Mi nombre es Alicia

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Minombre es Alicia Margarita Trejo Zambrano, 15 de agosto, 5:00 p. m., bajo unatormenta en un rincón de un estacionamiento y bajo los efectos de la droga;María, una indigente de la zona, estápresentando labores de parto. A ella no le importa el riesgo que corre y sedispone a tener a su hijo, allí alguien se compadece y llama a una ambulanciaque la lleva al hospital. La enfermera le dice que es una niña y le preguntaqué nombre quiere colocarle, a lo cual responde que no sabe y, que escogierauno por ella. Se llamará Alicia Margarita, dijo. Así comenzó mi tortura en estemundo, mi madre escapó del hospital dejándome abandonada, una tía se hizo cargode mí y me llevó a su casa, lugar donde nunca recibí cariño o educación. A los7 años escapé de allí, a la calle. A nadie le importó, nadie me buscó, nadie sepreocupó por mí. Fui abusada, violada y utilizada por muchos indigentes de lazona. Un día una mujer de buen corazón se compadeció de mí y me llevó a viviren un centro para huérfanos de una iglesia. Ya tenía 9 años, fue lo único buenoque pasó en mi vida..., allí conocí la bondad y la solidaridad de las personas,aprendí a leer y a escribir. También conocí a Jesús, un ser excepcional quepagó por nuestros pecados. Pero, nada dura para siempre, el día que cumplí quinceaños murió Francisca, directora del orfanato y quien me llevó hasta allí, fueun duro golpe para mí. Estaba muy molesta con la vida, con Dios, con todos. Losdías pasaron y nadie quiso hacerse cargo de la institución, así que fue cerraday ahí estaba yo una chica presa a los ojos de los depredadores, solitaria ydesesperada. Pedí ayuda a todos, busqué empleo en los lugares de la zona,caminé más allá y no logré encontrar. Busqué trabajo como empleada doméstica enlas casas pero no lo conseguí. Preguntaban por mis padres o mi familia, decíanque no podían emplear menores y cosas así. Mientras los días pasaban era peor mi aspecto físico, undesastre, sin bañarme, ni peinarme. Estaba nuevamente en la calle, abandonada ydesesperada. Volví a robar para comer. En uno de esos días conocí a Luis unhermoso hombre, de unos treinta años, quien me llevó a su casa y me brindóayuda, ropa y comida, por supuesto, no fue gratis. Tenía sexo con él, pero nome desagradaba ya que me enamoré de él desde el primer momento en que lo vi. Undía me dijo que él no era rico, que debía trabajar para que siguiéramos connuestro ritmo de vida, a mí me parecía bien, así que acepté. Me llevó a unlugar, en donde me arreglaron y maquillaron, lista para el alquiler. Alprincipio obviamente no sabía de qué se trataba, cuando lo supe, lloré ysupliqué, por ayuda divina o algo así... pero nadie respondió. Juro que lointenté, intenté ser una mejor persona, pero al final me enfrenté con midestino. Un mundo de alcohol, drogas, prostitución y malas personas. Pasó unaño de maltratos, abusos y vicios. Para colmo, quedé embarazada, Luis se enfadómuchísimo. Me golpeó y me echó de su casa. Nuevamente en la calle y ahora conun hijo en el vientre, quise suicidarme pero me faltaron fuerzas. Seguídeambulando por las calles, por las noches me quedaba en un refugio paraindigentes, donde cada día su olor y la podredumbre humana me recordaba loinjusta que es la vida. Ya tenía siete meses de embarazo cuando se presentó unabalacera por los alrededores, quedé en la línea de fuego, recibiendo dos balas.Mientras moría, le reclamé a Jesús y le pregunté por qué me abandonaba, yotambién merecía su amor. Allí estaba él, sereno, diciendo que siempre estuvoallí; cuando lloraba, cuando sufría, esperando a que le abriera las puertas demi corazón. Pero, creo que la rabia y, el enojo, no lo dejaron. Lo entendí, séque siempre me ha amado, a pesar de lo difícil que fue mi corta vida, porquecuando todos se han ido solo él está. Pedí una nueva oportunidad para mi hijo,que realmente pudiera vivir y que su vida fuese buena. Perdía el sentido, unparamédico intentaba reanimarme y otro atendía mi parto. Pude oír el llanto ycuando decían que era una niña, fuerte y sana. Por los pasillos del hospital, via una hermosa mujer, casi angelical, como la madre que siempre soñé tener,parecía estar algo triste, al parecer nunca podría tener hijos, era eso lo que todosu dinero no podría darle. Imploré a Jesús que me ayudara, que guiara a esamujer hasta a mi hija, que la aceptara. Unaenfermera fue corriendo a informarle sobre el bebé. Al acercarse, la doctora seda cuenta de que es una niña muy linda y sana, y que probablemente se quedarásola. Con la bebé en brazos y una sonrisa muy gentil. Mi última lágrima fue dealegría y agradecimiento, al saber que mi hija tendría la oportunidad que yo notuve. 

Una EsperanzaWhere stories live. Discover now