Habían pasado varios días desde el atentado de la Guardia de la Muerte contra la duquesa Satine y los representantes de la UEG y las Espadas de Sanghelios. La ciudad de Sundari aún no se recuperaba del impacto. La moral estaba por los suelos, y en las calles se escuchaban voces de ciudadanos que dudaban de la senda pacifista, murmurando que tal vez Mandalore debía volver a sus viejas costumbres guerreras.
Satine, hasta hace poco símbolo de la no violencia, no podía ignorar lo que estaba ocurriendo. Descubrir nuevas amenazas y poderes militares en la galaxia había sido un golpe fuerte, pero el ataque terrorista había encendido algo en su interior: ira, determinación. No dejaría que su pueblo cayera nuevamente en el caos. Si Mandalore debía luchar para sobrevivir, entonces ella misma encabezaría esa lucha.
Los herreros reales trabajaron sin descanso, restaurando y mejorando una armadura que había pertenecido a su familia por generaciones. Cuando la armadura estuvo lista, Satine se la probó. Al ajustarse las piezas de beskar, los recuerdos de su juventud la invadieron: el entrenamiento, los juramentos, las batallas. Había dejado todo eso atrás hace mucho, pero ahora el pasado volvía a ella como una sombra imposible de ignorar.
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(A Kenobi le va a dar algo cuando la vea)
El primero en verla con la armadura fue el representante Tyr 'Gosam. El Sangheili no mostró sorpresa, solo inclinó levemente la cabeza en señal de aprobación. Había visto muchas armaduras en su vida, pero esta era especial en más de un sentido.
—Se le ve bien, duquesa —comentó con calma.
—Gracias —respondió Satine, acomodando una de las hombreras. Su voz sonaba firme, decidida—. Es una reliquia familiar, ha pasado de generación en generación. Ha sido renovada para esta ocasión.
Tyr asintió, observando la artesanía de la armadura.
—Es de beskar puro, ¿verdad?
—Correcto, representante. Veo que ha hecho su tarea.
—Siempre es importante conocer tanto a los aliados como a los enemigos.
Satine dejó escapar una leve sonrisa.
—Eso explica por qué es tan excepcional en su trabajo. Espero que durante su estadía aquí aprenda más sobre nuestro pueblo... y que podamos compartir conocimientos.
—Espero lo mismo —asintió Tyr—. No somos los más carismáticos, pero nuestras intenciones no son malas. Espero que su pueblo acepte nuestra ayuda.
Satine se cruzó de brazos, pensativa.
—Necesitamos todos los aliados que podamos conseguir para la lucha que se avecina.
Hizo una pausa, luego fijó su mirada en el Sangheili.
—Dígame, ¿cómo descubrieron la instalación bajo mi ciudad?