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-Cielo, necesitas que te echen un buen polvo.

Lena se estremeció al escuchar el grito de Andrea en mitad del pequeño Café de Nueva Orleáns, donde se encontraban apurando los restos del almuerzo, consistente en judías rojas con arroz.
Desafortunadamente para ella, la voz de su amiga poseía un encantador timbre agudo que podía hacerse oír incluso en mitad de un huracán.
Y que en esta ocasión, fue seguido de un repentino silencio en el atestado local.

Al echar un vistazo a las mesas cercanas, Lena percibió que los hombres dejaban de hablar, y se giraban para observarlas con mucho más interés del que a ella le gustaría.
¡Jesús! ¿Aprenderá alguna vez Andrea a hablar en voz baja? O peor aún, ¿qué será lo próximo que haga, quitarse la ropa y bailar desnuda sobre las mesas?
Otra vez.
Por enésima vez desde que se conocieron, Lena deseaba que Andrea pudiese sentirse avergonzada. Pero su vistosa, y a menudo extravagante, amiga no conocía el significado de dicha palabra.
Se tapó la cara con las manos e hizo lo que pudo por ignorar a los curiosos mirones. Un deseo irrefrenable de deslizarse bajo la mesa, acompañado de una urgencia aún mayor de darle una buena patada a Andrea, la consumían.

-¿Por qué no hablas un poquito más alto, Andy? -murmuró-. Supongo que los hombres de Canadá no habrán podido escucharte.

-Oh, no lo sé -dijo el guapísimo camarero moreno al detenerse junto a su mesa-. Seguramente se dirigen hacia aquí mientras hablamos.

Un calor abrasador tomó por asalto las mejillas de Lena ante la diabólica sonrisa que le dedicó el camarero, obviamente en edad de acudir a la universidad.

-¿Puedo ofrecerles algo más, señoras? -preguntó, y después miró directamente a Lena-. O para ser más exactos, ¿hay algo que pueda hacer por usted, señora?

¿Qué tal una bolsa con la que taparme la cabeza y un garrote para golpear a Andy?

-Creo que ya hemos acabado -contestó Lena con las mejillas ardiendo.
Definitivamente, mataría a Andrea por esto-. Sólo necesitamos la cuenta.

-Muy bien, entonces -dijo sacando la nota, y escribiendo algo en la parte superior del papel. La colocó justo delante de Lena-. Puede hacerme una llamadita si necesita cualquier cosa.

Una vez el camarero se marchó, Lena se dio cuenta de que había anotado su nombre y su teléfono en la parte superior del papel.
Andrea le echó un vistazo y soltó una carcajada.

-Espera y verás -le dijo Lena, reprimiendo una sonrisa mientras calculaba el importe de la mitad de la cuenta con su Palm Pilot-. Me las pagarás.

Andrea ignoró la amenaza y se dedicó a buscar el dinero en su bolso adornado con cuentas.

-Sí, sí. Eso lo dices ahora. Si yo estuviese en tu lugar, marcaría ese número. Es monísimo el chico.

-Jovencísimo -corrigió Lena-. Y creo que voy a pasar. Lo último que necesito es que me encierren por corrupción de menores.

Andrea paseó la mirada por el preciso lugar donde el camarero esperaba, con una cadera apoyada en la barra.

-Sí, pero don Soy Igualito a Brad Pitt, que está ahí enfrente, bien lo merece. Me pregunto si tendrá algún hermano mayor...

-Y yo me pregunto cuánto estaría dispuesto a pagar Bill por saber que su mujer se ha pasado todo el almuerzo comiéndose con los ojos a un chaval.

Andrea resopló mientras dejaba el dinero sobre la mesa.

-No me lo estoy comiendo. Lo estoy evaluando para ti. Después de todo, era de tu vida sexual de lo que hablábamos.

-Bueno, mi vida sexual es sensacional y no le interesa a la gente que nos rodea. -Y tras soltar el dinero en la mesa, cogió el último trozo de queso y se encaminó hacia la puerta.

"La Amante Soñada" Where stories live. Discover now