Capítulo 4: La tragedia de un futuro sin gloria

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En el castillo las cosas no iban nada bien. Mis padres estaban furiosos conmigo por lo que le dije a papá y me ignoraban. Ya les había advertido que había un enemigo que atacaría pronto, pero pensaban que mentía para llamar la atención y obtener el perdón que se negaban a darme.

Estaba leyendo los libros que escribió Adriana Calek, mi difunta abuela, para desarrollar mi don. Todos los empáticos de nuestra dinastía siempre se habían amparado bajo la figura del "protector", un familiar que los defendía de todo peligro y los guiaba para tomar las decisiones importantes. En mi caso, yo no tenía nadie que cumpliese ese rol, porque no confiaba ni en mi sombra.

Mi abuela empática había elegido a mi bisabuela Erica como su protectora. Las dos habían construido las mejores ciudades de Cretonia y habían librado grandes guerras contra varios ducados. Eran conocidas como "las locas del Reino", ya que sus legendarias discusiones eran un dolor de cabeza para todos. Una vez, incendiaron el palacio en una de sus peleas. Intentaron separarlas, pero murieron juntas combatiendo a los humanos del Sur hacía varios años. Personalmente, consideraba que habían tenido un gran vínculo porque, ante todo, habían dado eterna gloria a nuestro Reino y eso era lo importante.

Mi desgracia era que mi mente ya había seleccionado a Leonel Rox como "padre protector" si perdía a mis progenitores, porque el humano tenía líneas de lealtad absoluta con los miembros de su familia. Esa sería la mayor decadencia de mi vida: depender del enemigo que odiaba mi linaje. Esperaba no llegar a esa instancia.

Hice ejercicios de meditación empática para tener visiones del futuro potencial y poder detener al enemigo que acabaría con mis verdaderos padres: solo sabía que era un aliado cercano, sigiloso, que traicionaría a mi familia de la peor manera.

Una tarde, finalmente tuve una visión, pero no era la que yo esperaba. Pude contemplarme a mí mismo como un adolescente de doce años, con mi cabello rubio un poco más largo y mis ojos celestes característicos de la dinastía Calek. Me veía delgado, inofensivo: parecía un niño inocente, no un príncipe calizo, y mucho menos un futuro rey. Estaba vestido como plebeyo preparando flan casero, lo cual resultaba absurdo. Yo jamás tenía que hacer tareas domésticas. En la visión, les servía el postre a Leonel Rox, a un hada rubia (seguramente su esposa) y a una chica adolescente morena (que debía ser la hija del humano, ya que se parecía mucho a él). Estaba en una horrible choza que contrastaba fuertemente con el hermoso palacio donde vivía. Todos me daban las gracias y me decían que era un gran repostero. Yo sonreía y parecía feliz.

Aquella visión era un verdadero horror. ¿Qué hacía un príncipe calizo sirviéndoles a un humano y su familia en ese rancho? Yo tenía empleados que trabajaban para mí en mi lujoso castillo. Lamentablemente, si terminaba huérfano, sabía que ese sería mi destino, porque mi mente empática buscaría la seguridad de esa familia. Sin embargo, consideraba que esa existencia mediocre era el peor de los castigos.

¡Oh, el horror de vivir como Alexis Rox... parecía peor que la muerte! Después de todo, yo había nacido como el príncipe Alexis Calek y debía morir como tal, enfrentando al enemigo, pero primero debía descubrir quién era.

Mi padre detuvo mis cavilaciones cuando entró a la biblioteca. Había decidido mi castigo por las graves injurias que había proferido contra él.

-Hola, Alexis. ¿Recuerdas que me dijiste que yo era un cobarde por querer acabar con tu futuro adversario?- preguntó, con expresión rígida.

-Te pido perdón, papá- dije, con semblante inocente.

-Afirmaste que no temías enfrentar a Leonel Rox cuando crecieras. ¿Es verdad?- expresó el rey, con una sonrisa helada.

-Claro. Planeo tener un gran ejército cuando sea grande y elaborar las mejores estrategias militares para ganar cualquier batalla- afirmé, con convicción.

-Ningún soldado respeta a un hombre que no sabe pelear. Si quieres que los militares te obedezcan algún día, tendrás que ser fuerte. Mañana comienzas tu entrenamiento militar- sentenció mi padre, severamente.

-No, gracias, papá. No me interesa. Soy un intelectual, como todo empático-dije tiernamente, pero el rey había decidido que yo tenía que sufrir.

-Es hora de que entiendas que las palabras tienen consecuencias. Vas a hacer lo que yo digo. Después de todo, tienes que prepararte para derrotar a Leonel Rox en unos años- manifestó el monarca, implacablemente.

-¡Ni siquiera tú lograste ganarle!- le reproché.

-Jamás podrás vencer a ese esclavo rebelde, pero vas a tener que intentarlo- musitó el rey con furia y dio un portazo. Ese sería el principio de mi tortura...

Papá asignó como mi maestro de combate a Saul Border, el comandante en jefe del ejército. Ese brutal hombre no me entrenaba: me golpeaba con saña y me humillaba despiadadamente. Yo me quejaba continuamente, pero mi padre se burlaba de mí, afirmando que no podía "llorar como una mujercita". Mamá ni siquiera me prestaba atención, directamente.

A partir de ese momento, comenzó a crecer el trauma que me acompañaría toda mi vida: siempre le tendría temor a los hombres calizos poderosos y querría aplastarlos si los consideraba una amenaza. Tendría aversión a todo tipo de violencia física y odio contra todo aquel adversario que utilizara su fuerza para intimidarme y reducirme.


El príncipe criado por esclavos: destino de gloria, oscuridad y traiciónWhere stories live. Discover now