Cap. 29: Libre hasta el final

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"Príncipe honorario"... Un cargo vulgar, que no me daba potestad para tomar decisiones importantes, que no tenía peso en el gran juego de ajedrez del Reino. Sin embargo, para la mayoría significaba solo una cosa: poder. Las personas perseguían mi gloria ficticia.

Mamá rápidamente tomó el rol de asesora civil y consejera de mayor confianza. Se ocupaba de las cuestiones legales, diplomáticas, presupuestarias y humanitarias.

El abuelo y el general Darío Morrison manejaban el ejército que respondía a mi hipotético liderazgo.

Mi amigo Romeo y la hija favorita de papá eran dos cadetes insoportables con delirios de grandeza, pero no les decía nada; porque eran muy sensibles. Finalmente, mi hermana Tessa sorprendió a todos con un acto de rebeldía que me fascinó: se presentó a un concurso y ascendió al rango de cabo, contra las directrices de nuestros padres. A partir de ahí, creció mi admiración por ella y empecé a creer que tal vez llegaría lejos...

Después de las innumerables quejas de papá, que me acusó de ser responsable de "poner en riesgo la vida de una niña enferma", la gloria de Tessa finalizó temporalmente. Mi abuelo puso a mi hermana bajo las órdenes del general Arturo Riley, uno de los soldados más destacados de la tropa, para que limitase su poder; pues no quería discutir con su nieta. Después de todo, mi hermana tenía muy mal carácter. Ella no tuvo otra opción que acatar las directivas de un militar a quien no podía intimidar fácilmente, porque no era su familiar. Tenía la prohibición de comandar a los cadetes, lo cual alegró al sinvergüenza de Romeo, que no deseaba obedecer las órdenes de una mujer de su edad.

Al final, mi hermana era como Alexis Rox: tenía un poder irreal. Era cabo, pero no podía liderar soldados. Yo era príncipe, pero no podía gobernar. La culpa de todo, claro, era de papá. Él no nos dejaba volar alto, nos impedía alcanzar la gloria y nos arrastraba a la miseria, pero había que tenerle paciencia, según mi empatía...

Mi padre era el único que se mantenía ajeno a mi "poderío". Trabajaba en un pequeño negocio y ganaba poco dinero. Mi madre tenía un tren de vida costoso, porque fabricaba su propio oro. La casa donde vivíamos era bastante lujosa.

Papá había querido mudarse a un lugar que pudiese pagar con su salario, pero mi madre no pensaba descender de nivel social; "porque se había cansado de ser el hada estúpida y darle el gusto a su marido en todos sus caprichos". Leonel Rox me había dicho que se separaría de su esposa, pero nunca lo hacía. Al contrario, lo único que hacía es tratar de llamar la atención de la gran Ema Lais...

Finalmente, llegó el día de mi gran humillación: sería coronado como príncipe honorario. Casi todos estaban felices, como si significara algo.

Mi padre estaba absolutamente compungido. Podía leer todos sus pensamientos. Según él, mi trono le había quitado todo: la libertad y la familia. Estaba preocupado por mi hermana, porque emprendería una carrera militar como la única mujer de la tropa. Siendo humana, corría el riesgo de que le pusieran la marca de la esclavitud en el cuello. Encima, estaba gravemente enferma y podía empeorar su condición.

Papá creía que su esposa se había transformado en una mujer sedienta de poder que ejercía una mala influencia sobre Alexis Calek, un nene de mamá. También pensaba que el abuelo era una serpiente ponzoñosa del estanque y se unía a la lista de personas que le llenaban la cabeza al niño.

Leonel Rox había decidido que yo no era tan malo, teniendo en cuenta los padres biológicos que había tenido. Después de todo, su hijo era un chico de solo trece años que había resistido la presión del Congreso y no lo había traicionado por "una corona del infierno".

En efecto, papá había empezado a considerar que su buena influencia me había ayudado para no caer en la oscuridad y era una pena que mi abuelo y mamá arruinasen todo con "su egoísmo". Según él, yo podía llegar a ser buen hombre, si me rodeaba de adultos que no me usaran para obtener poder. Era muy gracioso leer los pensamientos de mi padre mientras agarraba la mano a su esposa y le pedía perdón desesperadamente, ya que estaba angustiado porque hacía una semana que ella no le dirigía la palabra. Era bastante calzonudo...

El príncipe criado por esclavos: destino de gloria, oscuridad y traiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora