Prefacio: Halo blanco

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—¡Jenny! —llamó Zahara con un ligero dejo de preocupación

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—¡Jenny! —llamó Zahara con un ligero dejo de preocupación. De nuevo se quedó sin respuesta.

Bajando las escaleras del segundo piso con precaución, Jenny llegó a la sala. El apagón ya llevaba seis horas, estaba anocheciendo y ella se aburría sin poder ver videos en internet, pues su computador portátil se había quedado sin batería.

—Jenny, ¿dónde está tu hermano?
—Mi hermano, ¿o tu novio? —dijo la adolescente de manera juguetona mientras acercaba la linterna a la cara de Zahara. Ella siseó como un gato, haciéndola reír.
—¿Dónde está, Jennifer?
—Dijo que iría al sótano a buscar algo, pero lleva casi media hora allá y no ha vuelto.

Woodheim era un pueblo tranquilo y bastante agradable para vivir, nunca había problemas y las personas mantenían una gran armonía entre ellas. Los vecindarios eran bonitos, la gente era jovial y todo en general era muy estable, por eso se les hizo tan curioso que hubiera un corte del suministro de electricidad y que los sistemas de respaldo tampoco funcionaran.

Ambas chicas se sentaron en el sofá, iluminadas por aquella linterna de luz blanca que Jenny llevaba consigo. Zahara suspiró con resignación.

—¿Y si esto es un sabotaje? —inquirió la adolescente.
—¿Por qué crees algo así?
—No me hagas mucho caso —dijo Jenny mientras se recogía su rizado cabello—, a veces mi cabeza conspira demasiado.

Las chicas oyeron un ruido proveniente del sótano y, creyendo que era el novio de Zahara subiendo la escalera, no se movieron. Pero al darse cuenta de que pasaban varios minutos y él no volvía, ambas decidieron bajar para averiguar qué distraía tanto al muchacho en ese lugar.

Zahara había estado muchas veces en el sótano de su casa mirando las cosas que Evangeline, su madre, guardaba ahí, siempre encontraba algo para entretenerse y cada vez oía una historia diferente. Podía tocar y manipular todo lo que estaba en el sitio si deseaba, pero hubo algunos artículos que pasó por alto, y no precisamente porque quisiera, sino porque se mantenían ocultos a sus ojos de manera arbitraria. Con la excusa de que era una reliquia antigua en peligro de romperse, la madre de Zahara siempre le impidió tocar ese baúl que estaba debajo de unas cuantas alfombras persas, pero el novio de la chica era un poco más desobediente y le costó caro cuando vio el contenido de aquello sin protegerse.

 Con la excusa de que era una reliquia antigua en peligro de romperse, la madre de Zahara siempre le impidió tocar ese baúl que estaba debajo de unas cuantas alfombras persas, pero el novio de la chica era un poco más desobediente y le costó caro ...

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—Mamá, ¿qué demonios hay en ese baúl? ¡Cordell estaba convulsionando y parecía que tuviera alucinaciones!

Preocupada por su novio, Zahara llamó a su madre mientras pasaba su turno de enfermería en la sala de urgencias del Hospital General de Woodheim. Al verlo desmayado junto a aquel baúl abierto, inmediatamente se dio cuenta de que Evangeline llevaba muchos años ocultándole un secreto de esos que solo parecían verse en las películas de fantasía.

Lo último que Zahara deseaba era convertirse en la Elegida de una orden de asesinos con principios que no mataban civiles o en la piedra angular de un ritual para salvar al mundo solo por existir, ella solo quería pagar sus facturas mes a mes y poder sentarse a ver peleas de artes marciales mixtas en el canal de deportes sin que la molestaran por un par de horas.

La madre suspiró. Siempre deseó con fervor que aquel momento jamás llegara.

—Mi amor, asumo que no ha vuelto la electricidad en casa. ¿Quieres que te explique lo que le pasó a Dell cuando llegue?
—¡Por favor! Estaba como loco y decía que quería volver a Londres, nunca lo había visto tan alterado. Luego perdió la voz.
—¿Dijiste Londres?
—Sí, y él jamás ha ido allá. ¿Qué fue eso?
—Se le pasará rápido, no te preocupes —dijo la mujer—. En dos horas termina mi turno, deja el baúl como lo encontraste y luego te explicaré lo que tendremos que hacer de aquí en adelante. Necesito hablarte de esto muy seriamente.

Zahara suspiró luego de colgar el teléfono con Evangeline. Cuando ella decía que haría algo seriamente, era de verdad.

Mientras Cordell volvía a la normalidad, su novia le ayudó a sentarse en un sillón viejo que estaba en el sótano. Jenny llegó rápidamente con un vaso de agua para su hermano.

—¿Por qué estaba hablando de Londres? Jamás ha querido ir.
—Debe ser parte de la alucinación en la que estuvo metido, quédate con él mientras reviso el baúl en el que decidió meter la mano sin avisarnos. Mamá tiene muchísimas cosas por explicarnos y no voy a quedar tranquila hasta que lo haga.

Zahara le echó un vistazo al baúl que su madre había guardado con tanto recelo hasta ese momento y lo vio envuelto en un halo blanco que irradiaba una luz lo suficientemente fuerte como para que ella pudiera ver su contenido. Había varias muescas con distintas formas, y dentro de cada una cabía un artículo específico que venía envuelto en una tela negra. La caja tenía un forro interno marcado con un símbolo que se asemejaba a una pluma, y junto a cada espacio podían leerse varios nombres en letras doradas que parecían hechos a mano.

Algunos nombres se le hacían conocidos porque los había leído en libros, pero cuando vio uno en especial que no era de ningún personaje histórico, su curiosidad se exacerbó. Tal vez para el mundo no era alguien famoso, pero el hombre dueño del reloj de bolsillo que encajaba en el espacio con su nombre había sido alguien importante en su familia.

"Sir Wallace Amery", pensó. "Mi madre es su tataranieta".

Zahara respiró hondo, habría preferido hablar con Evangeline sobre cómo se hacían los bebés en lugar de mencionar a los Amery. Estaba segura de que jamás habría sido un tema tan incómodo.

 Estaba segura de que jamás habría sido un tema tan incómodo

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Crónicas de Aquilae: La incursión Victoriana [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora