𝑷𝒓𝒐́𝒍𝒐𝒈𝒐

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⚠︎En este prólogo se relata la escena de un intento de suicidio. Este tema es sensible y puede serlo aún más para algunos lectores. Se pide discreción y leer bajo su entera responsabilidad ⚠︎









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La casa, ordenada y pacífica, se estremeció con el grito desgarrador de Elizabeth. Su hijo, el menor de 2, estaba flotando en la bañera. Su pálido cuerpo contrastaba con el carmín que brotaba de sus muñecas. La escena parecía un gran collage discordante; el baño estaba impecable, organizado como a Elizabeth le gustaba, con cada botella de cremas corporales y perfumes florales en su lugar. Todo era perfecto, como una puesta en escena. Y justo en el centro, el cuerpo moribundo de Steven; irónicamente, parecía más vivo que el resto de la habitación.

Cuando la ambulancia llegó, dos operarios del servicio de emergencias bajaron del vehículo con una cadencia relajada. Tuvieron una breve discusión con la mirada para decidir quién bajaría la camilla, hasta que el que tenía barba suspiró pesadamente, perdiendo la batalla. Jackie salió apresurada por la puerta con su madre en brazos indicando a los hombre con el dedo donde debían ir. Los ojos de Jackie seguían abiertos, a punto de salirse de las cuencas, pero secos.

Lo levantaron como un saco de papas. El agua le chorreaba por todas partes y algunas gotas estaban teñidas de sangre. Lo acomodaron en la camilla y, por decoro, le taparon la parte inferior con una manta blanca, de las mismas que usan para cubrir a los cadáveres.

"Es una herida reciente, señora", le dijeron a Elizabeth mientras arrastraban la camilla por el porche y el camino de grava del patio delantero. "Todavía está respirando y no ha perdido mucha sangre. Quizás el mayor problema sean las pastillas para dormir. ¿Se tomó el frasco entero?" Elizabeth no pudo responder; en su lugar, Jackie asintió con los ojos aún bien abiertos. Habían comprado el frasco el día anterior para Peter, su padre, y ahora yacía vacío en el suelo del baño. "Bien, entonces nos vamos. Y niña, llama a tu padre". Jackie asintió nuevamente mientras los operarios subían el cuerpo de su hermano al vehículo. Su padre trabajaba jornadas dobles toda la semana y no le gustaría enterarse de la noticia en medio de su turno de 8 horas. De todas formas, se enteraría cuando tuviera tiempo para ocuparse de la tragedia.

La ambulancia se fue por la mano izquierda, sin sirenas, camino al hospital. Jackie ayudó con mucho esfuerzo a su madre, quien seguía llorando desconsoladamente, a subir al asiento del acompañante del Fiat 1500 de la familia. Dio la vuelta por la parte trasera del automóvil y se sentó en el asiento del conductor. Condujo con cuidado por las calles de Manchester, pasando por su barrio, por las calles donde había jugado a la rayuela con su hermano, donde había aprendido a andar en bicicleta, donde le había dicho a Steven que lo odiaba. Lo había dicho como solo puede decirlo una hermana enfadada por una tontería, pero en ese momento su corazón le dio un pinchazo, aún así, las lágrimas no brotaban. Su madre en el asiento de al lado lloraba y balbuceaba frases ininteligibles que Jackie trató de ignorar.

Así continuó todo el trayecto. Elizabeth lloraba y balbuceaba, y Jackie conducía en silencio. En el fondo, ambas sabían que la tragedia había estado escrita en la mirada cansada de Steven desde hacía tiempo, pero tapar el sol con el dedo es cómodo, cómodo hasta que resulta imposible y los rayos te dejan ciego.

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𝑻𝒉𝒆 𝑳𝒊𝒈𝒉𝒕 𝒂𝒕 𝒕𝒉𝒆 𝒆𝒏𝒅 𝒐𝒇 𝒕𝒉𝒆 𝑻𝒖𝒏𝒏𝒆𝒍~𝙼𝚘𝚛𝚛𝚒𝚜𝚜𝚎𝚢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora