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Lena permaneció inmóvil durante horas, escuchando la respiración tranquila y acompasada de kara, mientras dormía a su lado. Había colocado una pierna entre sus muslos y le rodeaba la cintura con un brazo.

La sensación de su cuerpo, envolviéndola, la hacía palpitar de deseo.

Y su olor…

Lo que más le apetecía en esos momentos era darse la vuelta y enterrar la nariz en el aroma cálido y amaderado de su piel. Nadie la había hecho sentirse así jamás. Tan querida, tan segura.

Tan deseable.

Y se preguntaba cómo era posible, teniendo en cuenta que apenas se conocían. Kara llegaba a una parte de su interior que iba más allá del mero deseo físico.

Era tan fuerte, tan autoritaria … Y tan divertida. La hacía reír y le encogía el corazón.

Alargó el brazo y pasó los dedos con suavidad por la mano que tenía colocada justo bajo su barbilla.
Tenía unas manos preciosas. Largas y delicadas.
Aun relajadas durante el sueño, su fuerza era innegable. Y la magia que obraban en su cuerpo…

Un milagro.

Pasó el pulgar por su anillo de general y comenzó a preguntarse cómo habría sido kara entonces. A menos que la maldición hubiese alterado su apariencia física, no parecía ser muy mayor, no aparentaba más de treinta.

¿Cómo podría haber liderado un ejército a una edad tan temprana? Pero claro, Alejandro Magno apenas si tenía edad para afeitarse cuando comenzó sus campañas.

Kara debía haber tenido una apariencia magnífica en el campo de batalla.

Lena cerró los ojos e intentó imaginársela a caballo, cargando contra sus enemigos. Podía ver una vívida imagen de la general vestida con la armadura y con la espada en alto mientras luchaba cuerpo a cuerpo con los romanos.

— ¿Jasón?

Lena se tensó al escuchar el murmullo.
Kara estaba dormido.

Giró sobre el colchón y la miró.

— ¿Kara?

Ella adoptó una postura rígida y comenzó a hablar en una confusa mezcla de inglés y griego clásico.

— ¡No! ¡Okhee! ¡Okhee! ¡No! —y se incorporó hasta quedar sentada en la cama.

Lena no podía saber si estaba dormida o despierta.
Le tocó el brazo instintivamente y, lanzando una maldición,kara la agarró con fuerza y tiró de ella hasta ponerla sobre sus muslos. Después volvió a arrojarla a la cama, con una mirada salvaje y los labios fruncidos.

— ¡Maldito seas! —gruñó.

— kara —jadeó Lena, luchando por liberarse mientras la agarraba con más fuerza por el brazo—. ¡Soy yo, Lena!

— ¿Lena? —repitió con el ceño fruncido, intentando enfocar la mirada.

Se apartó de ella parpadeando. Alzó las manos y las observó como si fuesen dos apéndices extraños que no hubiese visto jamás. Después clavó los ojos en lena.

— ¿Te he hecho daño?

— No, estoy bien. ¿Y tú?

No contestó.

— ¿Kara? —dijo mientras le tocaba.

Se alejó de ella como si se apartase de una criatura venenosa.

— Estoy bien. Era un mal sueño.

— ¿Un mal sueño o un mal recuerdo?

— Un mal recuerdo que me persigue en sueños —murmuró con la voz cargada de dolor, y se levantó—. Debería dormir en otro sitio.

"La Amante Soñada" Where stories live. Discover now