9. Un rebelde sin rumbo

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— Buenos días, cariñín — saludó tía Mónica a su marido dejando a un lado la cafetera. Tuvo que ponerse de puntillas para alcanzar a darle un beso en los labios —. Ya tienes preparado tu desayuno de los domingos: café, tostadas y churros con chocolate bien caliente.

— Ah, sí. Gracias, querida — tío Manuel tomó asiento conforme se retorcía los cuatro pelos que apenas le crecían en la barbilla —. Eh, florecita mía... Tenemos que hablar de un asunto importante, ¿serías tan amable de acompañarme?

Tía Mónica obedeció sin rechistar y acto seguido se sentó a su lado sosteniendo entre sus gruesas manos una abundante taza de café.

— ¿Ha ocurrido algo?, ¿algún pedido de marisco de última hora? ¿Tu madre se encuentra bien, cierto? — se alarmó ella.

El hombre suspiró lastimero.

— Tranquila. No se trata de eso y mamá sigue tan fuerte como un roble — tío Manuel lanzó otro suspiro antes de proseguir, como si fuese consciente del desastre que desencadenarían sus próximas palabras —: se trata del muchacho — efectivamente, la respuesta de su mujer fue tal y como se esperó y durante unos segundos se notó cierto fulgor en los diminutos ojos de ella —. Ayer recibí una llamada de su tutora, la señorita López. Me comentó que seguía comportándose igual que siempre puesto que no interactúa con la clase ni muestra interés alguno por los estudios. Por no olvidar cuando hace novillos... ignoro en donde pasará ese tiempo — hizo una mueca —. Ha sacado un dos y medio en su último examen de geografía y un cero en inglés.

Tía Mónica estaba más que indignada.

— ¿Y qué espera que hagamos nosotros esa dichosa profesora de pacotilla?, ¿eh? ¡Que el chico haga cuanto quiera, como si suspende el recreo! ¡Bastante tengo con tenerle bajo mi mismo techo! — exclamó tensa tía Mónica, temblando incluso su taza de café —. ¿Sabes lo mal que lo pasé cuando estuvo aquellos meses en el correccional? ¡Alguien con una reputación tan impecable como la mía no debería ser castigada con semejante aberración! — apretó las muelas —. Ese mocoso ingrato, robando por ahí solo por su voraz apetito. Tiene más que suficiente con dos platos al día. ¡Ingrato! — volvió a repetir.

Tío Manuel hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

— Lo sé, querida. Entiendo perfectamente cuan de mal lo has estado pasando desde... eso — posó su mano peluda sobre la de su mujer, quien ahora intentaba serenarse con un largo trago de café —. Pero... mi hermosa florecita, ¿es cierto... que dejaste ir al chico con el uniforme sucio durante varios días seguidos?

Súbitamente, a tía Mónica se le erizó el vello castaño del bigote, el cual siempre le crecía pese a quitárselo incansablemente día tras día con pinzas.

— ¿¡Cómo osa insinuar que yo no soy una buena ama de casa!? ¿¡Cómo se atreve!? ¡Dios bendito, hoy dejan entrar en la docencia a cualquiera! — apenas podía controlar su rabia.

Se hizo una incómoda pausa.

— Eso mismo pensé yo, le expliqué que el muchacho estaba perfectamente atendido y cuidado — corroboró tío Manuel, sacudiendo exasperado su cabeza con forma de pimiento y por consiguiente, hundió el extremo de uno de los churros en el chocolate caliente —. ¿Él se encuentra ahora en su cuarto?

— ¿Dónde quieres que esté si no tiene un solo amigo? — murmuró tía Mónica de mala gana.

— Debería hablar con él, esas notas tan malas pronto llegarán a los oídos de nuestros vecinos — dijo tío Manuel tras llevarse a la boca el churro medio humedecido por el chocolate.

TEATRO DE LOS MALDITOS I Nada es lo que pareceWhere stories live. Discover now