Capítulo 13: La Cita

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- ¡Sara! ¡Sara! ¿Lo has visto?

- ¿El Lagarto gigante que ha reventado el coche del director? Joder, para no verlo.

El cuarto de Sara seguía siendo un desastre, pero con su reciente actividad superheroica se había vuelto una pocilga digna de una manada de mosquitos. Solo se libraba la cama y su mesa de trabajo, el resto del habitáculo sumaba envoltorios de zumo y plásticos cochambrosos. Pero la chica estaba más enfrascada en guardar lo importante en su mochila: Tenía una cita.

- ¿Y de donde mierdas ha salido?

- No lo sé.

- Dice mi clase que había un boquete en el aula de ciencias.

- Si, el bicho lo encontré allí. Salió disparado rompiendo las tuberías.

- Dios... Espero que mi madre esté bien. ¿Estará bien?

- No lo sé.

- ¿La habrá raptado? ¿Crees que se la habrá comido?

- ¡Pedro, no lo se! ¿Vale? - Apretaba con todas sus fuerzas los paquetes de pañuelos dentro de los bolsillos de rejilla, consiguiendo que cedieran por su brutalidad - ¡Mierda! ¡Mierda, mierda, mierda!

Sara se echó rendida en la cama, desistiendo ante la vida. Suspiró de manera agónica, llevándose una almohada a la boca para evitar gritar.

- Tía, ¿te encuentras...?

- No, no me hables. Haz el favor. - Se recogió el pelo como pudo en una coleta improvisada, estaba chorreando mares. - Estoy al borde de un ataque de nervios.

Llevándose las manos a la cabeza, respiró hondo para calmar su nerviosismo. El coco que había cogido estaba aflojado, deshilachando los rebeldes pelos de su nuca y colándose entre sus córneas. Apartó como pudo la frondosa melena de su frente, solo para ser recibida por la inamovible guitarra de su entrada. Ominosa, imperecedera, perpetua ante el doloroso paso de las eras.

- Vale, Sara. Relaja, respira profundo. Te noto estresada.

- No te jode...

- Primero, mente en frío. ¿Tienes alguna idea de qué alcantarilla puede haber salido la lagartija mutante?

Sara sabía perfectamente el por qué del nacimiento de ese bicho: Por su culpa. Por haber guardado la arañita de marras y dejar que Marta jugase con las reglas de la biología. Y ahora, uno de sus lagartos medía tres metros y atormentaba a la ciudad en busca de más artrópodos radioactivos.

- Creo... creo que si.

- Bueno, pues comencemos por ahí.

- Le di la araña a tu madre, Pedro.

Un silencio incómodo se apoderó de la llamada. Ninguno de los dos se atrevía a contestar.

- ...¿Qué?

- Intenté decírtelo. El día del puerto, con los trogloditas, la araña que me picó volvió a mi como si la atrajera una especie de olor. Puede que emita feromonas de insecto, yo que se.

- La madre que te parió.

- Y el lagarto de las pelotas dijo que me olía, que captaba mi perfume artrópodo. Intentó llevarse a la amiguita que le dejé a tu madre, tuve suerte de que algo lo distrajera y se fuera cagando leches. Comentaba cosas, sobre cómo había un aliento "más fuerte".

- Espera, esas no son...

- Las tarántulas de la mafia, lo sé.

- Vale, vale. ¡Vale! ¡Bingo! - gritaba el joven, intentando mantener la poca cordura que le quedaba. - Entonces lo tienes. Síguele la pista a Godzilla antes de que lo pillen los del Servicio de Animales y encontramos el maletín perdido. ¡Plan perfecto!

The Wonderful Spider-HoodieWhere stories live. Discover now