Capitulo 22.

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   No pude encontrar a Harry después de la misa, pero eso estaba bien. Quería llamar al obispo de inmediato, mientras mi mente y espíritu se encontraban seguros. Quería seguir adelante, quería explorar esta nueva vida, y quería empezar a explorarla ahora mismo.

   No fue hasta que en realidad marqué el número del Obispo Bove que la total y complejidad real, de lo que hacía se hundió en mí.

   Estaría dejando la congregación tambaleándose, necesitarían sacerdotes visitantes hasta que pudieran encontrar uno nuevo para quedarse en Sta. Margaret. Peor aún, hacía eco de la partida de mi predecesor. Sí, me iba para casarme, no porque me arrestaban, pero aun así. ¿Se sentirían igual mis feligreses?

   No más trabajo en paneles y convenciones, de cruzada por la pureza en el clero. No más trabajo en nombre de Lizzy, en representación de Lizzy. No más grupos de jóvenes y grupos de hombres, no más desayunos con panqueques.

   ¿Me encontraba realmente dispuesto a dejar todo eso por una vida con Harry?

   Por primera vez, la respuesta fue un definitivo sí. Porque realmente no estaría renunciando a todo eso. Estaría encontrando nuevas maneras de servir como un laico; haría la obra de Dios en otras formas y otros lugares.

   El Obispo Bove no respondió, todavía era temprano en la tarde, y él podría estar entretenido con su congregación después de la misa. Parte de mí sabía que debía esperar, debía hablar con él personalmente, en vez de dejar un mensaje, pero no podía esperar, no podía siquiera pensar en esperar; a pesar de que habría más conversaciones aparte de este correo de voz, quería dejar iniciado el proceso antes de ir a donde Harry. Quería ir a él como un hombre libre, capaz de ofrecer mi corazón por completo y sin reservas.

   Tan pronto como oí el tono, empecé a hablar. Traté de mantener mi mensaje breve y directo, porque era imposible explicar todo claramente sin también ahondar en mis pecados y votos rotos, y eso por lo menos, realmente preferiría no hacerlo en un buzón de voz.

   Después de que terminé de dejar mi renuncia de treinta segundos, colgué y me quedé mirando la pared de mi habitación por un minuto. Lo hice. Realmente sucedió. Terminé de ser un sacerdote.

 Terminé de ser un sacerdote

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   No tenía un anillo, y con mi sueldo, no podía salir a comprar uno, pero sí fui al jardín de la rectoría para recoger un ramo de anémonas, con sus pétalos blancos como la nieve y sus centros negro azabache, y até los tallos con hilo de la sala de la Escuela Dominical. Las flores eran elegantes sin ser llamativas, al igual que él, y las miré mientras cruzaba el parque a su casa, con mi corazón en la garganta.

   ¿Qué iba a decir? ¿Cómo podría decirlo? ¿Debería caer en una rodilla o es algo que solo se hace en las películas? ¿Debería esperar hasta que pueda permitirme un anillo? ¿O, al menos, tener algo más que el desempleo en mi horizonte?

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