-Era Santa -Capítulo 4 -Nefarius:

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Doscientas treinta y cuatro lunas más tarde, Nefarius ahora con solo cinco años, ahora era un pequeño muy simpático. Él logró impresionar a Duncan, el dueño del Caldero Caliente, con su astuta habilidad e inteligencia para estafar a los clientes y robar tantos enixes como le era posible. Por supuesto, el hecho de que estuvieran borrachos lo ayudaba en sus esfuerzos. Hacía esto para ayudar a su madre a pagar la deuda que tenia con Duncan, ya que el se encargó de los gastos de la curandera del pueblo, el día que nació.


Duncan encontraba esto divertido.


-¡Jejeje!-reía con fervor y júbilo al ver las peculiares habilidades del pequeño Nefarius.


-Oye, chico, no olvides que tienes que pagar tus derechos laborales.


-Lo sé Duncan, Por eso no deberías distraerme con tu horrible cara.-replicó Nefarius con una mescla de diversión y sarcasmo.


De pronto en medio de la tormenta qué arreciaba en el pueblo, las puertas del bar se abrieron, dejando entrar el fuerte viento que aullaba estridente mente al chocar contra las paredes de las casas de Helixia, una brisa de agua mojando a los que estaban más cerca de la entrada, acompañado de el sonido de la puerta azotando contra el muro, tras de esto, el bar se quedó en silencio. Un hombre alto, con una figura imponente, irrumpió en el bar empapado por la lluvia. Su cuerpo cubierto por una armadura de platino sencilla, dejando ver sus brazos, resaltando su musculatura, mientras que su cabeza se encontraba descubierta, revelando su cabeza calva y prominente barba oscura. Con una pata de palo, caminando con un paso pesado hacia el mostrador, con voz profunda y grave, pidió ver a Duncan. Los rayos de la Luna iluminando el lugar, reflejando el brillo de su armadura mientras los demás clientes lo observaban en silencio, preguntándose quién era este hombre misterioso, algunos otros salieron inmediatamente al reconocer el rostro con sus tatuajes característicos. Portaba en cada ojo una línea delgada que nacía en los costados de sus ojos hasta su mentón, desapareciendo en su abundante barba. Nefarius lo reconoció y no le gustaba la forma en que lo hacía sentir cada ves que iba. Lo que más odiaba era que siempre preguntaba por su madre. Lo único que recordaba de su madre eran sus hermosos ojos color añil, su cabello castaño claro y su piel pálida que a veces parecía sin vida cuando dormía. Estás eran características que Nefarius nunca podría olvidar, ya que las heredó.


Él creía que su madre era hermosa, pero a ella no parecía importarle. Un flujo interminable de hombres y mujeres visitaba sus aposentos cada día. Era demasiado astuto para darse cuenta de que la cantidad de enixes qué su madre le hacía ganar, eran demasiados. Esa fue la razón por la que Duncan no la echó a la calle cuando nació, también el echo de que parecía estar de una manera muy rara, enamorado de ella.


El hombre calvo entregó un pesado costalito lleno de enixes a Duncan.


-No quiero que nadie nos moleste. - dijo con una voz grave y contundente.


-¡hecho! - respondió Duncan abriendo los ojos como platos y una sonrisa de satisfacción mientras recibía el precioso fardo de oro.


-Eso lo incluye a él. - añadió el hombre calvo con un tono de frustración, mientras fulminaba con la mirada a Nefarius.


Ya que el pequeño siempre encontraba la manera de entrar a los aposentos de su madre, él siempre la interrumpía mientras trabajaba, ya que Nefarius odiaba la idea de que su madre se vendiera por unos pocos enixes.


-¡Eh! chico, ve a la cocina y prepara dos sándwiches, uno para ti y otro para tu honorable anfitrión. - ordenó Duncan a Nefarius mientras robaba un saco de dinero a un ebrio que yacía desmayado en el fondo del bar.


Nefarius asintió con una sonrisa, encantado de recibir la orden. Adoraba el estofado que Duncan preparaba, así que sin perder tiempo, corrió hacia la cocina, pero no sin antes ser despojado de la mitad del botín conseguido esa noche y entregárselo a Duncan.



LA LEYENDA DE LOS GUERREROS: EL ORIGEN DE LA MAGIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora