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Dos meses antes.

Pete leyó en silencio el extracto de papel que Can le había aventado desde el otro extremo del salón, intentando contener la sonrisa estúpida que se le dibujo en el rostro al voltear a verlo directamente para asentir en aprobación.

Can le instó con señas para que le respondiera, pero justo en el momento en el que iba a escribir en él su profesor lo detuvo.

—¿Interrumpo algo, Pitchaya?  —cuestionó desde la pizarra.

Ae, su profesor de psicoanálisis, cruzó los brazos sobre su pecho, acentuando sus bíceps y apretando la camisa blanca a su cuerpo. Su postura enfurecida junto a su entrañable entrecejo fruncido no hizo más que alentar los suspiros de las chicas y chicos del salón.

Negó con la cabeza, incapaz de hablar por los nervios, apretando con fuerza el pequeño pedazo de papel en su mano. Los ojos entornados de Ae se volvieron hacia ese punto blanco que sobresalía de su puño. Por supuesto, Intouch nunca se perdía nada y su poco disimulo tampoco había ayudado.

Cuando comenzó a dirigirse a su asiento, Pete se preguntó cuán difícil sería tragarse un trozo de hoja, cuánto le tomaría digerirlo o si podría ser posible hacer desaparecer lo que Can había escrito.

Pero ninguna de sus súplicas telepáticas hicieron efecto y el profesor Intouch llegando a su lugar fue todo lo que pudo percibir cuando su esencia masculina picó en la punta de su nariz al estirar la mano para recoger lo que se suponía que solo él debía leer.

—Dámelo, Pitchaya —exigió Intouch.

Con dedos tembloroso abrió su puño, cerró los ojos y deseó que la tierra lo tragara.

Joder, ¿por qué le pasaba esto a él?
Si no hubiera estado tan atontado mirando de soslayo a Can mientras intentaba escribir una respuesta, eso no estaría pasando.

Ae leyó la nota, riendo internamente por lo irónico que resultaba lo que estaba escrito.

Alzando una ceja, miró a Pete con todo lo que pudo reunir de seriedad y escrutinio en su rostro, controlando el impulso de befarse en su cara.

—Así que tienes daddy issues, ¿eh? —enunció con sarcasmo, provocando risas estrepitosas en el resto de alumnado. Dobló el papel en cuatro, alzándolo sin apartar su penetrante mirada de Pete—. Creí que ya estábamos en la universidad para idioteces como esta.

Regresó al frente del salón, cerrando el libro de texto que tenía sobre el escritorio.

—Bueno, ya que parece que su compañero es un experto con el complejo de Édipo, ¿por qué no nos iluminas, Pitchaya? —Volvió a cruzar los brazos mucho más serio de lo que ya era.

Pete podía jurar que el color se le había ido del rostro, pero el calor penetrando sus poros y el sudor empapando sus extremidades le hicieron dudar de aquella afirmación. Lo único que podía jurar era la enfermiza necesidad que tenía de salir corriendo y no regresar nunca.

Sabía lo que era el complejo de Édipo. Lo había estudiando como un obseso desde que lo había leído en el plan de estudios de la materia, pero decirlo… Era completamente diferente a solo haberlo estudiando para sí mismo.
Si era honesto, ni siquiera había querido continuar estudiando, pero la amenaza atroz de su padre le hizo tomar la decisión más estúpida que había tomado en toda su vida: elegir psicología. Una carrera fácil, sin complicaciones más allá de leer miles y miles de teorías pasadas de moda.

Gran error.

La psicología no sólo había sido un descubrimiento fascinante sino que en múltiples ocasiones se había dado cuenta de lo poco calificado que estaba para estudiarla y, desde luego, ejercerla.

Choose me ─ Ae & PeteWhere stories live. Discover now