xxiii. "sentirme en casa"

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Meses pasaron desde la última vez que pisé Qatar. Exactamente 10 meses desde que levantamos la copa del mundo. Ahora mismo, me encontraba volviendo a Argentina para unos partidos amistosos en River Plate, Perú, Boca y por último; Brasil.

Estos meses fueron de los mejores y peores de mi vida porque sólo veía a Elena cuando estaba en Argentina. Claramente, ella tenía que vivir con su mamá y como yo tenía que volver a Europa; no podía traérmela conmigo sabiendo que Maia no iba a querer que Elena dejara toda su vida, a todos sus amigos y a toda su familia para vivir en un país en donde ni siquiera sabe comunicarse. Pero era tan difícil, ni siquiera coordinábamos bien los horarios y había noches en las que me despertaba en la madrugada para aceptar las llamadas que Ele me hacía desde el celular que tenía para jugar.

Lo peor siempre era ver que lloraba y que no podía estar ahí para consolarla. Querer abrazarla, tenerla en mis brazos y dormir con ella era mi remedio más curativo. Era la paz que todo padre necesita. Y más yo, que me acostumbré a vivir y respirar únicamente para Elena. Desde que la conocí sólo me despierto para darle todo lo que este a mi alcance y ya le prometí juntar mucha plata para escaparnos y robar la luna.

Porque ella cree que todavía no lo hicimos porque yo no tengo plata.

Sigue siendo muy inocente...yo le pagué la casa gigante de barbies original de Mattel. Pero ella sigue pensando que papá no tiene plata.

Pisar el suelo Argentino me ponía de buen humor, de solo estar en el aeropuerto ya me sentía en casa. Maia sabía que ya estaba llegando, había charlado un poco con ella durante el viaje.

Con respecto a Maia, nada había avanzado lo suficientemente. Eramos...sólo papás de Elena. Nada más, ni nada menos. De vez en cuando me atrevía a responder una historia suya, darle like a sus fotos o comentar; pero ella solo se limitaba a dejar like en mis publicaciones de vez en cuando. Lo peor fue cuando subí una foto haciéndome el lindo en mejores amigos y ella ni siquiera la vio.

Pero bueno, uno hace lo que puede.

Estacioné el coche perfectamente en la puerta de la casa de los papás de Maia. Bajando mi valija y poniéndome la mochila negra de cuero mientras prendía la alarma.

Ni siquiera tuve que golpear, el picaporte seguía siendo el mismo siempre; uno que estaba roto.

Una vez ya dentro, me quedé parado frente a la puerta y golpeé no una, sino que tres veces la madera llamando la atención de todos ahí dentro.

Desde ahí, podía escuchar la vocesita de mi Ele mientras jugaba, mezclándose con la tele a todo volumen.

— ¿Cómo estás, hijo? —sonrió Carmen, la madre de Maia, abrazándome mientras me dejaba pasar.

— Hola Carmencita, tanto tiempo.—sonreí, abrazándola de la misma forma.

— Vení, vení. Deja las cosas ahí que ahora Raúl las entra.—sonrió, agarrando mi brazo para guiarme al comedor.— ¡Ele, mira quién está acá!

Elena de solo escuchar a su abuela se giró, tirando las muñecas en el piso cuando me vio parado ahí y con asombro, se levantó casi corriendo a gritos.

— ¡Papá! —la última a fue tan larga que me hizo reír a carcajadas, agachándome un poco cuando corrió para que la tomara en brazos, abrazándola como si mi vida dependiera de eso; aunque sí lo hacía.

unkept secrets,  leandro paredes. Where stories live. Discover now