Capítulo 1: La Máscara

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Hacía frío. Demasiado frío.

Lucía no había sentido tanto frío desde hacía años. Recordaba ventiscas heladas y vacaciones desesperantes, recordaba noches en paradas de bus con los dedos totalmente inmóviles. Y aún así, ese día hacía frío de verdad.

Volvía algo ensimismada de las clases, sin prestar mucha atención a su entorno. Bueno, lo observaba, pero como quien mira una pecera enorme. Se distraía con los detalles de la noche, las nimiedades del entorno: una farola medio fundida, una basura de metal corroída, un chicle mugroso pegado al asfalto, un coche amarillo que resalta entre la oscuridad... Tonterías, chuminadas. Elementos que dispersan una mente ya de por sí abstracta.

Aunque el señor encapuchado con navaja suiza no lo vio venir.

- Suelta lo que lleves encima, pequeña.

- ¿Eing? - La muchacha se giró hacia un lado, quitándose los cascos. Se podían escuchar los gritos endemoniados que salían de sus altavoces.

- No te lo voy a volver a repetir, dame la pasta o te destripo de arriba-abajo.

- ¿C-Como?

Su cara comenzó a dejar el trance adolescente y empezó a fijarse en el arma blanca del asaltante, notando la amenaza. Casi de inmediato, le dio un vuelco el estómago, su cara palideció y por poco no vomita la cena enfrente del peligro, pero desde fuera solo se veía una mirada desorbitada.

- ¿Es qué no te enteras, niñata? Que muevas tu seboso culo y me des...

- ¡Vale, vale, vale! De acuerdo, dinero. Quieres dinero, capichi. Si si, perdona.

Lucía agarró su bolso chillón con la mano derecha, temblando como un flan, mientras intentaba que el móvil no se le esparciera de la otra. En parte consiguió su cometido, porque encontró con rapidez entre las mareas de cachivaches esa afrenta hacía la vista que llamaba "monedero". Pena que el móvil no tuviera la misma suerte.

- ¡Mierda! - Intentó agacharse, pero el encapuchado pisó con rapidez el dispositivo y le amenazó apuntando directamente a su napia.

- Yo que tu me preocupaba de lo otro, esto también me lo quedo.

La chica tragó saliva y agarró el monedero con fuerza, alzándolo por encima de su cabeza. Con una rapidez pasmosa, el ladrón se lo arrebató de sus sudorosas manos.

- Buena chica, así me gusta. Ahora, quítate esa preciosa chaqueta que llevas y hazme un traba... - antes de poder terminar la frase, una extraña fuerza lo elevó hacia arriba, tragado entre la oscuridad. Se podía escuchar sus gritos guturales.

- Pero qué...

Los gritos continuaban en la lejanía, aunque no se podía identificar si era el mismo ladrón o alguien distinto. Este era más agudo, joven, y denotaba una cierta inestabilidad. Un conjunto de sentimientos, euforia y rabia entremezcladas.

De pronto, se escuchó un golpe seco en una de las papeleras cercanas. Lucía viró la vista y encontró el resultado de la estrafalaria escena: el ladrón tirado en el suelo, agonizando y arrastrándose con dificultad. Posiblemente tendría la pierna rota.

- De nada.

La muchacha pegó un potente alarido, cayendo de bruces contra el suelo. Se movió con rapidez, y desde la ridícula posición que solo una modelo podría emular, observó como una figura humanoide descendía de la farola. Estaba colgada por un cable, parecía un trapecista.

- Ah, eres el hombre tarantula.

- ¿Perdona? ¿Cómo que Hombre Tarantula? Y ya he dicho en repetidas ocasiones que soy una chica... ¡Mujer! Si, mujer, soy una mujer empoderada. Jeje.

The Wonderful Spider-HoodieWhere stories live. Discover now