Capítulo 3

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Quiero aclarar de que estuve consciente en todo el viaje, que duró lo que se tarda en pestañear. No supe en qué momento había cerrado los ojos pero noté que los apretaba con fuerza. Relajé la tensión y fui abriéndolos poco a poco.

Noté un fuerte pinchazo en la sien por la excesiva luz, ya que mis ojos se habían acostumbrado a la oscuridad. Evitando el dolor, miré a mi alrededor.

Estaba en el suelo de una tienda de techos bajos con antiguas vigas de madera y tierra repleta de enseres de época. Distinguí un maniquí de madera antigua, que vestía un corset blanco roto con tanto encaje en la parte superior que me dieron picores nada más verlo. En una mesa redonda cercana, vi que descansaba un acerico de tela algo pasada con unas pocas agujas en el mostrador de la tienda, tallado en un tipo de madera que parecía caoba. Allí también reposaban una vela algo consumida y algunas monedas que salían de una pequeña bolsa de tela. 

Cerca de la entrada, andaban apoyados varios rollos de tela y una librería que que no albergaba ningún libro, sino elementos de costura que como todo en aquella extraña tienda, parecía esta chapado a la antigua. 

Giré mi vista para atrás y lo vi.

Era un hombre de unos 30 años, aunque su aspecto lo envejecía. Iba vestido con ropa de otra época. Llevaba una casaca algo vieja combinada con una camisola blanca con chorreras y mucho encaje en las mangas. Portaba unos pantalones marrones cuya largura llegaba hasta la rodilla, de manera que dejaban ver unos leotardos que fueron blancos en un pasado pero se habían convertido en beige por la suciedad, y unos zapatos oscuros que supuse que serían de cuero.

Subí la mirada y la clavé en su cara. Tenía rostro cuadrado con gesto hosco y unos ojos castaños que me miraban con expresión acusadora. No pude evitar ver la ridícula peluca que llevaba en la cabeza con dos tirabuzones a los lados. 

─ ¿Quién sois vos y qué hacéis aquí? ─ escupió con una voz bastante ronca. Tenía un aliento tan fétido y unos dientes tan amarillos que tuve que contenerme para no dar una arcada.

─ Soy... soy Erea Rivera. Y no sé como he llegado hasta aquí, así que... ¿podría decirme dónde estoy? ─ intenté congraciarme con uno que seguro se había escapado del loquero.

El desconocido pareció sorprendido ante mi pregunta. Al parecer no había captado ningún atisbo de mentira, porque relajó un poco el gesto y contestó:

─ Estáis en "Sastrería López" en pleno Madrid.

─ ¿Podría decirme que día es hoy por favor? ─ rogué.

El señor López abrió desmesuradamente los ojos, en los que brilló un reflejo que mezclaba la extrañez y la sospecha.

─ Estamos a 20 de marzo de 1750 a las...─ consultó su reloj de bolsillo. ─ 12:45 para ser exactos. ¿De dónde venís? ─ preguntó al ver mi ropa. Pero yo estaba sumida en mis cavilaciones.

¿¡1750!? ¿¡Por qué estaba en 1750!? ¿¡Cómo había llegado allí!? Sabía que ese momento de oscuridad tenía algo que ver pero, ¿por qué había sido al abrir el libro? ¿acaso estaba soñando?

Me pellizqué para comprobarlo y me hice daño, lo cual respondió a mi pregunta.

─ Ehh, lo siento señor pero eso no le incumbe. ─ respondí saliendo de mi trance personal. Muy digna, me levanté de aquel suelo que madera y me sacudí un poco la falda de tierra seguramente caída del techo, para encaminarme hacia la salida ante la mirada sorprendida de aquel hombre. ─ Y ahora, si me disculpa, me voy. Siento haberle importunado y que tenga un buen día. ─

Estaba a punto de cruzar el umbral de la puerta, cuando me choqué con un hombre que iba a entrar. Supuse que sería de un rango del ejército por el uniforme que llevaba.

El libro de GravesWhere stories live. Discover now