II

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Esa tarde, el día estuvo igualmente lleno de trabajo. Nicholas salió de las oficinas y ya había oscurecido completamente. Nevaba, y el frío era paralizante. Hubiese querido enviar a James a casa, pero necesitaba terminar de revisar más documentos, y lo haría en el camino, así que se subió en el asiento trasero del auto en silencio.

Cuando ya llevaba un rato andando, recibió una llamada, era Duncan.

—Ven a cenar —lo invitó su hermano—. Es viernes, ven y pasa un rato con nosotros.

—No seré una buena compañía, estoy lleno de trabajo.

—Por eso mismo te estoy invitando... Trabajar más sólo hará que estés más cansado y con la mente hecha un lío—. Nicholas meneó la cabeza y respiró hondo—. Y mamá va a venir también, así que no puedes decir que no.

—Chantajista.

—Trae a Hestia. Los niños la adoran.

—Está bien. ¿Por qué no adoptas para ellos su propio perro?

—¿A esos monstruos? No, le tengo mucho respeto a los animalitos. Hestia estará bien porque son unas pocas horas—. Nicholas sonrió—. No tardes demasiado—. El sólo asintió con un ruido de su garganta, y viendo que de todos modos su noche de trabajo estaba siendo cancelada, dejó a un lado la Tablet y se recostó en el asiento masajeando sus ojos.

Duncan tenía razón; sacrificar sus horas libres sólo lo estresaría más de lo que ya estaba.

Una vez estuvo en casa y despidió a James, entró recibiendo todo el amor de Hestia, su Springer Spaniel. Tenía sólo tres años y era su adoración, su compañera de aventuras, de domingos de pereza, de mañanas deportivas. Hestia era hermosa, blanca con manchas marrón, de orejas grandes y muy peludita.

—¿Me echaste de menos? —le preguntó rascándola tras las orejas, y ella respondió con un gemido de satisfacción. Nicholas sonrió enderezándose y dirigiéndose a su habitación para darse un baño.

La casa de su hermano estaba relativamente cerca, así que luego de ponerse ropa casual, sacó una camioneta, también de las marcas de su cuñada, y condujo hasta la casa de Duncan, una mansión preciosa llena de niños y mucho ruido.

Cuando vieron a Hestia, los gemelos Ian y Jeremy corrieron a ella para llenarla de abrazos y besos, y en su lugar, Nicholas buscó a Adele, la preciosa rubia de cuatro años que era la dueña absoluta de su corazón. La alzó en sus brazos y la llenó de besos haciéndole preguntas que ella encantada respondió. Adele era una mezcla que había sacado lo mejor de Allegra y Kathleen, con su cabello rubio y ojos claros, pero facciones más parecidas a las de su abuela, y Kathleen era hermosa de una manera clásica y elegante.

Kathleen lo saludó como si llevara años sin verlo, dándole besos y preguntándole por su salud. Nicholas, desde lejos le dio una cabezada a modo de saludo a Worrell, el esposo de su madre.

Con Allegra fue mucho más cariñoso, y aun con la niña en sus brazos se inclinó para besarle una mejilla. Ella, como siempre, elegante y hermosa. Aunque ahora con tres niños de vez en cuando optaba por ropa más casual y cómoda.

—La cena ya está lista, llegaste justo a tiempo —anunció Allegra, y desapareció en la cocina. Escuchó a Duncan controlando a los gemelos para que dejaran respirar a Hestia, y él sólo pudo sonreír. Afortunadamente, Adele no se había dejado contagiar de la hiperactividad de sus hermanos.

Hablando de monstruos...

—¿Has hablado con Paul y Kevin? —le preguntó Nicholas a su madre. Kathleen asintió. Los gemelos, sus hermanos menores, estaban en la universidad de Harvard. Sólo venían en verano, y era probable que el siguiente no lo hicieran, pues se irían a Singapur a hacer un trabajo de campo. Sólo tenían diecinueve años, pero eran tan independientes y activos que ya lo extraño era que consultaran antes de tomar una decisión. Afortunadamente, habían salido buenos chicos, revoltosos, pero obedientes; nunca habían traído a casa problemas de alcohol o drogas, como él en su adolescencia...

Ámame siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora