sobrio y tranquilo. Amaba a Harry. Quería casarme con él.

   Y entonces el velo finalmente cayó y entendí. Entendí lo que Dios trató de decirme estos últimos dos meses. Comprendí por qué la Iglesia se llamaba la esposa de Cristo, entendí por qué el Cantar de los Cantares se encontraba en la Biblia, entendí por qué Apocalipsis comparaba la salvación del mundo a una fiesta de bodas.

   ¿Por qué lo sentí como una elección entre Harry y Dios? Nunca fue así, nunca fue el uno o el otro, porque Dios moraba en el sexo y el matrimonio, tanto como Él habitaba en el celibato y el servicio, y podía haber santidad tanto en una vida de esposo como de padre, como en una vida de sacerdote. ¿Aarón no se casó? ¿El rey David? ¿San Pedro?¿Por qué me convencí de que la única forma en que un hombre podía ser útil a Dios era en el clero?

   Harry tarareaba junto con la radio ahora, un sonido apenas audible sobre el sordo rugido del Fiat en la carretera, y cerré los ojos y escuché el sonido mientras oraba.

   ¿Es ésta tu voluntad para mí? ¿Estoy cediendo a la lujuria? ¿O me estoy dando cuenta de tu plan para mi vida?

   Mantuve mi mente tranquila y mi cuerpo todavía más, a la espera de que la culpabilidad apareciera o el vozarrón del cielo me dijera que me hallaba condenado. Pero no hubo nada más que silencio. No el silencio vacío que sentí antes de todo esto, como si Dios me hubiera abandonado, sino un silencio pacífico, libre de culpa y vergüenza, la tranquilidad que uno tenía cuando era verdaderamente uno con Dios. Era la sensación que tuve delante del tabernáculo, en el santuario con Harry, en el altar cuando finalmente la reclamé.

   Y mientras estábamos en la cama más tarde, mi cara entre sus muslos, fue el capítulo de Jeremías, lo que finalmente surgió como respuesta a mis oraciones.

   Toma esposas y ten hijos e hijas... pues sin duda tengo planes para ti, planes para tu felicidad y no para tu daño, a fin de darte un futuro lleno de esperanza...

   No le dije a Harry sobre mi epifanía. En su lugar, después de hacerlo venirse otra vez, fui a mi propia cama, con ganas de dormir a solas con este nuevo conocimiento, esta nueva certeza.

   Y cuando me desperté temprano por la mañana para prepararme para la misa, esa seguridad seguía allí, brillando clara y sin peso en mi pecho, y tomé mi decisión.

   Esta misa sería la última misa que dijera.

   Esta misa sería la última misa que dijera

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