24. Cuarto de limpieza

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Mis padres habían estado esperando frente a la escuela a que los autobuses llegaran, ansiosos por preguntarme qué tal me había ido. Pero grata fue su sorpresa cuando me encontraron recargada en Beomgyu, ardiendo de fiebre.

No recordaba muy bien cómo fue que bajé del autobús ni cómo es que llegué hasta mi cama. A mi cabeza venían vagos recuerdos de unos nudillos rojizos sujetarme del brazo y de suaves manos apretar mi mano en el coche. Abrí los ojos, mirando cómo mi padre traía un contenedor con agua, el cual usaba mi madre para mojar un paño y colocarlo en mi frente.

Preocupada de que pudiera empeorar, revisaba mi temperatura cada cierto tiempo, asegurándose de que efectivamente estuviera bajando.

Ajetreada, se sentó al lado de mí, sobre la cama.

Y me observó con una mirada que no podía descifrar correctamente; entre preocupada y decepcionada. Me sentía mal conmigo misma.

—¿Por qué hiciste eso? —la escuché decir.

Quise responderle, así que abrí mi boca para hacerlo, pero no emití ningún sonido. Tenía sueño, así que dormí.

Después de unas horas desperté de impulso, haciendo que el paño que había estado en mi cabeza se cayera al piso. Había tenido una pesadilla y estaba muy aliviada de regresar. Miré la hora, eran las 4:30 de la mañana.

Me volví a recostar en la cama, con los ojos pegados al techo. Ya no podía dormir más, pero me sentía igual de cansada.

Me puse mis pantuflas y me levanté de la cama, en busca de un poco de agua. Y cuando bajé las escaleras, escuché a alguien picar algo en la cocina. Caminé lentamente hacia allí.

Mi mamá no volteó a verme en ningún solo momento, sólo prosiguió cortando verduras en la mesa. Sabía que estaba molesta, porque siempre que lo estaba, se madrugaba buscando algo qué hacer en la cocina o en el cuarto de lavado.

—Lo siento mamá.

Estaba terriblemente castigada. Más de lo que había estado jamás.

No había podido salir ninguno de los días consiguientes al viaje escolar. Me quedé en casa sábado y domingo, con la prohibición de salir o recibir visitas. Estaba prácticamente incomunicada. Y ninguno de mis padres se inmutó cuando mis amigos tocaron la puerta de mi casa, esperando visitarme.

—Kai vino a casa —dijo mi hermano, mientras buscaba en mi armario una caja suya con artículos viejos— preguntó por ti, por parte suya y de tu amiga. Le dije a mamá que lo dejara pasar y se negó aun cuando le dije que era él.
—Está bien —respondí, recogiendo mi ropa sucia para llevarla a lavar.

Mi hermano regresó a hacer ruido con las cosas de su caja. Y no podía quejarme. Yo tenía el armario más grande de la casa y ni siquiera tenía tantas cosas como para llenarlo, así que los demás lo usaban como un pequeño almacén de cosas que ya no usaban, pero que podrían necesitar.

—Y... —volvió a hablar, levantándose con una corbata en mano. Yo me detuve en el marco de la puerta para ponerle atención— también vino otro chico. Ni siquiera pude intentar que mamá permitiera que entrara porque sabía que se molestaría. Pero, puedo decirte que estaba tan preocupado que me dio pena decirle que no te podía ver.

—¿Quién fue?

—No lo sé —respondió, volteando a mirarme— pero te trajo esto.

Sacó de su bolsillo un chocolate y lo aventó a mi canasta de ropa.

—Debí haberle preguntado su nombre. Lo siento.
—No pasa nada —dije— gracias por atender la puerta de todas formas.

Salí de mi cuarto sin cerrar la puerta, mirando el chocolate aún cuando bajaba las escaleras.

ditto | kang taehyunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora