CAPÍTULO 4

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Sábado, 4 de septiembre de 2021

Raquel

Son sobre las cuatro de la tarde cuando me decido a salir al patio de mi casa. Me dirijo al balancín y me tumbo en él, tapándome los ojos con el brazo. Desde la una del mediodía, mi móvil no ha parado de sonar. Adri ha estado llamando insistentemente desde que ha despertado, aún después de haberle contestado a la tercera llamada que ha hecho.

—Déjame en paz... —murmura algo inentendible al otro lado de la línea.

—¿Nos vemos esta tarde? —Consigo entender.

—Vete a la mierda, chico. –Cuelgo.

Me duele la cabeza y tengo mucho sueño. Me molesta mucho no poder quitarme de la cabeza a Aarón y lo que me dijo anoche. Es un entrometido y no tiene derecho a decir lo que dijo, pero tiene razón. Oigo como sale a su patio y se acerca a la valla. Abro un ojo y miro en dirección a donde he oído sus pasos. Está apoyado con ambos brazos en la cerca y me mira sonriente.

—Tardes, monstruito, —lo miro brevemente, levantando una ceja— porque buena ya estás tú. —Bufo sonriendo cuando me guiña el ojo.

—Idiota... —murmuro viendo como me devuelve la sonrisa.

Me vuelvo a cubrir los ojos con el brazo. Sé que me sigue observando aunque ya no lo esté mirando. Decido ignorarlo y fingir que me he quedado dormida. Gracias a eso, se aleja. Sin embargo, minutos después, agua fría cae sobre mí, como si estuviera lloviendo. Me levanto de golpe. Miro hacia el jardín vecino, donde Aarón está de pie, sujetando una manguera que apunta hacia mí. Lo voy a matar. Corro y salto la valla. Él me mira sorprendido y no puedo negar que yo tampoco esperaba saltarla tan fácilmente. Solo lo había hecho una vez, ese enero. Me abalanzo encima de él, que me coge por la cintura, y ambos caemos al suelo.

Lo golpeo, con rabia, en los brazos y en el pecho. Estoy sentada sobre sus caderas y, cuando me canso de golpearlo, dejo mis manos reposando en su pecho, mientras él deja las suyas en mi cintura. Noto un dulce calor en el pecho y decido parar. Me levanto rápidamente y camino de vuelta al vallado. No sé si él siente lo mismo que yo, pero no podemos estar juntos, cualquiera que se acerca a mí acaba mal parado. Soy un desastre.

Borro la sonrisa que se había formado en mis labios e intento saltar a mi patio. Al impulsarme, me coge de la cintura y tira de mí, acercándome a él. No, no y no. No quiero que mi corazón se acelere como lo está haciendo en estos momentos. Has hablado dos días con él, Raquel, no te puedes enamorar todavía.

Me baja suavemente y me giro para quedar cara a cara con él. Me separo ligeramente y, como si supiera lo que voy a preguntar, señala mi rodilla, que está sangrando. No me he percatado de haberme hecho esa herida en ningún momento, pero por el color, es muy reciente. Lo miro un poco avergonzada mientras me coloco un mechón de pelo detrás de la oreja. Se inclina ligeramente hacia mí, con una sonrisa divertida.

—Puedes usar la puerta. —Aprieta los labios, aguantándose la risa.

—Idiota... —Empiezo a caminar hacia el interior de la casa, pero me detiene agarrándome suavemente del brazo.

—Espera... Te curo la pierna antes de que te marches.

—No hace falta, me la puedo curar yo sola, soy mayorcita.

—Y muy torpe. —Lo miro con cara de pocos amigos y empiezo a caminar de nuevo—. Por favor, deja que te cure la rodilla y luego te marchas.

Suspiro y le permito que me guíe hasta el sofá, en el que me pide que me siente. Después de desaparecer unos minutos por el pasillo, vuelve con un pequeño botiquín. Se agacha frente a mí y me limpia la herida con un algodón mojado. Lo miro fijamente, pudiendo apreciar cada detalle de su rostro: esa mandíbula marcada que cuando se tensa destaca aún más, esos ojos marrones, esa redonda nariz y esos hipnotizantes labios, que se curvan en una ligera sonrisa. Su pelo recién peinado le queda muy bien y me siento tentada a tocárselo, pero lucho contra todos mis sentidos para no hacerlo.

EL BOSQUEWhere stories live. Discover now