Era difícil sentir que no arruiné uno de los mejores momentos de mi vida.
Tuve varias primeras veces en tan poco tiempo: mi primera vez bailando en público, con una chica y, más significativo todavía, mi primera vez tan cerca de besar a una.
Theresa no contaba. Rogaría borrar eso de mi mente.
Deborah brillaba y todas lo veíamos. Pocas eran las personas inmunes a su presencia o cuidadosas con la salud de sus cuellos. Se volteaban a verla, luego me veían a mí como si no fuera suficiente para ir a su lado.
Estaba su innegable atractivo físico y la vibra que desprendía su presencia. También era resaltable su talento en el trabajo y la conquista, casi tanto como el peso de su reputación.
Todos eran motivos para convertirla en el foco de atención. Aún así, yo percibí algo más en la atención que recibía.
Lo supe cuando entré a los baños y escuché a unas chicas hablando sobre Deborah y su caza de la noche, esa rubia a la que sólo tuvo que servirle un trago, sacarla a bailar y que pronto se llevaría a casa.
Como siempre hacía.
Me decidí a besarla para dejarla ir y conformarme con eso, pero entonces crucé miradas con un par de chicas en la pista de baile. Toda la magia del momento se desvaneció tan rápido como llegó.
La realidad me mostró que me estaba engañando yo misma.
Varias chicas me miraban con desprecio, de pies a cabeza, preguntándose también qué tenía de especial. Otras me miraban con algo aún más doloroso: compasión.
La mayoría aquí se han revolcado con ella y viven con un corazón roto para contarlo.
Yo quise bailar, pero cuando mis pies empezaron a doler recordé que esos no eran mis zapatos y que esa, definitivamente, no era yo.
🪷
Mientras Deborah me llevaba de regreso al sector VIP sólo supe mantener la cabeza gacha y asentir. Me sentía avergonzada y no por ser su compañía, sino por lo que se asumía de mí al serlo.
Casi podía escuchar a mamá diciendo que una chica de bien no era fácil de obtener.
—¿Te traigo un poco de agua? —preguntó Deborah mientras me indicaba un sofá en forma de L—. Estás pálida.
—Estoy bien—respondí mientras me sentaba y le sonreía a ella y su genuina preocupación—. Sólo...me duelen los pies.
Mentí.
De seguro no le explicaría cada pequeña sensación que experimenté en menos de un minuto.
—¿Cómo no van a dolerte si traes esas...cosas y te he hecho bailar por casi una hora? —apuntó divertida los tacones de Theresa antes de acomodar su rodilla en el suelo—. Permíteme.
Cada músculo de mi abdomen se tensó ante la imagen de ella inclinándose frente a mí.
Reposó su mano suavemente en mis gemelos y levantó sólo un poco mi pierna. El tacón estaba en su mano cuando su mirada se enfocó en la mía y tuve el impulso de apretar mis muslos.
Ya descalza, caí en la verdadera magia: el poder de sus pulgares. Aplicó presión en distintos puntos de la planta de mi pie, ganándose una seguidilla de exclamaciones que no categorizaría por mi dignidad.
El paraíso de seguro tenía un sector en donde te recostabas en un sofá forrado en terciopelo para recibir un masaje de pies a manos de un ángel.
—Vaya, vaya—suspiré una vez que dejó mis pies encima de un cojín—. Tus cualidades me han sorprendido en esta... —miré el reloj de la pared del frente y di un salto sobre mi trasero—...hora y media.
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Caminos Cruzados (D&K1)
RomanceKatherine acaba de cumplir veinte y está decidida a empezar a vivir de verdad. Para eso, debe dar un paso fuera del armario. Literal y metafóricamente hablando. ¿La mejor forma de hacerlo? Fácil: contárselo a Theresa, su mejor amiga. Por otra parte...