Veintitrés

882 141 84
                                    


Spreen no había vuelto, sólo le había mandado ropa limpia a Roier, ropa que Vicky le entregó. Cosa que lo decepcionó un poco; pero si Spreen prefería comportarse como un cobarde después de encerrarlo, que así fuera. Además, le caía bastante bien Vicky, con su corrosivo sentido del humor.

Como no tenía nada mejor que hacer, se dio una ducha en el diminuto cuarto de baño con mucho cuidado para no mojar los puntos de su cirugía. Estaba hasta el gorro del reposo. No entendía por qué se encontraba tan bien después de todo lo que le había pasado. Solo estaba un poco magullado y eso que había sufrido un accidente casi mortal. Era rarísimo. 

Sin ganas de seguir solo en la habitación, donde sus pensamientos volvían una y otra vez a Jaiden y donde no dejaba de comerse el coco, preocupado por la seguridad de su equipo, salió del dormitorio y fue hacia la zona del bar en busca de un poco de distracción. 

Cuando cruzó la puerta, Rocío y Ama se levantaron de la mesita a la que estaban sentadas. 

Rocío lo miró mientras Ama vigilaba todo lo que sucedía en el bar. No sabía dónde estaban las otras sacerdotisas, pero el hecho de que esas dos siguieran allí le resultó curioso.

—¿Qué están haciendo? —les preguntó con una ceja arqueada al ver su nerviosismo. 

Ama apartó la vista, un poco avergonzada. 

—Montando guardia para asegurarnos de que nadie te molesta. 

Bueno, al menos Spreen no les había ordenado que lo mantuvieran encerrado en la habitación. Debería darle las gracias por ese detalle. 

—¿Por orden de Spreen? 

Rocío sonrió. 

—Por fin he encontrado a alguien más mandón que tú. ¿Quién me lo iba a decir? Además, impone un poco más, que lo sepas. 

«Muy graciosa» , pensó Roier. 

La idea no le hacía gracia ninguna...seguramente porque era él el afectado por la actitud dominante de Spreen.

—Bueno, ¿dónde está? 

Ama señaló por encima de la barandilla, hacia el escenario. 

Cuando Roier miró, se quedó alucinado al verlo que estaba en el fondo del escenario sin ningún foco que lo iluminara. Era imposible confundir a ese gigante vestido de negro que tocaba una guitarra negra. 

Rocío se colocó junto a Roier. 

—El guitarrista del grupo se fastidió dos dedos justo antes de subir al escenario, así que le han pedido a Spreen que lo sustituya. 

Roier no daba crédito a lo que veía. Los dedos de Spreen volaban sobre las cuerdas de la guitarra, arrancándoles notas perfectas. 

—Increíble 

Rocío sonrió. 

—Lo sé. ¿A que es alucinante? 

No, Spreen sobrepasaba el ámbito de lo alucinante para entrar directamente en el Olimpo de los guitarristas. Roier tocaba un poco, de modo que sabía muy bien qué tipo de talento se necesitaba para hacer lo que estaba haciendo Spreen sin que pareciera forzado. No estaba cometiendo ni un solo error. 

La audiencia enloqueció cuando interpretó un solo que podría rivalizar con Hendrix, Rhodes o Van Halen. Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, Roier empezó a bajar las escaleras para verlo tocar de cerca. 

Spreen no tenía por costumbre mirar a la multitud durante las contadas ocasiones en las que suplía a algún integrante de los Howlers, que solía ser cuando ensayaban o cuando el bar estaba cerrado salvo para los seres sobrenaturales; pero por algún extraño motivo notó el irrefrenable impulso de hacerlo en ese momento. 

SALVATORE- spiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora