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Jeongin se arrodilló en el suelo, acomodando las flores cuidadosamente sobre la delgada capa de nieve y frente a la roca de mármol enterrada en el suelo, con una breve inscripción para identificar quienes yacían allí abajo. Contempló por largos segundos el nombre de sus padres, parpadeando para espantar las lágrimas, y sintió la suave caricia de Dawon en su hombro.

—Será mejor que volvamos, Jeongin —dijo su hermana—, volverá a nevar pronto.

—Sí, está bien —dijo, sorbiendo por su nariz y siendo ayudado por ella para enderezarse—. Gracias por querer acompañarme, noona.

—No iba a dejarte solo —dijo ella, cruzando ambos brazos—. Además, no me gusta quedarme sin tu compañía en el palacio. Es muy grande y... y a veces siento que desentono.

—Lo siento —se disculpó él mientras caminaban hacia el carruaje. Detrás le seguían sus tres damas junto con sus guardias personales—, no he tenido mucho tiempo para ti. Entre mis lecciones, mis asuntos y el harem te he descuidado un poco.

No sólo eso. El poco tiempo que le quedaba libre lo ocupaba en estar con Chan, que como él, estaba cubierto de tareas y reuniones. Los preparativos de la guerra eran más pesados cada día y llenaban de tensión el palacio cuando, dos días atrás, llegó la declaración de hostilidades por parte del reino de Tainan.

—No les ha hecho gracia el estado en que llegó Yuqi —le admitió Chan esa misma noche, en la comida—, pero no ha sido sólo eso, por supuesto. La princesa se encargó de escupir su veneno para influenciar en su padre.

—¿Cuándo van a partir? —preguntó Jeongin, fingiendo una tranquilidad que no sentía.

Chan se tomó su tiempo para responder.

—Dentro de doce días. Nuestros ejércitos están casi listos y nuestros planes trazados.

Jeongin asintió con la cabeza. No quería seguir pensando en la guerra y sus consecuencias, así que se arrodilló y deslizó la bata fuera de su cuerpo, quedando desnudo ante su Emperador. Chan lo tomó dos veces antes de caer dormido a su lado.

Se subieron al carruaje en silencio y cuando se asomó por la cortina, mirando hacia el exterior, se dio cuenta de que comenzó a nevar otra vez. Junto con la llegada de la declaración de guerra, también la nieve hizo su aparición. Eran nevadas suaves y que apenas cubrían el suelo por completo, pero el frío ya se estaba adentrando en el palacio y no sólo por el tiempo.

—No es una buena temporada para la guerra —comentó Dawon de pronto, soltando la cortina pues también se había asomado—, pero para la primavera queda mucho todavía, cerca de tres lunas.

—Tienes razón. Los inviernos pueden ser muy duros y más en el mar —hizo una pequeña pausa—, pero no sólo se juega mi honor o el de Yuqi, sino también el del Imperio. Amenazar a Tainan, declararles la guerra de manera indirecta y luego no hacer nada, nos haría ver como un Imperio débil —hizo un leve mohín—. Además, se han avistado barcos de Tainan moviéndose hacia el norte, cerca de Yamato. Al parecer, planean bloquearnos con la isla para impedir nuestro comercio con esa zona. Eso volvería el invierno más difícil.

Dawon le escuchó en silencio, con una clara expresión de sorpresa en sus ojos. Jeongin divagó un poco más en sus pensamientos antes de darse cuenta de la manera en que le miraba.

—¿Qué?

—¿Desde cuándo te has vuelto un experto en la guerra? —exclamó su hermana mayor, sacudiendo su cabeza.

No pudo sino sonreír ante esas palabras, algo orgulloso de sí mismo. Las lecciones con el maestro Gwon estaban dando sus frutos, eso era evidente, y es que Jeongin ponía todo su empeño para estudiar con el erudito. Incluso podía calificar de sus enseñanzas como agradables y divertidas, ya que el hombre no le trataba como un tonto ignorante, tomándose su tiempo para ayudarlo en sus dudas y explicarle todo con detalles.

Jewel ☘ ChanInDonde viven las historias. Descúbrelo ahora