27 - Una chica muy especial

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Cuando pensé que la noche del cumpleaños de Deborah sería especial para las dos estuve en lo correcto.

Si bien no se cumplió el plan que estipulé en mi mente, ese que me tuvo toda la tarde exfoliando mi piel y depilando cualquier zona en donde no se sintiera agradable el vello, fue especial.

Deborah tampoco vio atisbos del conjunto granate que compré pensando en ella, mucho menos presenció en primera fila todo el aprendizaje que creí haber ganado gracias al libro que Theresa me regaló.

Nada se concretó y, aun así, fue una noche mucho más especial de lo que pude planear.

No tenía idea que su padre aparecería. Deborah estaba tan asustada que recordé la primera vez que intentamos sacar a Pirata de su canil, luego que los de la fundación nos contaran que fue encontrado en un callejón, completamente solo y, aun así, logró mantenerse con vida con apenas unos cuantos meses de nacido.

Deborah no estaba ni cerca de expresar todo lo que sentía, pero a veces sus ojos decían mucho más de lo que llegaría a decir en toda su vida. Las palabras no eran lo suyo, en cambio, los afectos jamás podían pasar desapercibidos.

Al verla cruzar el jardín delantero en dirección a su padre por poco cruzo la puerta para alcanzarla. No esperaba ver ese abrazo tan demoledor que no sólo los hizo llorar a ellos, sino que también a Rosie y Thomas que espiaban desde otra ventana.

Yo sentí que mi corazón crecía varias pulgadas a medida que ella se despedía con la mano. No regresó a la casa hasta que se aseguró de que su padre estaba lejos y ella lista para disimular el tornado de emociones que apenas le daba tregua.

Fui la primera en recibirla, le pregunté si todo estaba bien y asintió rápido antes de recibir una copa y mantenerme pegada a ella. Mientras conversaba de cualquier otro tema ajeno a lo que acababa de pasar, yo aún sentía el aroma de su padre junto con la calma en su respiración.

Creí que mantendría el número conmigo, en la privacidad de su habitación. No esperaba que quisiera hablarlo, que cambiara un "buenas noches" o intimidad física para recostarnos lado a lado, vernos de frente y dejando que los segundos le dieran la seguridad de hablar.

—No quiero creerle—admitió—. Después de todo, es un hombre.

Las dos reímos en medio del silencio de su departamento, con las sirenas lejanas y el ruido de las garras de Grey batallando contra una zapatilla vieja a la que convirtió en su víctima de la semana.

Yo miré a Deborah sonreír con su mirada perdida en mi cabello esparciéndose en el espacio entre las dos.

—¿Visitarás tu antigua casa entonces? —pregunté.

—Sí, pero esperaré un tiempo. No me siento...lista.

Asentí comprendiendo y apenas tolerando la curiosidad por todos esos recuerdos que yo desearía que compartiera con más velocidad. Poco sabía de Dulce Hernández, pero sabía que por más que Deborah se culpara y evitara ver sus fotos a diario, su madre vivía en ella y en cada cosa que hacía.

Era doloroso y hermoso al mismo tiempo.

—Sabes que puedo acompañarte—alcancé su mano reposando entre las dos y sobre mi cabello—. ¿Cierto?

Ella sonrió.

—Lo sé—susurró—. Creí que tu juventud sería sinónimo de indiferencia, pero has resultado más comprensiva que cualquiera de mi edad e incluso mayores. A pesar de todo el desastre...

—No creo que sea un desastre—la interrumpí rápido—. Ni tu vida, ni nosotras, y mucho menos tú.

Mantuvo su mirada sobre la mía, enfocándose en cada detalle que pudiera divisar bajo esa luz. Sonreí cuando la vi suspirar y no tardé en recostarme sobre su pecho una vez que se ladeó hasta quedar con su perfecta nariz apuntando el techo.

Caminos Cruzados (D&K1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora