Capitulo 2: La solución perfecta.

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Olivia cerró el libro con una sonrisa, tenía una idea, la solución perfecta.

¿Quién dice que las novelas románticas no sirven para nada?

Después de pasar una semana en cama, con una espantosa gripe cortesía de las tonterías que había cometido el día del funeral, había leído media docena de libros y finalmente, encontrado la solución perfecta.

¡Estaba tan feliz! ¿Cómo no se le había ocurrido antes?

Era miércoles, mitad de semana, pero iba a saltarse el trabajo por un día más y así poder comenzar con su plan. Además, por la misma razón de ser miércoles no habría demasiados pedidos en la pastelería.

Sí, Liv era pastelera. Siguiendo los pasos de su madre -y las recetas-,  se había especializado en tartas y cualquier tipo de pastel que involucrase cerezas como ingrediente principal. Junto a tres mujeres, entre ellas su mejor amiga Cece, habían llevado el local desde la muerte de su madre, Rose Gardiner. Claro que ella era muy pequeña cuando eso ocurrió, pero la madre de Cece y también su abuela, lo habían mantenido en funcionamiento y entrenado a Liv para que algún día, cómo lo hacía en ese momento, ella pudiese tomar el lugar que le correspondía.

Se dio un vistazo en el espejo y sonrió. Se sentía bien, recuperada, sin dudas. Y también se veía espléndida. ¿Sería eso a causa de haber hallado la solución al problema de sus vidas?

Los campos dónde se encontraban los cerezos quedaban a dos kilómetros de su casa, y ese día no se dirigía al de su padre, sino al de su enemigo mortal. Pedaleando como de costumbre, tomando el manubrio con una mano -puesto que la otra estaba ocupada-, disfrutó de los rayos de sol y el suave pero frío viento que soplaba contra su rostro. Era un hermoso día, muy diferente al último en el que ella había estado fuera.

Dejó la bicicleta apoyada en la cerca de entrada, y caminó con cuidado por el camino que la llevaba al galpón de almacenamiento de los Johnson. Con mucha suerte encontraría a James allí para devolverle la chaqueta limpia y seca que le había prestado. Y si él no estaba, preguntaría por su hermano.

Podría haber sido más fácil y haber hecho un trayecto menor, dentro del mismo pueblo, pero a pesar de todo, no era lo suficientemente valiente como para golpear la puerta de su casa. No tenía idea de cómo sería tratada y las explicaciones que tendría que dar serían muchísimas.

Saludó a algunos de los empleados, vecinos del pueblo, que la miraban extrañados y supo al instante que a las pocas horas, esa visita sería comentada por todos los habitantes.

Llegando al enorme portón del galpón, divisó a la persona que estaba buscando. Lucía diferente, pero estaba segura de haberlo reconocido a la perfección.

James era un hombre que se imponía en cada lugar al que entraba. Su gran contextura y altura no pasaban desapercibidas, ni tampoco sus ojos celestes o su siempre corto cabello de un tono castaño claro.

Ese día llevaba un pantalón oscuro con unos tirantes sobre la camisa blanca. Era lo más parecido a un uniforme que todos usaban, al igual que en los campos de los Gardiner. Así que entonces él estaba trabajando…

Liv lo observó por un momento y se dispuso a ingresar. Pudo ver justo cómo uno de los empleados se acercaba a James. Algo tenía que haberle dicho para que este levantase la cabeza y sus ojos se clavasen directamente en ella.

Sintiéndose intimidada por un segundo, se recuperó y con una pequeña sonrisa levantó una mano hacia él.

—Hola —dijo cuando por fin lo tuvo enfrente.

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