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Estaba cansado de que lo miraran con odio. Pero, ¿odio, por qué? Gulf sabía porqué. Porque era gay. Y ser gay parecía que los ofendía. Nunca lo había dicho abiertamente pero no hizo falta. Su forma de hablar, su modo de vestir, sus uñas pintadas, sus ojos delineados. La etiqueta estaba puesta.
Lo podía haber negado. Pero no quiso hacerlo. ¿Por qué debería negar lo que era?
No lo había negado cuando sus compañeros de la primaria, le pegaron con sus cinturones en la espalda, en un rincón del patio, mientras él solo lloraba. Nadie lo defendió. Y desde entonces, muy pocos le hablaban.
Y ahora, con el día de su cumpleaños dieciocho a la vuelta de la esquina, nada parecía haber cambiado.
Terminó la clase de educación física, con un silbatazo de la profesora y todos salieron corriendo a las duchas. Pero Gulf no se movió. Sabía que le tocaba juntar las pelotas y las redes. Se suponía que era una tarea rotativa. Pero siempre le tocaba a él. Sólo una vez se había negado. Lo esperaron a la salida, le volcaron pintura rosa en la cabeza, se burlaron, lo convirtieron en un meme y se fueron. Aún tenía grabada en su mente la mirada perversa de quien parecía liderarlos aquel atardecer. Mew, el estudiante más lindo, más popular, más rico y...más homofóbico de todo el instituto.
Gulf cargó exhausto la última caja con las redes y bajó con cuidado las escaleras húmedas del sótano. Se cercioró de que su mochila trabara bien la puerta para impedir que se cerrara. Porque si eso pasaba, sólo se podía abrir desde afuera.
Guardó una última red y miró alrededor buscando que todo hubiera quedado acomodado. No era mucho lo que se veía. La tarde ya se estaba haciendo noche y la poca luz que entraba lo hacía por una insignificante ventana , a unos tres metros del suelo.
Gulf ya se estaba volviendo cuando tropezó con alguien justo en la entrada. No hizo falta más luz. Aquel perfume era inconfunfible, y conocía muy bien esos ojos oscuros y rasgados . Ya tenía puesto su uniforme, pantalón oscuro y camisa blanca inmaculada y su cabello se notaba recién lavado. Al verlo, Mew esbozó una media sonrisa burlona.

"¿Por qué cuando lo miraba a él, Mew siempre esbozaba un gesto burlón?", se preguntó Gulf.

En la confusión del choque, Mew dejó caer unos palos de golf que traía en las manos. Maldijo a Gulf, con palabras bastante groseras. Y no hizo caso a sus gritos:

– ¡No dejes que la puerta se cierre!

Mew volvió a maldecir al ver sus caros palos tirados en el suelo. Se inclinó para tomarlos, sin darse cuenta que con su pie arrastraba la mochila de Gulf hacia afuera, liberando la puerta.
Gulf trató de evitarlo, empujando a Mew para que se apartara.

– ¿Qué te pasa, marica? ¡Si me vuelvas a tocar, te daré una paliza que no olvidarás en toda tu vida!

Gulf se paralizó ante aquella amenaza. Y no se sintió capaz de decir nada, cuando la puerta se cerró de un golpe, inundando todo el sótano de una oscuridad y un frío casi absolutos...

LUNA ROSAWhere stories live. Discover now