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Todos adoraban a Iván. ¿Por qué? Porque, mientras no fueran Fyodor, los dejaba hacer lo que quisieran. Era la razón de que siempre hicieran piyamadas en la casa del ruso. Iván no les ponía restricciones.

Ese día, Fyodor preparaba una piyamada super lujosa, y sólo para sus amigos. Cosas de gente con plata.

La tarde anterior había ido con Iván a la tienda y compraron los artículos más especiales y destacados posibles. Compró de esas linternitas chiquitas, pan para preparar sándwich, ramen instantáneo, una nueva barra de sonido porque la anterior ya estaba vieja (tenía mes y medio) y otras cosas con las qué divertirse.

Fyodor era muy perfeccionista. Le gustaba que todo saliera, y a menudo gastaba más tiempo del que debería decorando los títulos de los cuadernos en clase. Era la razón por la que se quedaba atrasado tan a menudo.

Y, bueno, Iván no le decía gran cosa. Con tal de que sacará buenas notas no le importaba el resto. Le pagaban por mantenerlo a salvo de que se lo robaran y por aprender las tablas de multiplicar del uno al noventa y nueve de memoria, nada más. No tenía ninguna otra responsabilidad con ese niño.

Aunque, a decir verdad, le había tomado cariño.

Sonó el timbre.

—Joven amo Fyodor, sus amigos ya están aquí —Avisó el adulto.

—¡Voy!

Se organizó bien el pelo y puso su ushanka sobre él, para ocultar que no se lo había lavado en tres días. A Fyodor no le gustaba bañarse.

Cuando bajó, Iván le esperaba junto a Sigma y Nikolai, que habían llegado juntos (y tomados de la mano). No sabía bien que era, pero había algo en el rostro del albino que lo hacía resaltar, como si estuviera más brillante. No le dio mucha importancia y se acercó a saludar.

—¡Fyodor! —Exclamó Sigma, dándole un fuerte abrazo— Eres el mejor, de lo mejor, de lo mejor, te lo juro que sí.

—Confirmo —Dijo Gogol chocando puños con el anfitrión—. Mis padres jamás me dejarían hacer una piyamada en casa. La culpa es de Sonya, en realidad, pero yo perdí el privilegio. Eres el mejor. Iván también lo es.

Iván hizo un gentil inclinamiento de cabeza.

—¿Creen que Dazai tarde mucho en llegar? —Preguntó esperanzado.

—No lo sé —Contestó la chica—. Me dijo que vendría con Chuuya.

Puso un mal gesto, pero lo ocultó haciendo un gesto con la mano.

—Da igual. Subamos a mi habitación, ya todo está ahí.

Sigma le dio otro abrazo. A ella le dolía un poco sonreír por culpa de los brackets, que se los habían puesto recientemente. También la habían operado para poner un botón sobre un colmillo que aún no salía. A pesar de todo eso, estaba muy contenta, y su sonrisa de oreja a oreja era muy contagiosa. Al cabo de un rato, los tres estaban riendo animadamente y contando chistes y anécdotas.

Sonó otra vez el timbre, y desde abajo Iván lo volvió a llamar.

—¡Ya llegaron los otros dos, joven Fyodor!

—¡Ya bajo! —Contestó el chico y se levantó— ¿Me esperan?

—¡Claro! —Contestó Nikolai.

Bajó las escaleras. Dazai y Chuuya hablaban animadamente. Sintió una presión incómoda en su pecho y se mordió el labio.

—¡Hola! —Saludó, para interrumpir su conversación.

Ellos lo miraron.

—¡Ah, aquí estás! —Comentó el castaño— Ya me preguntaba cuando ibas a bajar. Gracias por dejarnos entrar, Iván.

Adolescencia  //BSD//Where stories live. Discover now