39. Colosos

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Aquella escena parecía ficticia. Irreal. Inventada.

Si alguien me hubiera dicho unas semanas atrás que esto iba a suceder, jamás lo hubiera creído. Pero allí estaba yo, extendiendo mi mano hacia él, y él, respondiendo a mi amenaza sin manifestar ninguna conmoción ni parpadeo.

Él iba en serio, no estaba pretendiendo nada. Y yo tampoco.

Nunca se me habría ocurrido que este supuesto podría darse, pero ahora que estaba sucediendo, me pregunté qué rayos iba a hacer. ¿Acaso quería repeler todos sus intentos todo el día? ¿Iba a poder? Él fue quien me enseñó todo lo que sabía. Pero no podía permitir que esas dudas asaltaran mi resolución. Debía detenerlo, tenía que. Sabía que si es que nadie se le oponía, las atrocidades que pretendía cometer lo dañarían para siempre. Y yo debía hacer lo correcto aunque significara enfrentarme a él.

Fue Ovack quien hizo el primer movimiento y me sorprendió lo presto que fue al reponerse de la idea de que a quien iba a encarar era a mí. Como si fuera un enemigo más.

Giró levemente la palma y tardé en reaccionar. De repente una gran bóveda de la forma de un dedal se materializó a mi alrededor, como una prisión súbita, perdí toda vista de Ovack por un momento. Por toda respuesta, cerré ambos puños por inercia y estiré ambos brazos y unos taladros enormes aparecieron a mis flancos y empezaron a funcionar de inmediato, perforando aquellas paredes lisas.

Emergí de ese contenedor como un bólido, levitando sobre una placa de vidrio grueso y elevándome para tener una mejor visión. Ovack ya se estaba disponiendo a continuar con la ejecución de los traidores, pero no dudé para materializar un iglú de un material grueso y negro que protegiera a Míro y a su padre de cualquier ataque.

Escuché que Ovack soltó un resoplido, y seguidamente también se elevó con presteza en aire, como si hubiera decidido que primero debía encargarse de mí de una vez para que ya no pudiera franquear sus acciones.

Sus sirvientes parecieron también querer seguirlo para apoyarlo, pero él les hizo una seña con el brazo, y los dos se contuvieron en sus lugares.

Tanto mejor para mí. Aunque sólo Ovack representaba de por sí un grave problema.

—¡Tienes que escucharme! —vociferé a la distancia—. Si es que continúas...

Pero él extendió su mano sin replicar nada y a una velocidad brutal, una esfera oscura empezó a rodearme. Esta vez reaccioné de inmediato y generé un par de aspas que cortaron esa circunferencia de manera limpia, las mitades cayeron pesadamente al suelo, sólidas como rocas. Entonces levité hacia atrás para alejarme de él.

Estaba claro. Cero pláticas.

Realmente él estaba empecinado en matar a esas personas. Sabía que él pensaba que la razón estaba de su parte, que era su deber y su prerrogativa. Todas las cosas que me había dicho me dejaban divisar esa postura férrea. Él no iba a ceder.

Y también acababa de entender algo más. Él no estaba tratando de atacarme directamente, estaba intentando subyugarme. Reprimirme y aprisionarme para que dejara de estorbar. Pero eso no iba a ser suficiente. No estaba siendo suficiente y él también parecía empezar a comprenderlo.

Él había sido mi maestro, él mismo me había enseñado qué hacer en esos casos. Todos sus movimientos aguardaban una respuesta inmediata de mi parte. Él mismo había creado el antídoto para sí mismo. Qué ironía.

Qué ironía.

Me observó impertérrito, sobrevolando de una esquina a otra del auditorio, como un animal enjaulado, reprimiendo rugidos y decidiendo qué hacer. Y aunque no quise creerlo, supe que su siguiente movimiento sería ofensivo, no le quedaba otra alternativa.

Plenilunio (versión borrador)Where stories live. Discover now