2

1.6K 194 61
                                    

Diana vivía junto a Jorge en un pueblo cercano a la ciudad donde ambos estudiaban; por eso no habían alquilado un piso, sino que iban en coche hasta la universidad.

Tras leer el mensaje de Mario, hizo lo mismo que tantas otras veces y se vistió sin tardar demasiado para no desatar la furia de su novio. Le quedaba peinarse cuando Jorge empezó a impacientarse y a gritar desde el salón que fuera más rápida. Salió corriendo de la habitación en cuanto se hizo la coleta.

―Fue increíble lo que hicimos anoche ―comentó Jorge cuando Diana llegó hasta él sin aliento― Y si no fuera porque llegamos tarde, volvería a hacerte mía una y otra vez. Una y otra vez.

En cualquier otra circunstancia, Diana se sentiría deseosa de que lo cumpliera. Pero sabiendo lo que podía llegar a hacer con ella en esas condiciones, prefería que cambiara de opinión y se fueran cuanto antes de allí.

―¿Tú que piensas, Diana?

Apretó los labios antes de responder a su pregunta.

―Que deberíamos irnos ya, tenemos examen a las ocho y media.

Aunque Diana no había tenido mucho tiempo para preparar el examen.

―¿Estás segura? ―preguntó Jorge alzando una ceja.

―S-sí... No ―respondió finalmente.

―Así me gusta, cariño.

Acercó sus labios a la frente de Diana y plantó un beso sonoro sobre ella. La agarró por la cintura y la atrajo hacia él con la clara intención de acariciarla y llevarla al más puro placer lleno de horrores. Aunque eso él ni siquiera lo intuía, pues pensaba que ella realmente disfrutaba con su contacto.

La arrastró hacia el sillón sin darle la oportunidad siquiera de negarse. La tumbó con la menor delicadeza posible y se colocó sobre ella para empezar a besarla.

―Jorge, por favor... Necesito aprobar este examen ―suplicó Diana entre gemidos.

―¡Pero mírate! ―replicó él― Estás deseando que te haga mía. ¿Qué más da este examen si tenemos los oficiales para recuperar?

Ella suspiró al saber que no tenía más razones con las que rebatirle.

Cuando llegaron a la facultad no pudieron entrar al examen, por lo que se quedaron en la biblioteca a estudiar otras asignaturas. Aunque en el caso de Jorge, lo que hacía era exhibirse con ella, demostrar que era un buen novio y sentirse deseado por otras chicas. Diana podría sentirse afortunada de ser su chica de no ser por lo que vivía día a día. No se lo deseaba a nadie, ni siquiera a su peor enemiga.

―Ahora vengo, voy a ir al servicio ―dijo Diana, levantándose de la silla y despidiéndose de forma que a Jorge no le diera tiempo a retenerla.

Él solo movió la cabeza afirmativamente y se quedó allí. Por suerte para ella, solía quedarse siempre uno para que nadie les quitara sus cosas.

Al salir de la biblioteca suspiró y se dirigió hacia la primera planta. Aunque había uno en la planta baja, le apetecía dar un largo paseo para estar el máximo tiempo posible lejos de su novio. Por eso, decidió subir por las escaleras en lugar de esperar a que llegara el ascensor a la planta baja.

No vio que alguien la seguía a escasa distancia.

Al llegar a la primera planta, y dirigirse hacia los servicios, alguien la agarró por la cintura. No pudo ver de quién se trataba, pues estaba de espaldas a él. Miró sus manos y vio que no se trataba de Jorge, lo que tranquilizó a Diana. En su cuello notó una respiración agitada que la hizo estremecer.

―Diana...

No reconoció aquella voz masculina.

―¿Quién eres?

Su cuerpo se vio liberado por unos segundos del agarre del desconocido, pero cuando encontró una camiseta azul delante suya y dirigió su mirada hacia los ojos del chico, se quedó muda del asombro. Ni siquiera reaccionó al nuevo contacto.

―¿Mario? ¿Qué haces aquí? Digo... Sé que ibas a venir, pero ¿cómo sabías dónde estudiaba exactamente?

Él sonrió antes de responder:

―Bueno, me hablaste muchas veces de tu facultad y solo tuve que buscar en el Maps dónde estaba exactamente. Quería darte una sorpresa y parece que acerté.

Diana sonrió como una boba al tener delante a Mario. ¡Había soñado tantas veces con ese momento! Se sentía como los pájaros cuando vuelan en libertad, incluso como los animales salvajes que habitaban en la sabana africana o en cualquiera de los bosques del mundo. Sin embargo, se dio un batacazo contra la realidad al recordar que su Jorge la esperaba en la biblioteca y, si no se daba prisa, montaría en cólera. Una cólera que guardaría muy bien hasta que se encontraran solos.

―Me alegra verte, Mario, pero tengo prisa...

Intentó deshacerse de su abrazo, pero eso provocó que él la acercara mucho más a su cuerpo. Diana bajó la mirada, encontrándose con el color azul en su camiseta. Aspiró el aroma fuerte del perfume de Mario y sintió que sus piernas empezaban a temblar. Y no solo por el olor que desprendía, sino por la cercanía de ambos. Ni un alma había en los pasillos, pero no podía arriesgarse a que los vieran en esa situación.

―Suéltame, por favor ―suplicó ella―. Jorge puede tener espías...

Él se retiró, dejando a Diana libre para avanzar hasta el cuarto de baño. La siguió, vigilando que nadie lo viera entrar donde no debía, y cuando estuvo dentro se aseguró de que solo estaban ambos.

―No lo he hecho por él, sino por ti. No quiero agobiarte, no después de lo que sé que pasas con él ―susurró, para que solo ella pudiera oírle. Y en caso de que alguien pudiera hacerlo, no relacionara sus palabras con Jorge.

―Agradecería que no me siguieras... ¿Puedes salir del baño de mujeres? ¿Qué pasa si ahora entra alguna y te pilla aquí?

―Estoy seguro de que no le importaría. No creo que sea algo inusual, sobre todo con esta edad...

―¿Y si te pilla por aquí el personal de la universidad? No creo que te gustara tener que dar explicaciones ―Diana intentó no levantar mucho la voz, pero estando en uno de los cubículos no podía asegurar que él la oyera bien sin hacerlo.

―Si me pilla alguno de los trabajadores... pues ya me encargaré de responsabilizarme por mis actos. Tranquila, no te mencionaré en ningún momento ―se apresuró a añadir antes de que ella pudiera quejarse.

―Tú sabrás ―dijo antes de tirar de la cisterna.

Unos segundos después salió y se encontró con Mario mirándola con esa sonrisa que había descubierto que le gustaba. No era como la sonrisa de Jorge, torcida y con planes ocultos; era más bien sincera y agradable. No le daba miedo mirarle porque sabía que no le haría daño.

―No me digas que tengo algo en la cara...

Mario giró su cuerpo para encontrarse con el enorme espejo e hizo como si buscara algo en su cara. Pero en realidad, la miraba a través de él con la misma sonrisa de antes. Diana bajó la mirada un poco avergonzada.

Había olvidado por completo sus prisas por volver a la biblioteca.

Beso de chocolateWhere stories live. Discover now