Capítulo 7

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***Capitulo fuerte***

Sofía fue llevada a otra habitación. Luego de reponerse con suficiente comida como para recobrar sus fuerzas, y vestirse de nuevo ahora con ropa un poco más pesada para combatir el frio, Berta la sorprendió una mañana tomándola de un brazo como lo hiciera el primer día que llego a Rusia para llevarla a rastras hasta otra estancia de la casa, igual que la vez anterior la sacó del pequeño calabozo donde había estado cautiva para llevarla unos cincuenta metros al norte del amplio terreno que rodeaba la gran mansión.  Al salir de su encierro por primera vez desde su llegada pudo disfrutar unos segundos del poco valorado placer de ver el sol y sentir el aire fresco en su rostro. Seguía lo mejor posible los pasos de la mujer que la llevaba hacia otro destino desconocido, el miedo se hizo presente de nuevo en toda su expresión haciéndola temer ya no por su vida puesto que sabía que al hombre con la cara de ángel le interesaba sacar dinero de ella así que no la matarían, temía por su destino y las torturas a las que posiblemente sería sometida, aun así no pudo evitar mirar sorprendida a su alrededor por la belleza del paisaje en contraste con su horrible situación, el mes de septiembre le permitía apreciar el verdor de las extensas planicies adornadas con árboles estratégicamente dispuestos para ofrecer sombra a los habitantes de la gran mansión que se erguía orgullosa tras ella a unas temperaturas bastantes frescas, casi frías para ella en comparación de su país natal. Dando un simple vistazo comprendió porque nadie la oía gritar, todo allí era inmenso y parecían estar aislados de cualquier otra construcción.
Se alejaron hasta llegar a una casa mucho más pequeña y sencilla, construida quizá para la servidumbre o como depósito, Berta abrió la puerta con una llave que saco de un bolsillo de su pantalón, al entrar lo primero que vio fue un hombre sentado frente a un televisor encendido con los pies apoyados sobre otra silla a pocos centímetros de él. El hombre rubio y de enorme estatura se sorprendió al verlas.
- Ya la trajiste... - dijo en ruso.
- Si. Parece que ya no va a dar problemas. – acotó Berta sin mucho entusiasmo.
- Fue rápido. – agregó el hombre poniéndose de pie intimidando a Sofía con su presencia.
- ¿Dónde están las otras?
- En su hueco.
- ¿Están tranquilas?
- Lo normal.
Sofía observó con detenimiento al hombre que se acercaba a Berta con lo que a ella le pareció un exceso de confianza, parecía que se habían olvidado de que no estaban solos en la habitación por la forma en la que se hablaban tan cercana, con su cercanía el ruso le permitió a la joven enfermera reconocerlo, era uno de los hombres que la esperaban en el aeropuerto cuando llegó con la pareja que la había llevado hasta ahí con engaños, comprendió de inmediato por qué le temió tanto cuando lo vio sentado al volante.  Luego de unas frases más con el rubio Berta la soltó luego de cerrar la puerta por donde acababan de entrar, la confianza de Berta de tener todo bajo control hizo que Sofía perdiera cualquier esperanza de revelarse, se sintió menos valiosa que un objeto, se sintió desamparada. De nuevo fue tomada fuertemente por un brazo, otra puerta que se abría amenazaba con estar encerrada otra vez, su corazón latió muy fuerte lleno de miedo, sintió la necesidad de correr, de escapar... Pero no hubo oportunidad, fue rápidamente arrojada dentro y la puerta cerrada de nuevo a sus espaldas luego de una amenazante advertencia de Berta en ruso que no pudo comprender.
Para su sorpresa esa habitación no estaba vacía, había otras mujeres jóvenes como ella y para empeorar la situación algunas adolescentes con sus rostros aun aniñados y sus cuerpos apenas en formación. Petrificada en la puerta no pudo más que observarlas a todas, ocho en total, ocho jóvenes con la misma mirada llena de desamparo, con la misma expresión vacía.  Le tomó unos segundos comprender que no debía quedarse parada allí, tenía que moverse, tenía que dejar de parecer estatua frente a las demás, asumió que ninguna hablaría su idioma así que no se molestaría en buscar conversación con ninguna.
Insegura dio un paso al frente pretendiendo rodear a una joven que estaba tendida sobre una colchoneta en el piso, para su sorpresa y exaltando todos sus sentidos se sintió frenada por una morena, la mujer trató de ser lo más delicada posible para no asustarla hablándole con cautela.
- Soy Marcela. – dijo señalándose ella misma considerando la posibilidad de que la recién llegada no la entendiera.
Sofía abrió los ojos como platos sorprendida de escucharla hablar a la desconocida en su idioma, el desconcierto dio paso a un cúmulo de sentimientos atropellados dentro de sí haciéndola romper en un llanto liberador, Marcela comprendiendo a la perfección la reacción de la joven se acercó a ella lo suficiente como para ofrecerle su hombro hasta que Sofía se sintiera adecuadamente fuerte como para poder hablar con ella.
- Ya... Ya está. – consolaba la morena.
- ¿Qué es esto? ¿tú sabes que nos van a hacer?
El temor se reflejaba dolorosamente en los ojos suplicantes de Sofía.
- A ver, dime primero cómo te llamas. Después te explico lo poco que sé.
Pronunciadas esas palabras Sofía pudo reconocer claramente el acento colombiano de la recién conocida.
- Me llamo Sofía Hernández, me trajeron para trabajar con una familia... pero no era verdad, ¡me engañaron!
- Mire Sofía, todas estamos aquí por lo mismo, nos ofrecieron trabajo, pero al llegar al país nos encerraron aquí. Pienso que es lo mismo para todas, pero con las demás no he podido hablar. No hablan en nuestro idioma.
- ¿No sabes más nada? ¿Qué nos van a hacer?
- No sé mucho más, solamente que tenemos una deuda que pagar.
- Yo la iba a pagar trabajando para la familia de la señora Nora, o como sea que se llame. Soy enfermera.
- Yo era mesera en Colombia, pero eso a ellos no les importa. Aquí vino el que parece jefe de todo, dijo que pronto nos van a llevar a un lugar, que debemos vernos lo mejor posible para que podamos comenzar a pagar la deuda.
- ¿Un señor que parece un ángel? – pregunto Sofía cruzando sus brazos sobre su pecho.
- Si, debe ser ese. – respondió tomándola suavemente por un brazo para retirarse a una esquina.
- ¿No te dijo nada más?
- Solo que no hagamos problemas, que si no nos comportamos bien nos van a castigar, que el castigo será molernos a golpes y si estamos maltratadas no ganaríamos dinero para pagar, en ese caso pagarían nuestros familiares en casa. Yo tengo un hijo –dijo descomponiendo su semblante sólo de pensar que algo malo pudiera sucederle a su retoño por su culpa – Ellos saben cómo encontrarlo.
Un intenso vacío se apodero de las entrañas de Sofía, lo que estaba sucediéndole no podía ser real, tanta barbarie, tanta injusticia tenía que ser una pesadilla, levantó los ojos para observar de nuevo a sus nuevas compañeras de cuarto, todas tenían esa expresión de desconsuelo que asumió que tendría ella también. Sintió lastima, lastima de sí misma, lastima de las jóvenes que compartían su destino, sobre todo por las más jóvenes, niñas hermosas que evidenciaban ser de la zona por sus rasgos, le llamaron la atención dos en especial, adolescentes de quizá quince y trece años que descansaban una muy junta de la otra, podían ser hermanas por su parecido, ambas de piel muy blanca, cabellos castaños y ojos color ámbar. Observó a su alrededor con más detenimiento, la habitación era grande, aceptablemente limpia, al fondo había una ventana grande con rejas fijada en lo alto de la pared, de allí entraba el aire fresco, agradeció no estar en el calabozo donde la tuvieron los días pasados donde sintió que moriría, una ojeada a una esquina le reveló que allí estaba su pequeña maleta con la que había viajado hasta Rusia, se acercó a ella lentamente como temiendo que ese pequeño tesoro fuera solo un espejismo producto de su mente confundida. Por fin algo que fuera de ella, algo que la conectara con su vida real, que le recordara quien era y de dónde venía, bajo la mirada absorta de Marcela se arrodillo ante su equipaje perdido tomándolo en sus manos, el corazón de Sofía latía fuertemente de la emoción, las lágrimas comenzaron a correr de nuevo sobre su rostro, pero esta vez de manera silenciosa.
El tiempo transcurría sin hacerse notar, la rutina era siempre la misma, la comida era llevada una vez al día a la misma hora, dos veces al día las buscaban para ir al baño a hacer sus necesidades y una muy limitada higiene en la mañana temprano y al caer la noche. Las horas no pasaban nunca en aquella prisión torturante con la certeza de que cosas peores vendrían para ella, lo peor era no saber que eran esa cosas, Sofía comenzaba comprender lo que sentía un condenado a muerte, los minutos pasaban sin más nada que hacer que pensar cómo sería su final, quizá moriría en manos del hombre con cara de ángel, o quizá en manos de un desconocido que abusaría de ella sexualmente de las formas más aberrantes posibles a la imaginación humana, quizá sería torturada hasta límites impensables...
La comida fue dejada por Berta a la misma hora que lo había hecho en los días anteriores, tres días habían pasado desde la llegada de Sofía a su nuevo presidio, sentada en el suelo igual que las otras trataba de alimentarse, pero la comida sencillamente no le pasaba de la garganta.
- Vamos a morir. – aseguró pensando en voz alta, pensamiento que llegó claramente a los oídos de la colombiana sentada a su lado.
- No. – aseguró Marcela en voz baja a su a compañera – seremos vendidas como prostitutas.
- Yo no soy prostituta, soy enfermera.
- Ya no. Ya no somos nada.
El aire se hacía más frio conforme pasaban las horas, en la noche la temperatura podía bajar de los diez grados, temperatura muy baja para ser tolerada por las latinas, a esa hora cuando la noche era oscura todos los miedos parecían crecer alimentados por la negrura del cielo y el silencio sepulcral que rondaba la habitación donde se encontraba la mercancía a subastar, solo los sollozos de una, de la mayor de las adolescentes a las que aún no se les había escuchado decir más de dos palabras juntas irrumpía en los oídos de las otras prisioneras dándole un matiz tenebroso, casi diabólico a las horas destinadas a descansar.
Sofía daba vueltas de un lado a otro en su colchoneta tratando de obviar los lamentos, Marcela junto a ella compartía su angustia con más apatía.
- ¿Qué pasa Sofía, no puedes dormir?
- ¿Cómo voy a poder dormir con esa niña lamentándose de esa manera?
- Pobre niña... Para ella ha sido peor que para las demás.
- ¿Por qué? – preguntó Sofía con curiosidad - ¿Qué le ha pasado a ella?
- Es que ya han pasado varios días sin que la vengan a buscar, ese hombre de afuera, el que cuida la puerta. Ese la ha llevado por la fuerza cada tres o cuatro días desde que ella llegó. Debe temer por que esta noche vuelva.
Sofía sintió su sangre congelarse en sus venas por el miedo, no hacían falta explicaciones del motivo de tales encuentros. No había pensado en que algo como eso podría sucederle, tampoco podía creer que le sucediera a una niña tan joven y hermosa como la que se lamentaba. A su edad debería estar en la escuela compartiendo con amigos de su edad, no sirviendo como esclava sexual a un animal que las mantenía encerradas. Cómo sí se tratará de un relato de horror futurista, la puerta se escuchó rechinar abriéndose lentamente, por ella entro una sombra completamente negra a la que no se le vio rostro sino hasta cuando estuvo del todo adentro de la habitación y en camino en dirección de la adolescente que chillaba cada vez más fuerte a punto de un ataque de pánico, la niña trataba inútilmente de aferrarse a su compañera que la abrazaba también histérica tratando de protegerla.
El ruso, un hombre joven de gran corpulencia se acercó al oído de la niña susurrándole palabras imposibles de oír para las demás quienes no se atrevían tan siquiera a moverse, algunas contenían la respiración esperando a que pasara el nefasto momento. Las palabras que el hombre susurraba parecían surtir efecto puesto que el llanto que se había convertido en gritos desesperados ya casi había cesado, sólo se le veía negar con la cabeza a todo lo que el intruso le decía, parecía que en esas palabras ocultas para las demás estaban llenas de advertencias que descomponían el semblante de la niña. El hombre se irguió en toda su altura para ver desde allí su obra, sonrió de soslayo dándole a su expresión una belleza diabólica que no duro más de unos segundos, parecía estar disfrutando de una travesura con la que se divertía a sus anchas. Parecía que se retiraba, dio media vuelta hacia la puerta, pero se detuvo en seco haciendo un rápido movimiento abalanzándose sobre la otra adolescente, la más joven del grupo.
- Vasha ochered. (te toca a ti) – dijo el secuestrador divertido.
Haciendo caso omiso de los gritos desesperados de la niña que trataba de defenderse con todas sus fuerzas arañando los brazos opresores que la arrastraban afuera de la habitación, y de la mayor de las dos que también luchó intentando ayudar pero que cayó al suelo con apenas un manotazo del demonio que se llevaba a su hermana menor al destino que ella ya había vivido anteriormente, se llevó a la pequeña para usarla a su antojo sin el más mínimo remordimiento.
- ¡Sestra! ¡Sestra! (hermana, hermana) – gritó repetidas veces la mayor a todo pulmón mientras golpeaba la puerta inútilmente.
La noche fue larga, los incesantes gritos de la adolescente del otro lado las paredes atormentaron a Sofía casi hasta el amanecer. A ratos parecían parar, pero eran solo minutos los que pasaban antes de comenzar de nuevo con la agonía, algunas de las chicas con las que compartía el presidio llegaron a pensar que jamás verían de vuelta a la pequeña que salió por la puerta arrastrada por aquel monstruo pederasta, pero para su sorpresa y alivio la vieron entrar tambaleándose casi al amanecer para acostarse de nuevo en la colchoneta junto con su hermana mayor quien la recibió con lágrimas de dolor y angustia y los brazos extendidos prestos a darle un mínimo de consuelo.   El rostro de la pequeña evidenciaba el terror vivido durante las pasadas horas de tortura, su pómulo izquierdo amoratado, su boca magullada su caminar inestable... Todo apuntaba que estaba padeciendo un sufrimiento inhumano e injusto que a los ojos de Sofía eran lo más terrible que le había tocado presenciar en su vida.
- ¿Estás bien? – preguntó la mayor de las hermanas en ruso.
- ¿Por qué papá nos dejó aquí?
- Sshh... silencio. Lo importante es pagar rápido las deudas, todo pasará pronto y nos iremos de aquí.
- No. – negó con firmeza la niña – Vamos a morir.
- No moriremos... - aseguró la mayor mientras cerraba fuertemente los ojos tratando de creer en sus propias palabras – Lo prometo.
- Me duele mucho hermana.
- Ya, no hables más. Descansa. – ordenó suavemente la mayor mientras se acomodaba muy cerca de la niña para darle calor.
Lo poco que quedó de la noche Sofía se esforzó por descansar, el insomnio le ganó la mayor parte del tiempo permitiéndole el sueño cuando ya se veía despuntar la claridad del sol por la ventana, durante los escasos minutos de descanso Sofía tuvo un sueño que la llevó a su hogar, se vio caminando en las calles de su barrio mientras todos la saludaban y le daban la bienvenida de su largo viaje, luego se vio a si misma el día en que se recibió como enfermera... Pero al final del sueño se vio subiendo en un avión que la llevaría lejos de nuevo, durante esas visiones ella se esforzaba en detenerse, en advertirse ella misma que todo era un engaño, que no se fuera de nuevo del país, de su hogar, que no abordara ese avión... Asustada despertó de pronto, los segundos siguientes le costó entender en donde estaba, que hacia allí y cuál de las dos visiones de sí misma era la verdadera, el sueño o lo que parecía real en ese momento.
Un grito aterrador llamó su atención y la de las demás a su alrededor, al buscar la fuente del desgarrador alarido descubrió a la adolescente que se había salvado la noche anterior de ser torturada y violada sobre la otra que había corrido con su suerte, la escena no podía ser más clara, la joven se esforzaba en hacer que la pequeña reaccionara, la sacudía fuertemente, le gritaba en un idioma que Sofía no comprendía haciéndolo todo más confuso. Apenas salió de la primera impresión se acercó rápidamente hasta ellas en un impulso nacido de la necesidad de ayudarlas. Cuando llegó a su lado hizo lo propio de cualquier enfermera, revisó sus signos vitales controlando primero que nada el reflejo de sus pupilas abriendo los parpados de la joven inconsciente, tomó una de sus muñecas tratando de monitorear el pulso, no encontró movimiento arterial,  buscó  la arteria carótida en su cuello... Nada, no sentía nada, en ese momento se percató de la frialdad en la piel de la joven, la palidez de su rostro, características propias de la muerte obviadas por la esperanza de que todo fuera una vil mentira, un juego macabro del destino que se empeñaba en jugar con ellas. Sofía presa de la impresión levanto la mirada hacia la mayor de las hermanas que sollozaba descontroladamente en brazos de Marcela, negó con la cabeza, gesto que no necesitó de traducción para que todas en la habitación comprendieran.
La muerte de la niña marcó un antes y un después para Sofía, algo en ella había muerto también, ¿su esperanza de salir viva de esa pesadilla? ¿Su esperanza de volver a ver a sus seres queridos? Nadie sabría darle una respuesta. Lentamente se alejó del cuerpo sin vida de la niña rusa, la otra se abalanzó de nuevo sobre ella en completa negación imitando vagamente los intentos de Sofía por conseguir signos de vida en el cuerpo inerte mientras se lamentaba. Unos minutos después el cuerpo había sido llevado a un destino desconocido por Berta y por el asesino que le quito la vida.

Delitos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora